Sucedi en la Puna
Publicado en Nov 24, 2009
La mujer subió trabajosamente la cuesta. Cada día que pasaba, le costaba más hacer la caminata desde su rancho de adobes, hasta esa parte del cerro. Era un ritual obligado desde hacían exactamente, quince años. Aunque había pasado todo ese tiempo, se oprimía su corazón cuando la memoria reproducía, uno a uno, los momentos que precedieron el trágico acontecimiento. Fue una mañana especial. El cielo de la puna se veía más limpio y sereno que en mucho tiempo. Levantó a su guagua de pocos meses y con la destreza que da la costumbre, lo aseguró sobre la espalda, como hacen las mujeres del altiplano y pueden, con sus manos libres, dedicarse a otras labores. No olvidó su acuyico de coca, hábito ancestral, que da resistencia al hambre y a la fatiga y atenua los efectos del apunamiento. Se encaminó hacia el cerro a buscar entre las piedras los yuyos sanadores que su marido ofrecía a la venta en el poblado. Al llegar a una explanada, la guagua empezó a llorar. Sentada bajo la mezquina sombra de un cardón, le dio de mamar. Se satisfizo enseguida y se durmió. Para trepar más aliviada, en busca de otras especies que crecían a mayor altura, improvisó con la pañoleta un lugar, junto al cactus, para dejar al niño. Entre las ranuras de la piedra, aprovechando la escasa humedad que por allí se colaba, encontró muña-muña, matico, copa-copa, barba de piedra, vira-vira, rica- rica, entusiasmada por la profusión de yuyos, se iba alejando, sin notar que un cambio climático, empezaba a dar señales. Dió por terminada la tarea, metió otras hojas en la boca, aseguró el atadijo y comenzó el descenso. Un rayo, en seco, la cegó con su resplandor y enseguida el trueno sonó como un amenazante bramido que fue propagándose por los cerros de colores. A los saltos, bajó sin fijarse en los raspones y heridas que le producía, en brazos y piernas. el roce de las rocas, volvió a iluminar el cielo otro rayo que cayó muy cerca. Con espanto vió al cardón encenderse como una gran antorcha, el mismo que eligió para proteger a la guaguita de los rayos del sol. En su desesperación, por socorrerlo tropezó y su cabeza golpeó con la roca. Cuando recuperó el conocimiento, del cardón sólo quedaba un resto del tronco carbonizado y una espiral de humo que terminó diluyéndose en el aire. De la guagua un montoncito seco y retorcido, entre negras cenizas de los trapos que le sirvieron de cuna. Los restos, cuando llegó el marido, lo enterraron en el patio de su ranchito, bajo una cruz de cardón seco, hecha con sus manos ásperas y curtidas. Junto a lo que quedó del niño, enterraron sus sueños y las ilusiones de futuro. La chola, terminada la tarea de recolección, baja del cerro con un desgano infinito. Murmura una oración frente a los restos carbonizados. En la oprimente soledad de la puna, los altos cardones, se asemejan a mudos centinelas, que, indiferentes, contemplaran las tragedias de la vida,
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Alfonso Z