Las Raíces de la Oscuridad - Primer Capítulo
Publicado en Dec 30, 2008
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PRIMER CAPÍTULO - DOS PEQUEÑOS NIÑOS
El valle era gélido y húmedo por las mañanas, rara vez había días de calor y siempre emanaba un aliento fresco porlas tardes. Más bien no era un valle, sino una pequeña cuenca limitada por modestos cerros con bastante follaje y algunas casas instaladas en sus laderas.
Era un pequeño pueblo el que estaba en esa pequeña cuenca, viviendo solo de la agricultura.
El invierno se aproximaba, todos se preparaban tranquilos, estaban a un mes y medio de que el gran invierno se desate.
En ese sector era uno de los inviernos más caóticos y poderosos, todos en el pueblo reforzaban sus casas, tapando forados y arreglando el tejado, con algo de temor a que sus casas no resistan.
Era parte de la cultura que en otoño se refuercen todas las construcciones, se trabajaba en comunidad, no era algo individual, siempre se le ayudaba al vecino.
Las nubes aún no se adueñaban del horizonte y el crepúsculo de la tarde dio la orden de que todos retornen a sus hogares, dejando la actividad laboral. Compasiva y lentamente la noche cubría la cuenca.
Cuando terminaban su trabajo con las manos sucias, regresaban a sus viviendas agobiados, con una tranquila y acogedora casa que los esperaba. Siempre era así en la estación de otoño.
Era una tarde fresca y tranquila, una leve brisa peinaba las hojas de los árboles.
El valle estaba muy sereno y fresco. En las tardes, a veces el pueblo parecía tener
su magia, con sus humildes casas humeando por la chimenea, y su gente dentro calentando la leche y pan para disfrutar de una cálida merienda.
Había un par de niños de solo diez años que vivían allí, hermanos mellizos, muy trabajadores y persistentes. Ellos estaban llenos de esperanza por superarse y llevar una mejor vida, aunque esta era ahogada por una persona, la que no era muy apreciada en el pueblo.
Al atardecer, los niños terminaron de trabajar, hicieron sus últimas entregas, por lo cual sintieron alegría.
-¡Hasta luego, señora, que tenga una buena semana! -exclamó unos de los huérfanos.
-¡Que les vaya bien! -respondió ella. Dejaron la carreta cerca de la casa de su padre
adoptivo, sigilosa y precavidamente. Apaciguaron al caballo, dándole un poco de hierba seca, y se fueron sonrientes.
Luego se fueron por un camino cercano que daba a una casa solitaria, cuyo jardín estaba bien cuidado, algo curioso en este pueblo. Ya el joven encargado prendía los faroles, le echaba fuego, tardó un momento para que todos emanen su luz.
En la casa, humilde y tranquila, una campanilla colgaba a un costado de la puerta. El niño Foel golpeó la puerta con cinco rápidos toques y Guibo, su hermano, zamarreó la campanilla. Un señor de mediana estatura abrió la puerta, vestía camisa café, de una tela al parecer fina, y un pantalón que le hacía juego.
-¡Al fin llegan! -exclamó el señor con una amena sonrisa de oreja a oreja. Los niños entraron con gusto.
Era muy acogedora la humilde casa; la chimenea estaba prendida, todo tomaba un color crepúsculo por las llamas y algo olía bien.
-¿Qué huele tan bien? -preguntó Foel -Estoy preparando una exquisita comida. Ese señor, Lortenzio, es muy amable con los
niños, los cuida como si fuesen sus hijos, él no tiene familia y no piensa tenerla. Desde pequeño fue independiente y se aficionó por el lenguaje, intentando conocer todas sus reglas. Tuvo un fracaso como escritor cuando quiso escribir profecías, leyendas y algunas enseñanzas de Rael, el maestro.
No obstante, su sueño no dio frutos y decidió dedicarse a la agricultura para ganarse la vida. Ahora que sabe todo sobre el castellano, pronunciaciones, ortografía y numerosas reglas, planea enseñarlo a niños y jóvenes, desea transmitir una virtud a medida de su fracaso. Foel y Guibo son sus aprendices.
Bueno, una agradable cena les esperaba como todos los domingos, los niños se sentaron en el comedor con las ganas de probar una buena comida, la cual no podían disfrutar en su casa con su nefasto padrastro.
Esta vez había más sillas, era extraño porque lo usual eran no más de tres y también notaron que la casa estaba más ordenada y limpia.
Sonó la puerta. Lortenzio dejó la cocina, rápidamente fue y abrió la puerta.
-¡Primo! -exclamó apenas se había abierto la puerta, allí estaba un joven al parecer feliz, de pelo castaño y ojos claros, llevaba consigo un instrumento de cuerdas que rápidamente tocó y exclamó: ¡llegó la música!
Los niños, perplejos, no sabían qué ocurría por la visita. No transcurrían ni dos minutos cuando sonó otra vez la puerta.
Esta vez era un sujeto que Lortenzio no reconoció y le preguntó:
-¿Qué se le ofrece? -el sujeto de ojos cafés y pelo cano se enfadó y reclamó:
-¡Yo no ando pidiendo pan de casa en casa! Y luego lo abrazó con cariño, mientras que
Lortenzio aún pensaba en quién era. - ¡Tío Ureño! -recordó-, ¿cómo le va? - Hasta que te acordaste -le reprochó. Pues
así, Lortenzio le dio una calurosa bienvenida. Foel se levantó de su silla y discretamente le
preguntó a Lortenzio: -¿Quiénes son ellos? Él, con una sonrisa le respondió: -¡Lo siento por no haberles dicho antes!, lo que pasa es que mi parentela viene desde muy lejos a verme, hace poco me llegó una carta de que vendrían hoy. Estoy preparando la cena para recibir a mi parentela -le explicó.
Luego, rápidamente retornó a la cocina mientras decía a su joven primo:
-¡Cómo te va! -Bien, bien, pues estoy inspirado por el lado
de la música, como ves -dijo motivado. Los niños ya se sentían un poco incómodos y más aún cuando llegó la parentela, era un bullicio insoportable de voces. ¿Será esta la casa? -se le escuchó preguntar a alguien, una mujer.
Foel que se encontraba cerca de la puerta fue atentamente a decirle a Lortenzio, él dejó las ollas humeantes y fue a abrir la puerta; apurado dijo un fugaz "gracias" que apenas escuchó Foel.
Un viejo gordo de ropas rotas, medio loco, pelirrojo, de tupida barba y los ojos un poco mal centrados y ya semi-borracho, apenas la puerta se abría se apresuró en abrazar a Lortenzio mientras exclamaba: ¡hijo mío!
La cara de ignorancia que tuvo en ese momento Lortenzio fue apreciada por todos, luego otro hombre, este más viejo, le dijo:
-No seas tarado, yo soy su padre, no tú -interrumpió y abrazó a su hijo echando a un lado al despistado gordo.
El viejo gordo, confundido, se apartó y desapareció avergonzado entre la multitud.
Todos  respetuesamente esperaban ser invitados a pasar a la casa y apenas hubo un gesto de Lortenzio en hacerlos pasar irrumpieron como una manada de desquiciados; cada uno se instaló como pudo en alguna parte de la casa, y se llenó de alegría, gente y música rápidamente.
El viejo gordo llamado Filén prendió su pipa, Lortenzio llevó a la mesa galletas recién horneadas, que al rato decenas de manos se las llevaron y no quedaron ni las migajas.
Foel llamó a Guibo y ambos fueron a comunicar que se iban de la caótica fiesta; y con rapidez se escabulleron entre las voces y risotadas.
Los niños se fueron a su casa cuando la noche ya había caído, contentos de que Lortenzio pueda estar con su familia, pero un poco molestos y confundidos.
Los niños retornaron a su hogar, con la esperanza de que verían a Lortenzio con más ánimo talvez. El bullicio parecía molestar a los vecinos, esa gente hablaba más fuerte de lo común, pero ni uno se animó a reclamar.
Ambos niños viven con un viejo flaco, indolente, de rasgos muy marcados, con una idea de educacar a los niños algo ruda. Aunque los ha acogido, el costo del hospedaje es algo elevado. Los huérfanos tienen que trabajar mucho para que el viejo Domón los acepte. Llevan todos los domingos las cargas que el viejo tiene que entregar a las residencias, los pobres huérfanos hacen todo eso para poder tener un hogar y comida. Tienen que obedecer cada orden del viejo; de lo contrario, los lleva a una oscura y polvorienta azotea como castigo.
Los trata como si fuesen grandes y fuertes, pero ellos sufren llevando esas cargas tan pesadas. Han pensado ir a vivir donde Lortenzio, su amigo, pero él no los puede acoger por razones que prefiere ocultar.
El viejo Domón se dedica a vender principalmente telas, como alfombras, cortinas, tapetes y pañuelos, raras veces vende vestidos y ropa. Su hermana Olina prepara las telas; él solo las vende, es solo el comerciante.
El viejo desnutrido los encontró cuando los niños tenían cinco años más o menos; los recogió pensando que podrían servirle en el trabajo cuando fuesen más grandes, usando como excusa que fue el único en acogerlos.
Domón se apresuró a explotarlos. A muy corta edad los obligó a trabajar como si fuesen jóvenes o adultos. Estos niños saben manejar y controlar a un caballo; Domón les enseñó cuando tenían casi nueve años. Desde entonces los manda a buscar la telas donde su hermana. Cuando tienen que entregar en casas cercanas van a pie, llevando la carga entre los dos con mucho esfuerzo. El viejo Domón, mientras tanto, se da el gusto de tomar vino con sus socios, y que ni siquiera piensa reforzar la casa como todos.
La mañana después de ir donde el señor Lortenzio, amaneció con sol y fresca; los niños madrugaron y fueron a jugar al huerto. Se dirigieron allí riendo y haciendo pequeños juegos entre lo matorrales llenos de fresas. Siempre llevaban una pelota de trapo.
-¡Veamos si me atrapas! -gritó Guibo muy contento.
-¡Te atraparé! -fue la respuesta inmediata de Foel. Los dos reían a carcajadas, jugando y corriendo como avestruces entre los matorrales. De pronto escucharon la voz desgastada y seca del viejo Domón:
-Vengan acá, niños indisciplinados -restregándose los ojos. Los pequeños dieron un salto y de la alegría pasaron a la tristeza y el miedo.
Foel, que era un poco más duro y firme de carácter, dijo en voz baja:
-Viejo tarado, ¿se cree acaso el dueño del pueblo que nos manda así? ¡No soporto más!
-¡Vengan acá rápido, niños flojos! Guibo, asustado, fue de inmediato. Foel, en
tanto, caminó lentamente y mirando serio cada cosa, ya harto de los reclamos de Domón. Al ver su actitud, Domón se enfadó y fue tras él. El niño se escabulló entre los matorrales, pero el viejo lo sorprendió, tomándolo de la camisa.
-¡Niño descarado! -replicó. -¡Suéltame, viejo mugriento! -respondió Foel. -¡¿Cómo que viejo mugriento?! -exageró Domón. -¡Eso es lo que eres, y ahora, suéltame! -encaró el niño.
El viejo sin piedad le dio una dura palmada al niño.
¿Cómo me dijiste? -preguntó imponente; el niño no respondió y solo se quedó sollozando.
Guibo levantó a Foel y se lo llevó. -¡Déjanos jugar por primera vez! -exclamó
Guibo. Los dos hermanos regresaron a su juego, ignoraron a Domón; él no los siguió porque estaba con su ridícula ropa para dormir, si alguien lo veía sería el hazmerreír del pueblo.
Guibo se veía preocupado e inquieto, quería decir algo, pero no se atrevía. Entonces Foel le lanzó la pelota de trapo porque notó que estaba preocupado.
-¿Por qué estás preocupado? -Es que nosotros dependemos del viejo ese,
¿qué haremos ahora que nos hemos rebelado? ¡Quién sabe qué ocurrirá!
-No te preocupes, ese viejo también depende de nosotros, él no sabe hacer nada más que tomar vino con sus mugrientos socios -dijo muy seguro Foel.
-Tienes razón -respondió Guibo más calmado. Guibo dejó las preocupaciones atrás, dejó fluir
la felicidad mientras fuese posible. El día continuaba con sol, sin embargo, como se avecinaba la temporada de invierno, en cualquier momento se podía nublar.
Los niños pasaron un buen rato jugando entretenidos después de haber ignorado a Domón.
Al rato los hermanos estaban felices, con nuevas energías para trabajar. Cualquier mandato que hiciese Domón lo cumplirían. Solo necesitaban justicia, cariño y comprensión.
Mientras tanto, el viejo estaba en su casa, inquieto, se daba vueltas, pocas veces miraba por la ventana.
Los muchachos fueron alegres donde Domón; entraron tímidamente a la casa polvorienta y se encontraron con el viejo sentado en una silla y leyendo un libro.
-Hola Domón -dijo Foel. -Disculpa lo de hace un rato -interrumpió
Guibo. Foel sorprendido le dio un golpecillo en el brazo, el niño trató de disimular, entonces le dijo al oído, simulando contar un chiste:
-No le digas nada, se supone que debemos ganar respeto, por lo tanto, no le pidas disculpas, trata de que él lo haga -Guibo entendió y afirmó con una mueca simple y poco notoria.
-¿Qué lees? -preguntó Guibo; el viejo miró fijamente a ambos niños y respondió:
-¡Un libro para educar niños insolentes! -¡Nosotros solo queríamos jugar un rato y tú
siempre nos gritas! Además, no nos das nada de tus ganancias, nos tratas como si fuésemos esclavos. No me vengas a decir que somos insolentes porque nosotros hemos sido fieles como perros, tú eres el que nos trata mal, no sé qué hacemos nosotros para merecernos esto, deberías pensar un poco con ese cerebro de chivo rabioso.
-¿No te ahogas para decir todo eso, no? -respondió Domón; luego se rió como un tonto burlón.
El viejo se dio el gusto de tomar un largo trago de vino, directamente de la botella.
-¡Esta sí que no se las perdono, me las van a pagar! -dijo, ya ebrio.
Foel, sollozando, con los ojos llenos de lágrimas, cayó de rodillas en el suelo. Guibo trataba de no llorar, pero su rabia era incontenible y las lágrimas se le escapaban. Foel se secó los ojos, levantó la mirada y dijo:
-Mira, Domón, hagamos un acuerdo, el diez por ciento de las ganancias va a ser para nosotros, y las mañanas van a ser para nuestra diversión, ¿estás de acuerdo?
El viejo, acomplejado, golpeó la botella de vino contra la pared, la cual se quebró en mil pedazos; tomó a los dos niños de los brazos, casi retorciéndoselos y los hizo subir por una escalera de madera que a cada paso crujía demasiado.
La habitación estaba completamente llena de polvo; el piso se encontraba cubierto de mantas y alfombras.
Foel entró con el empujón que le dio Domón; Guibo se resistía, dando unos cuantos golpes inútiles; fue cuando el viejo, enfurecido, le dio un fuerte golpe; de un violento impulso cayó entre las telas y alfombras. Antes de cerrar la puerta, Domón prendió una vela y se la dio a los niños.
-Para que vean en el estado en que están, ¡compórtense! -dijo; luego cerró la puerta y le puso un duro candado, envuelto en óxido.
La nariz de Foel comenzó a obstruirse por el exceso de polvo. Guibo se desesperaba por el encerrado y asfixiante ambiente, agitándose cada vez más; entonces comenzó a golpear la puerta con todas sus fuerzas, gritando:
-¡Domón, déjanos salir de aquí!, me ahogo por el polvo, por favor ¡viejo desgraciado! -tosió, exagerando.
-Deja de gritar niño imbécil -respondió desde el primer piso el viejo Domón con su permanente voz de ebrio. Luego, se sirvió tranquilamente una taza de leche, sacó unos libros desarmados y volvió a sentarse, aparentemente feliz por hacer sufrir a dos pequeños niños indefensos. No podía concentrarse por lo borracho, "Pamplinas", dijo, arrojando lejos los libros.
Como se ve, este viejo está prácticamente poseído por el demonio, a tal grado de maltratar a dos niños indefensos.
Los pequeños huérfanos tiritaban, acostados en el suelo, al tiempo que sollozaban y se lamentaban.
Después de un largo momento de encierro, Guibo estuvo jugando con un par de piedras golpeándolas reiteradamente por su inquietud, hasta que llegaron a desprender un fuerte olor a pólvora.
El niño se entretuvo por un momento hasta que escuchó al viejo Domón caminar, se dio unas vueltas por el piso de abajo y luego preguntó con una voz muy alta y grave:
-¿Qué fue eso, por qué huele a pólvora? ¡Voy a subir ahora mismo! ¡No irán a quemar la casa estos niños desquiciados!
Foel se agachó y le dijo a Guibo en voz baja: -Cuando intente abrir la puerta nosotros lo golpeamos con ella, se la cerramos en la cara. A Guibo no pareció interesarle el plan y propuso: -¿Y si conversamos con él solamente?, te recuerdo que está ebrio, mejor prevenir algunas cosas. -¿Pero quieres matarlo? -Foel, harto de los reclamos, contestó ¡no!
-Está bien, démosle el portazo que se merece -concluyó Guibo. Ambos se aproximaron a la puerta con ágiles movimientos. Después de un tiempo, Domón comenzó a dar fuertes pasos al subir la escalera. Quitó el candado precavidamente, y de un golpe abrió la puerta; sin embargo, el único sorprendido fue él, porque los niños, astutos, le cerraron la puerta con la fuerza suficiente como para aturdirlo, siéndole más fácil a ambos por su borrachera. El viejo se cubrió con las manos perdiendo el control, rodó por la escalera e inevitablemente quedó inconsciente. Al golpear el suelo la escalera se rompió en pedazos y el viejo no tuvo fuerzas para quejarse, apenas para respirar.
-¡Cierra la puerta, puede levantarse y atacarnos! -urgió Guibo a su hermano; él le obedeció, y actuó con rapidez.
Por fin quedaron satisfechos y tranquilos, sin el temor de que Domón los pudiese atrapar en cualquier momento. La puerta de mala suerte se trancó cuando Foel la cerró bruscamente, quedando encerrados allí.
El tejado y la estructura de madera estaban corroídos por las termitas. Sin embargo, a pesar de todas esas fallas de carpintería, no se filtraba ninguna claridad.
-Bueno, tenemos la vela, con ella podemos buscar una salida, pero necesitaremos la escalera. Foel para asegurarse forcejeó un poco más la puerta, pero no hubo ni un resultado positivo.
Los niños meditaron su escape. -Salgamos de aquí por el tejado, rompamos un poco la pared, nos escapamos por el tejado -propuso Foel.
-Buena idea -respondió su hermano. Guibo pensaba en cómo harían para bajar. Él rogó por un poco de ayuda a su maestro Rael que no se encontraba en el pueblo en ese momento.
Rael es un maestro de enseñanzas valiosas, sus ideas dan motivo para vivir y aunque los niños no lo conocían, sabían de sus enseñanzas a través de los libros de Lortenzio.
Guibo miró a su alrededor, solo había sábanas, alfombras y otras telas polvorientas. Foel dio un gemido de cansancio y se recostó en medio de las telas.
La llama de la vela flameaba como si se avecinase una tormenta, Foel se preocupó y no pudo tragarse las palabras.
-Parece que Rael vendrá pronto porque en las temporadas de lluvia él viene. Mira la llama de la vela, puede que se nuble en cualquier momento.
Guibo lo ignoró. Estaba concentrado en otra cosa, y como si no hubiese escuchado lo que dijo su hermano, continuó sus propios pensamientos.
-Podemos bajar si unimos todas las telas, ¿te parece?
-¡Muy buena idea! -respondió Foel. -Bueno, es lo típico, unir trozos de telas, así
que ¡en marcha! -exclamó Guibo. -Está bien -respondió con simpatía su hermano. Guibo comenzó a hacer nudos bien apretados,
preocupándose que cada nudo quedara tenso y firme. Foel, mientras tanto, buscaba los lugares más débiles de la madera para romperla. A tientas, buscaba el sitio donde podrían hacer un forado para escapar, pero no había resultados. Guibo tenía la vela de su lado, para trabajar mejor.
-¡Bien!, aquí hay un sector de madera podrida, si la golpeo puede que se abra. ¿Hay por ahí algún garrote o algo contundente con qué golpear la madera? -preguntó. Guibo miró alrededor, mientras apretujaba un nudo.
-Allá en la esquina hay uno -le señaló con el índice, mientras continuaba su labor.
Foel empuñó un garrote, con el que comenzó a golpear la madera, sacando grandes trozos. Luego usó el garrote como palanca y tiró de una tabla.
-Vamos a escapar -dijo con optimismo-, no te preocupes por Domón, él va a recibir su merecido.
- Sí -respondió Guibo.
Foel continuaba golpeando, sacaba trozos de madera y de a poco se abría el espacio que necesitaban; aunque la construcción era débil, pero para un niño hacía verse como de acero, comparada con sus escasas fuerzas.
Ya casi era mediodía y estaba helando. Foel logró por fin hacer un agujero mínimo; era muy pequeño, pero se veía del otro lado, de inmediato puso su nariz y respiró el aire fresco. Luego soltó el garrote con fatiga, se apoyó en la pared, suspiró profundamente y dijo:
-Guibo, en un tiempo más sigo, me cansé, me duelen los brazos.
-No te preocupes, todo bien, todo bien -respondió; luego rió con alegría y cansancio.
Foel dormitaba a ratos, se recostó entre las telas nuevamente y no tuvo fuerzas para mantener abiertos los párpados. Guibo continuó uniendo las telas.
Cuando terminó, llevó la vela donde Foel y se sentó a su lado, dispuesto a dormir un rato. Los pequeños, de diez cortos años, necesitaban dormir, estaban exhaustos después de haber trabajado hasta el cansancio por su libertad. El mediodía ya había pasado, el atardecer comenzaba, y los niños aún dormían profundamente.
Por el hueco que había hecho Foel en la pared, entraba un aire gélido, las nubes cargadas cubrían el cielo, se estaba nublando poco a poco.
Rael dice que en las temporadas de lluvia él visita el pueblo, porque tiene que custodiar el orden de las montañas vecinas.
Foel estaba justo debajo del hueco, apenas cabía una mano por allí; la primera gota de lluvia entró, cayendo en la mejilla del niño; fue como un mensaje de Rael diciendo: "Levántate, niño". De inmediato despertó asustado y su primer reflejo fue mirar por el hueco. Estaba muy helado afuera y cubierto por nubes que de a poco se cargaban y se hacían grises como el plomo.
-¡Guibo!... ¡despierta! -exclamó. -¿Qué pasa? -respondió somnoliento. -Parece que está comenzando a llover, veo por
el agujero que está nublado y recién me cayó una gota en la mejilla.
-¿Qué tiene eso de importante? -respondió Guibo.
-¿No te acuerdas de lo que Rael dice? -¡Déjame dormir!, ¿quieres? -exclamó-, ¡por fin es-
taba soñando algo bueno! Estábamos junto a nuestra familia trabajando en el campo, cosechando y cultivando, era una tarde hermosa y fresca. Felices y tranquilos veíamos cómo la hierba se mecía y una exquisita cena nos esperaba. ¡No me despiertes, quiero soñar! Es la única forma de poder conseguir eso -luego se dio media vuelta y trató de retomar ese sueño.
-¡Tonto!, Rael vendrá uno de estos días, tenemos que salir lo antes posible de aquí, en un rato más anochecerá -dijo con furia.
-Sí, sí -respondió sarcásticamente el hermano y continuó con su siesta.
Foel se enfadó y le dio una bofetada en la mejilla, Guibo se levantó de un salto y luego gritó con rabia:
-¡¿Qué te pasa?! - ¡No!, te pegué porque no despertabas, Rael vendrá uno de estos días, es temporada. -¿Y cómo sabes? ¿Ah? -preguntó desafiándolo. -Rael dijo una vez que cuando estemos entemporada de lluvia él vendrá. -No me acuerdo de eso, pero bueno, no importa, qué más da, de una u otra forma tenemos que salir cuanto antes de esta casa del demonio -dijo, por fin, conforme.
-¿Tu mejilla está bien? -preguntó Foel sonriendo, pidiendo disculpas indirectamente.
-Todo bien, todo bien -respondió Guibo. La llama que daba la vela se revolvía, el chisporroteo de la lluvia era ya audible; la vela quedó bajo el forado y obviamente cayeron unas gotas traviesas que terminaron apagándola.
Guibo se levantó, empuñó el garrote y lo usó para hacer palanca en la pared, luego tiró de ella y un buen trozo de madera cedió. Sin embargo, una astilla se le clavó en el dedo pulgar.
Gritó. -¿Estás bien? -preguntó Foel. -Sí, tan solo una astilla molesta. Foel reiteró la misma acción, una y otra vez, agrandando el forado, hasta que ya les cabía la cabeza y parte de los hombros.
Afuera, los pájaros lugareños se preparaban para la tormenta, acurrucándose en sus nidos.
- ¡Ya, cabemos! -dijo Foel con alegría. -Sal primero tú, mientras yo recojo las telas para poder bajar como lo planeamos -dijo Guibo. Ya había comenzado a llover, y cada vez se hacía más fuerte, y las nubes estaban totalmente cargadas, de modo que la lluvia continuaría por una noche entera, al parecer. Foel pasó primero por el hueco; y cuando ya estaba de pie sobre el tejado irregular, perdió el equilibrio por unas tejas que se deslizaron. Por la humedad se deslizó hasta el final del techo, pero tuvo la suerte de lograr afirmarse antes de caer.
El niño quedó colgando, aferrado solo con las manos. Su hermano estaba juntando las telas, sin darse cuenta que su hermano estaba a punto de caer desde una altura peligrosa.
-¡Guibo, ayúdame! -gritaba Foel con todas su fuerzas, no obstante su voz se ahogaba por el ruido de la lluvia que cada vez se intensificaba más. Guibo terminó de recoger las telas, pasó por el hueco hecho entre las maderas rotas y lanzó las telas sin prestar mucha atención hacia el techo, mientras revisaba si se les quedaba algo. Resultó que las telas amarradas que tiró Gubio, quedaron muy cerca de Foel; este la tomó de inmediato, con todas sus fuerzas. Afortunadamente sus reflejos respondieron y logró afirmarse bien, salvándose así de una gran caída. Guibo tenía todas las telas enrolladas a su cuerpo, porque eran muy largas para llevarlas en la mano. Guibo sintió el fuerte tirón que dio Foel al afirmarse, luego perdió el equilibrio y se deslizó un par de metros por el tejado. Estaba totalmente enredado, con los brazos atrapados, sin poder hacer nada. Antes de caer, una de las telas se enganchó en un clavo. Foel estaba colgando a gran altura. Guibo en el techo, aún enredado en las telas, estaba desesperado tratando de sacar los brazos para afirmarse de algo y subir a su hermano. La tela enganchada al clavo comenzaba a ceder, pero el niño reaccionó. Se sacudió para zafarse de las enmarañadas telas, logró afirmarse y mantenerse quieto, con tranquilidad se quitó las telas. Si entraba en estado de pánico seguramente caería, se zafó de las telas, de inmediato se afirmó de una madera mal colocada, se enderezó y comenzó a tirar de ellas para subir a su hermano.
- ¡No te sueltes! -gritó Guibo haciendo esfuerzos con sus brazos.
-¡Claro que no! -respondió el niño. Finalmente logró subir a Foel, pero cuando dio el último tirón para dejarlo a salvo, volvió a resbalarse, deslizándose a gran velocidad. Foel ya estaba a salvo cuando vio a su hermano cayendo por el techo, cuesta abajo; estrechó su mano lo más posible, pero solo le rozó el chaleco que llevaba puesto, no pudo afirmarse de nada. Antes de caer, ambos niños se enredaron entre las telas, y cayeron inevitablemente.
Guibo cayó en un charco, dándose un fuerte impacto contra el suelo, la mayor parte del golpe lo recibió su pierna derecha; quedó totalmente embarrado y se quejó un poco antes de perder la conciencia. Foel cayó suavemente entre las telas, tuvo suerte de no chocar contra el suelo, miró a su hermano inconsciente, sin él saberlo.
-Tenemos que escapar, ¿recuerdas? -dijo Foel en voz baja, pero no hubo respuesta, Guibo estaba en el mundo de los sueños.
Foel recordó que una señora los quería mucho y siempre los ayudaba; su casa estaba al otro lado del parque. Una vez los acogió cuando Domón les había prohibido regresar a casa si no tenían todas las telas entregadas. En aquella ocasión, se les había perdido una pieza de tela y los niños no se atrevían a volver con menos dinero del que era usual. Domón siempre cuidaba el precio y sabía cuánto dinero debían entregarle los niños; si le daban al viejo menos monedas, los encerraban en la azotea.
Los niños no se atrevían a volver por miedo. Cuando cayó la noche, el frío comenzó a helar a los hermanos; la señora los vio y suavemente los acogió. Les dio leche tibia, galletas de avena recién horneadas endulzadas con miel, y les entregó las monedas restantes.
Los niños quedaron eternamente agradecidos, le tomaron mucho aprecio y cariño desde entonces.
Foel golpeó la puerta, la lluvia se hacía más intensa a cada momento. "¡Ya voy!", gritó la señora desde adentro, arrastrando los pies al caminar. Lentamente abrió la puerta, que rechinó oxidada; la señora tenía la cabeza cubierta con un chal, al ver a los niños exclamó:
-¡¿Qué hacen ustedes dos aquí, en medio de la lluvia?!
-Es que nos gusta la lluvia -respondió Foel, sonriendo, sin perder su sentido del humor.
En ese momento, su hermano recuperaba la conciencia.
-¡Entren de inmediato! -la señora les puso una cobija a cada uno y los acomodó. Luego fue a su dormitorio y les trajo ropa, eran las mismas tenidas, un par de alpargatas, unos pantalones de buzo y unas camisas cafés-. ¡Vayan a mi dormitorio y cámbiense de ropa! -los dos niños quedaron mirándola-. ¡Vayan a cambiarse!... ¡ahora!
-¡Ya vamos! -exclamaron los dos sonrientes. Guibo le pidió a Foel que lo ayude a levantarse
disimuladamente, Guibo no quería preocupar a la amable señora, porque, como se ve, era sobreprotectora y si se daba cuenta que el niño tenía dificultades, no le dejaría salir en la mañana y lo mantendría recostado hasta tarde. Guibo simuló que podía caminar bien, aunque se notaba que cojeaba. La señora se dio cuenta y preguntó exaltada:
-¡¿Qué te pasó niño?! -Nada, nada, se me durmió el pie solamente -
dijo, mintiendo. La anciana, perpleja, continuó mirando sin
conformarse con la respuesta. Al entrar a la habitación, Guibo se quejó, Foel corrió a ayudarlo y lo reconfortó, dándole una mano.
La señora Hurinta, como es llamada, preparaba las camas donde iban a dormir, estaba pensativa, por lo de la pierna, su rostro expresaba duda. Un rato después salieron los niños con la ropa seca y limpia, aún estaban húmedos y con el pelo mojado. Hurinta se asomó y exclamó:
-¡Se ven hermosos! -Gracias -respondió Guibo, Foel sonrió cariño-
samente. -Pónganse a la chimenea para que estén total-
mente secos -ordenó - Sí señora -dijo Guibo-, muy amable señora. Cuando volteó para irse, se detuvo y dijo: -Por favor, llámenme por mi nombre, Hurinta,
no me digan señora. Soy viuda. -Lo siento -dijo Foel, Guibo bajó la mirada. La chimenea chisporroteaba, los niños estaban
muy tranquilos y callados contemplando cómo flameaba el fuego; afuera corría una fuerte brisa que silbaba cuando pasaba entre las canaletas, era un ruido que atemorizaba.
-Vengan a acostarse, niños -dijo Hurinta con su dulce voz; al entrar los niños vieron esas agradables y suaves camas, con cobijas para cubrirse.
Los niños estaban alucinados y contemplaban las camas con una alegría incontenible hasta que se les escaparon lágrimas de sus húmedos ojos.
-Perdón, no tengo más frazadas -dijo humildemente la señora.
-Esto es lo mejor... -dijo Guibo con los ojos lubricados en lágrimas.
-¿Qué pasa? -preguntó Hurinta-, ¿por qué tienen pena?
Foel se secó los ojos con la manga y dijo: -No tenemos pena, es que nosotros dormimos
en el suelo, con una manta que no nos alcanza a tapar ni los tobillos.
- ¿Quién los trata así? -preguntó preocupada.
-Domón, nuestro padre adoptivo -respondió Guibo
La señora permaneció callada y pensativa por un momento.
- ¡Ustedes no pueden volver con ese viejo desgraciado! -exclamó con enfado.
-Al parecer, nos adoptó para explotarnos -dijo Foel
-Tiene que haber justicia... bueno, mejor acuéstense.
Solo una vela iluminaba la pieza, la señora tapó a los niños, los dejó bien arropados, y apagó la vela de un solo soplido.
Antes de que Hurinta se fuera, Guibo le preguntó:
-¿Por qué nos cuidas tanto y por qué tienes la ropa de nuestro tamaño?
La señora quedó quieta, sin decir nada... -¿Por qué? -preguntó nuevamente... Hurinta se sentó a los pies de Guibo, y dijo:
-Bueno, en realidad es que hace siete años yo tuve dos hijos muy parecidos a ustedes, los vi crecer como mi amor crecía hacia ellos, yo los amaba de verdad, en el día de su cumpleaños estaba nublado, teníamos un amigo carpintero, fuimos donde él, quedaron solos tomando su siesta.
La chimenea permaneció encendida, yo la dejé para que no pasaran frío, en ese tiempo yo vivía en las montañas con mi familia.
Fuimos a visitar al carpintero con mi esposo que aún estaba vivo, le habíamos encargado juguetes de madera para ellos, era una carreta en miniatura para cada uno. Cuando volvimos nuestra casa estaba en llamas, no pudimos hacer nada, la casa ardió hasta el último trozo de madera. Mi esposo se suicidó, nunca encontramos su cuerpo en la catarata, me abandonó. Yo me fui, vine a este pueblo, yo no culpo a mi esposo por eso. Nunca más se supo de nuestros hijos, a lo mejor lograron escapar y están haciendo sus vidas, o también... prefiero no mencionarlo -dijo mientras se le escapan unas cuantas lágrimas traviesas.
-Entiendo, ¿por eso eres tan cuidadosa con nosotros? -dijo Guibo
-Sí. -respondió. -¿Y por qué traes la ropa de tus hijos? -¿Que estamos en un interrogatorio de traido-
res? Bueno, en realidad, es para ayudar a niños como ustedes y para recordar a mis hijos, ahora siempre vigilo la chimenea en las noches así que no se preocupen de que ocurra lo mismo -rió tratando de cambiar el ambiente triste.
-Entiendo... bueno, hasta mañana pues. Hurinta le dio un beso a cada uno en la frente,
se dio media vuelta y salió por la puerta. Foel se hacía el dormido pero había escuchado todo.
En medio de la noche abundaba el sonido de la intensa lluvia, todo estaba muy oscuro, se veía muy poco, la tranquilidad se sentía. Foel se despertó espontáneamente, se quitó las frazadas y sigilosamente fue donde Guibo, lo destapó de a poco y lo zamarreó despacio para despertarlo, Guibo no despertó.
Foel le silbó suavemente al oído, despertó de inmediato muy asustado.
-Cálmate, cálmate -lo tranquilizó. -¿Qué haces despierto en medio de la noche?
-preguntó somnoliento. -Quiero decirte algo -respondió en voz baja. -¡Déjame dormir! ¡Siempre me despiertas
cuando puedo conciliar el sueño! -Baja la voz, tonto, no querrás despertar a la
señora. -Está bien, está bien, ¿qué me quieres decir? -Yo escuché toda la conversación; esa señora,
seguramente, si es que sigue lloviendo no nos dejará ir a ver a Rael, tenemos que escapar de madrugada, muy temprano, yo creo que antes de que los gallos canten.
-En cierta parte tienes razón, ¡pero ella nos ha cuidado y ayudado mucho!
-¡No subas la voz! Guibo no sabía qué decidir, lo meditó por un
tiempo. -¿Entonces, qué dices? -preguntó Foel al rato. -Tenemos que escapar, Foel, lo antes posible,
pero dejaremos una carta a Hurinta -dio su respuesta el niño Guibo
- ¿Con qué escribiremos? No hay pluma ni tinta con qué escribir -preguntó Foel.
-Con el carbón de la chimenea -propuso Guibo. -Es muy peligroso, Hurinta se puede desper-
tar. -Pero se puede lograr, y si se despierta no pasará nada.
-Anda tú, Foel, no te sentí cuando llegaste a despertarme.
-Bueno, yo iré, espera aquí, busca un papel mientras tanto, para tener donde escribir, vete tranquilo -respondió.
Foel se quitó los calcetines para evitar errores y entonces fue a la chimenea. Cruzó sigilosamente todo el trecho hasta allí, no se escuchó ni un solo ruido.
Foel, en el momento que se acercaba a la chimenea, se acordó de lo que había escuchado, Hurinta siempre vigilaba la chimenea. Esa casa era muy añosa, estaba muy seca, cualquier brasa podría quemarla entera. Foel corrió la rejilla que protegía que no cayera ni una brasa, podría incendiarla completamente. En ese momento se escuchó un rechinido de puerta, era Hurinta con una mirada somnolienta y los ojos llenos de legañas, traía consigo una vela.
Foel, rápidamente, sacó un carbón y muy asustado corrió a un sofá deshilachado que estaba al lado derecho de la puerta, se lanzó y por suerte se deslizó hasta quedar bajo él. La señora antes de observar la chimenea, miró por la ventana para ver si seguía la lluvia, "qué atrocidad", replicó, sin fijarse mucho en detalles no vio nada bajo el sofá mientras lo tenía a medio metro. Como se preocupaba tanto de la chimenea, fue lo que primero observó con atención, se dio cuenta de que la rejilla estaba un poco corrida, de inmediato fue a ponerla en su lugar; Foel aguantaba la respiración. Luego de eso Hurinta se aseguró que no hubiese ninguna brasa en el suelo. Entonces se dirigió al dormitorio donde dormían, y Foel se asustó mucho, no supo cómo reaccionar, se le ocurrió golpear la puerta, tres fuertes toques le dio, la señora estaba a punto de entrar, entonces escuchó la puerta y se dio media vuelta a abrirla. Hurinta decía en voz baja para sí misma:
-Quién será en este momento de la noche tan lluviosa. Abrió la puerta, solo contempló el barro y la lluvia, la señora se enfadó, dio un grito de rabia incontenible como si hubiese alguien que la escuchase.
-¡Cómo molestan de esa forma, no ven la lluvia y no sienten el frío, mi casa se congeló por culpa del que anda molestando! -exclamó sin respirar en todo lo dicho; de un golpe cerró la puerta y le dio un suave puntapié.
Foel aprovechó ese instante para correr a la habitación y volver a hacerse el dormido, para evitar las sospechas.
Foel entró rápidamente, cerró la puerta y se acostó en la cama.
-Hazte el dormido -dijo Foel-, viene Hurinta. Se cubrió con la manta y la sábana, Guibo no respondió, solo obedeció. En ese momento Hurinta abrió la puerta, la vela iluminó la habitación, ella sonrió y volvió a cerrar la puerta muy despacio para no perturbarlos.
-¿Trajiste el carbón? -preguntó Guibo un tiempo después.
- Sí, aquí esta -respondió Tocó su bolsillo para convencerse de que no se le hubiese caído en el haber corrido y saltado. Guibo sacó del velador que estaba en el medio
de las dos camas un papel arrugado, húmedo y amarillento.
-Esto es lo único que hay para escribir -señaló. -No importa -respondió Foel. -Dame el carbón, yo escribiré -dijo después
Guibo. Este, un poco tenso, pensando en todo lo que
tendrían por delante, escribió sencillamente esto: Debemos irnos del pueblo, gracias por todo. Guibo dobló en dos el papel y lo dejó en elvelador con cariño pero apurado. -Que suerte que Lortenzio nos enseñó a escribir -dijo. -Foel sonrió y dijo: -Nos iremos antes de que canten los gallos, yo estaré atento a que no nos retrasemos, tú descansa.
-Gracias -respondió Guibo. Rápido se recostó y se tapó con las mantas.
Foel miraba la lluvia caer por la ventana, eso lo mantenía despierto, en cualquier ocasión; el ruido de la gotas al impactar con la tierra era música para sus oídos.
Al tiempo que pasaba la noche, Foel se dio cuenta de que un anciano decrépito rondaba el pueblo, pasaba en una carreta arrastrada por un caballo café.
A los costados la carreta tenía dos faroles de mano con la vela ya derretida, la llama apenas flameaba. A la otra le quedaba un poco pero ya estaba apagándose por la brisa que se filtraba por el vidrio roto. Foel observaba como pasaba la carreta una y otra vez, el anciano miraba todas las casas, custodiaba el orden en el lugar.
El anciano, de rostro arrugado, se quejaba, la lluvia no se detenía, la carreta tenía un techo muy pequeño con filtraciones, el pobre anciano se mojaba, estaba empapado a estas alturas.
"Ese era su trabajo", decía siempre, "esto es lo que tengo que hacer, los quejidos me darán más amargura".
El anciano vigilaba, sobre todo, que los ladrones no perturben a los lugareños.
Últimamente han venido varios ladrones, al parecer buscan algo, pero no lo han logrado encontrar; han ahorcado ya a varios.
Rael dice que la causa de los ladrones es la falta de generosidad, el egoísmo, porque esas personas necesitan que los ayuden, no obstante, casi siempre son discriminados y apartados a un lado de la sociedad, no les queda otra más que robar, es su último recurso, es el fruto de la sociedad egoísta y egocéntrica. Otra cosa es que asesinen gente inocente.
En este pequeño pueblo no tienen misericordia con los ladrones, el dueño del pueblo los odia, cuando pequeño, toda su familia fue asesinada, él logró ocultarse, permaneció silencioso, tuvo suerte de salvarse pero su infortunio fue la pérdida de su familia. Cree que todos vienen con el mismo propósito.
Dio la orden de que a todos los ladrones se les ahorque sin misericordia alguna. La orden no era atrapar a las personas por salir de su casa en la noche, sino por fobia a que roben y asalten las casas.
Cuando Foel pestañaba, aprovechaba de descansar un tiempo sus parpados, dormitaba. Pensaba en el día de mañana, ver a Rael, sabe que él es una persona que los puede ayudar, no lo conocían bien pero lo querían mucho y además no podían precisar si vendría.
Él es bastante disciplinado, Rael dice que en las mañanas se debe salir temprano, y si uno tiene una obligación cumplirla temprano, antes de que se haga peor, él lo hace siempre, se moja la cara para despabilarse, todo sin que Domón se diera cuenta. Llovía a cántaros.
Foel se despertaba asustado cuando pasaba la carreta, era un ruido estruendoso. Las pezuñas del caballo estaban totalmente embarradas en lodo.
Foel se inquietaba cada vez más, no se aguantó en despertar a Guibo, fue muy despacio para no causar disturbios en la casa. Entonces lo zamarreó ligeramente, Guibo abrió los ojos con dificultad, no se dio cuenta qué pasaba, e hizo memoria un tiempo, recordó que tenían que irse, se levantó rápidamente, se restregó los ojos y preguntó:
-¿Los gallos ya cantaron? -se quitó las frazadas de encima bruscamente y se puso de pie.
- ¡Guarda silencio, Guibo! -dijo Foel-, todavía no tenemos que partir.
-¿Y por qué me despertaste? -preguntó molesto al parecer.
-Es que el sueño me vencería sin conversar -respondió.
-Ah, está bien, ¿de qué quieres conversar? -preguntó inquieto.
-Te quería mencionar algo peligroso para nuestro escape -dijo preocupado.
-¿Qué pasa?, no he visto nada peligroso desde que estamos aquí, desde que tengo memoria.
- El viejo ese que vigila nos puede confundir con ladrones, y es muy malo, ¡nos matan sin piedad!
-Sí, verdad, ahora que lo recuerdo. ¿Has visto algo, de cuánto se demora en la ronda? -preguntó.
-El viejo da una vuelta al pueblo en su carreta. -Bueno, es que ese viejo nos puede atrapar y
¡no podremos ver a Rael! Y no sé con exactitud cuánto se demora.
-Hay que buscar la forma de eludirlo -propuso Guibo.
Foel se rasqueteó la cabeza y se acodó a la ventana a contemplar la lluvia.
La canaleta de la casa se rebasaba de tanta lluvia, no se veía la lluvia, sino que era un viento poderoso de agua, al instante de que uno sale a la intemperie se empapa hasta el alma.
Guibo se sentó pensativo. Foel observó un tiempo por la ventana la llu-
via. Luego comenzó a transmitir un montón de ideas que ni él se sentía seguro de ellas.
Guibo nuevamente se sentó pensativo ignorando las ideas.
Los dos quedaron sin hablar por un tiempo, meditaban algo, Foel se apartó de la ventana.
-Guibo, qué haremos para no mojarnos la ropa, recién nos la cambiamos -dijo.
- Tienes razón, busca algo con que podamos taparnos -respondió.
Guibo buscó en el ropero, en un saco guardó ropa que encontró y se lo echó al hombro.
-No hay con qué taparnos -dijo algo decepcionado. -Creo que estamos listos para salir de este con-
denado pueblo -dijo Foel con una sonrisa incontenible.
Fue hacia la ventana, giró la perilla de hierro que la mantenía cerrada y la abrió, una brisa helada entró al instante, el ruido de la lluvia se hizo más estruendoso aún.
-Vamos -dijo-, tenemos que irnos. -Sí, sal tú primero, para que me ayudes desde
afuera -respondió Guibo. Fue una trabajosa salida que valió la pena,
Guibo por mala suerte, no pudo mantener el equilibrio cuando dio un pequeño salto para bajar de la ventana.
-¡Qué mal, ya me arruiné la ropa! -exclamó. Sintió un mínimo dolor pero no se quejó, los
dos caminaron apegados a la casa, Foel observó un tiempo, cerciorándose que no hubiese nada.
-Vamos, no hay nada al parecer. -Sí -respondió. Los dos se asomaron y se fueron a un costado
del camino, iban tranquilos apegados a las casas para evitar un poco la lluvia.
Foel quiso llevarse el saco, pero Guibo insistió en que su pierna no le molestaba, mintiendo por cierto.
Cuando habían caminado un trecho corto, la carreta apareció tras ellos, estaba dando la vuelta para tomar esa calle; el anciano no se fijó bien, pero después de un momento se dio cuenta haciendo un esfuerzo para enfocar. Los niños no sabían nada, eran unas inocentes comadrejas en medio de la llanura.
El anciano aceleró el paso de a poco para no espantarlos o molestarlos.
Guibo se dio vuelta para mirar una vez más la casa de Hurinta y por ese gesto logró distinguir la caótica carreta que venía detrás de ellos; el caballo relinchó. Estaba a unos cincuenta metros atrás, el anciano golpeó al caballo con las riendas y lo hizo correr forzadamente a través del barro. Guibo quedó sin aliento no pudiendo gritar.
Lo volteó del hombro mostrándole la carreta detrás de ellos. Finalmente le volvió el aliento.
-¡Corre! ¡Viene el viejo de la carreta! -gritó. Foel trató de correr sin preguntar, era muy difícil desplazarse, el viejo se detuvo cerca de ellos.
-Súbanse -exclamó el viejo. Guibo, gracias a sus nervios y su pierna mala
trató de correr, entonces se cayó de bruces en el barro.
No se levantó. El viejo subió a Foel de un tirón. El niño gritó despavorido y el anciano lo apa-
ciguó con cariño: -¿Qué te ocurre niñito?
Foel estaba confundido con la inextricable situación.
-No me mate por favor, no me lleve a la horca -el anciano se rió.
-Otra vez me vienen con esos cuentos, por qué los voy a matar, yo solo cuido -replicó.
-¿Pero cómo, usted no lleva a la horca a los que atrapa? -preguntó el niño.
-Bueno, sí, pero cuando están robando, supongo que no estás robando -dijo mientras redujo sus ojos a pequeñas rendijas como advertencia mirándolo penetrantemente.
-No, por ningún motivo, es que como usted sabe, lo de los rumores que se deforman cuando pasan de oído en oído.
Ni el estruendoso ruido de la carreta despertó a Guibo que se había desmayado de miedo.
Foel observaba al anciano con cariño, entonces le preguntó:
-¿Por qué dicen que usted es malo y cuentan cosas tan terribles de su persona?
El anciano se rió ligeramente. -Bueno pues, no sé, los niños deben contar co-
sas malas de mí, como yo doy la ronda al pueblo de noche, debo provocar algún miedo. Bueno, verás, los niños creían que yo me los llevaba en un saco a las montañas y que ahí los torturaba; dicen los pequeños traviesos que salgo en las noches nubladas a robar niños, y yo solo cuido, más bien los protejo de los ladrones que le pueden hacer mucho daño.
Foel se rió también.
-Bueno, yo también pensaba que usted era malo y demoníaco.
-No pues, todo lo contrario, yo solo quiero ayudar.
Foel observó hacia delante y dejó de preguntar, ambos permanecieron callados y tranquilos. Foel aspiró el aire fresco.
-¿Qué ocurre? -preguntó el anciano. -Nada, nada, me aburro -respondió. -No sea burro niñito -dijo con simpatía, luego
rió con tono de humorista. Foel no respondió. -No te enojes, ¿te cuento una historia? Es del
escritor Lortenzio Zagares. El niño se entusiasmó de inmediato; durante
toda la conmoción olvidó a su hermano. El anciano preparó su garganta, y dio comien-
zo a la historia -Bueno, todo comienza en las montañas, una
madrugada fría y nublada, la neblina era rasante, la brisa balanceaba los árboles y peinaba sus hojas.
Varias personas se despertaron en una pequeña aldea al borde de un río, que se ubicaba a los pies de una montaña -el anciano dio unos cuantos tosidos para aliviar su garganta, entonces continuó-.
Los habitantes sentían algo raro en el aire, estaban asustados, los niños pequeños no querían salir de sus hogares. Los perros ladraban sinsentido.
Las aves se mantenían en sus nidos empollando sus huevos, todos los animales estaban inquietos.
Después de un tiempo todo el cielo se tornó negro, las nubes se cargaron al máximo y en el horizonte se lograba percibir un rojo fuego.
El suelo se estremeció, entonces todos los animales cayeron muertos, por la fuerza negativa que se hizo patente, entonces apareció, revolviendo las nubes con el agite de sus alas. Era el dragón oscuro, que habitaba en lo más hondo de las montañas, derribó cada casa con sus llamas, escupía fuego por su boca.
Cuando quedaba solo un niño, entremedio de los costales de paja, se apareció Rael el maestro, emanaba una poderosa luz, entonces el dragón se estremeció y cayó rendido solo con su presencia, el maestro tomó al niño en sus brazos, le besó la frente con cariño y se fue tal como llegó.
-Eso fue un resumen solamente -dijo, para finiquitar su narración.
El niño se alegró de escuchar aquella historia, entonces dijo:
-Que buena la historia de ese escritor, bueno, y la narración de usted la hace vívida  -dijo en uno de sus tonos más refinados.
Luego de ese agradable momento, aparece entre las casas un trío de hombres cantando canciones de ebrios. Típicas.
-¡Vaya! -exclamó el anciano-, cada vez tienen menos ocurrencia en esas estúpidas canciones; sabes niño, no quiero que tengas problemas, será mejor que te bajes.
Foel rápidamente obedeció, entonces se bajó y se alejó bastante. Luego los borrachos detuvieron la carreta, el anciano no pudo hacer nada. Lo bajaron forzosamente, el anciano se resistía, entonces los ladrones lo intimidaban: ¡cállate viejo inútil!, exclamaban con odio. Lo tiraron al suelo y le dieron una fuerte golpiza.
La gente del pueblo era muy cobarde, nadie salió a defenderlo, la casa de su esposa estaba lejos del lugar. Destrozaron la carreta como pudieron y trataron de robar el caballo, pero no fueron capaces
El anciano al parecer estaba inconsciente o talvez muerto. Foel no le dio importancia y escapó sin rumbo, pensó: "cómo pueden poner a un anciano de guardia del pueblo entero"; ni él sabía adónde escapar, la desesperación dominó su ser, lo ebrios le provocaban miedo, en ese momento cuando corría desesperado, un fugaz pensamiento le recordó a su hermano que había quedado desolado en medio de la lluvia.
Intentó recordar el camino. Tuvo éxito. Toda la conmoción hizo que su hermano se le olvide temporalmente.
Los ebrios se fueron rápidamente. Foel quiso ayudar al anciano, debajo de él se distinguían manchas de sangre que se disolvían entre el agua y el barro.
Foel no pudo dejarlo botado, expuesto a la muerte, siendo él tan pequeño lo levantó y lo llevó al arrastre.
Sus brazos le brindaban muy poca fuerza, por momentos lo soltaba para descansar la mano, no obstante lo cargó de una u otra forma.
Guibo se había quedado dormido sin importarle lo que ocurriese, estaba totalmente agotado por las constantes interrupciones de Foel; en realidad cansa más estar a punto de dormirse y no poder hacerlo o que te despierten cuando logras conciliar el sueño.
Al abrigo de la pared de una casa, tuvo extrañas pesadillas, veía que muchas personas que lo miraban eran de rostro pálido, todo el fondo era lúgubre, las personas lo miraban como si hubiese muerto, eran rostros preocupados. Luego esos seres se mezclaban con el fondo oscuro formando un gris opaco, luego se levantó, en una esquina más clara esta Foel llorando, replicando al cielo: "¿¡por qué!?", y continuaba llorando. Guibo no entendía nada, fue corriendo adonde su hermano pero era como si no estuviese allí, eran solo imágenes, Guibo se desesperaba nuevamente en el mismo sueño, era un mundo infinito y quieto como si el tiempo no avanzase, era un presente eterno.
Las imágenes se repetían y se mezclaban. Luego todo comenzó a temblar y a moverse
bruscamente. Era Foel que lo zamarreaba para despertarlo.
Guibo respiró hondo como si hubiese salido del fondo del mar.
-¿¡Qué pasa!? -preguntó Foel sin tener ni idea de lo ocurrido.
-Perdóname, es que tuve un sueño extrañísimo, mejor dicho una pesadilla terrible -respondió, continuaba agitado.
-¡Guibo, ayúdame, parece que mataron a aquel señor! -le señaló donde estaba con el índice. -¡Pero qué pasó! -exclamó Guibo. -Tres hombres ebrios le dieron una golpiza,
destrozaron su carreta, parece que lo hirieron grave, lo vi todo, entre ellos parece que estaba Domón -respondió casi sollozando.
-Comparto tu desesperación -interrumpió en ese momento el anciano, quien comenzó a quejarse, no podía moverse mucho, tenía una gran herida en el muslo derecho, se estaba desangrando de a poco, un trozo de madera le había hecho esa fenomenal herida, uno de los ebrios se la clavó, el anciano solo tuvo fuerzas para dar unos cuantos quejidos.
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Foto del autor Pablo Andrés Palma
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Miembro desde: Jun 24, 2008
9 Comentarios 1709 Lecturas Favorito 2 veces
Descripción

Es el primer capítulo de una novela que escribí cuando tenía 15 años. El libro tiene 215 páginas, con 7 capítulos, y fue editado como se puede ver en la foto.

Palabras Clave: raíces raices oscuridad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción


Creditos: Pablo Palma

Derechos de Autor: Pablo Palma


Comentarios (9)add comment
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Gaston

bkn
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September 28, 2012
 

POLAK

WUAOO QUE HISTORIA VAYA QUE NARRAS SUPERBIEN ENCANTADA CON TUS ESCRITOS NO LO HE TERMINADO DE LEER PERO VOLVERE PARA SEGUIR FELICIDADES PABLO SALUDITOS
Responder
December 02, 2010
 

luisa luque

tenés mucha frescura para escribir, si no veo en un tiempo la segunda parte tendré que comprar el libro.
un beso :)
pdt: yo tengo catorce años y cumpliré quince este año ojalá también pueda publicar algo sos un gran ejemplo a seguir para mi.
Responder
May 14, 2010
 

luisa luque

glorioso el dia en que la gente mayor comprenda que el pequeño es el futuro, no? u.u
Responder
May 14, 2010

Enrique Alberto

espero que sigas escribiendo
Responder
May 14, 2010
 

Pablo Andrs Palma

vizcarra
Responder
June 10, 2012

alma

amigo pablo excelente desde el principio al fin me encanto, y a la vez me dio pena ver que el maltrato infantil siempre tenga que estar en nuestras letras ojala algun dia eso no suseda mas, me atrapaste espero leer mas, te mando mis estrellas y amistad...alma.
Responder
February 08, 2010
 

lacrimosa dies

quisiera leer el libro completo, me encanta como escribes.
Responder
December 19, 2009
 

Jorge Enrique Escobar M.

En esta construcción narrativa se nota la creatividad. Muestra un fenómeno que sucede con demasiada frecuencia: el maltrato infantil, que es al mismo tiempo una manifestación del abuso ejercido por el más fuerte, sobre quien es incapaz de resistir a la fuerza del poder, sea cual fuere su manifestación.
Estoy seguro que Pablo seguirá trabajando en su texto.
¡Adelante!
Responder
May 01, 2009
 

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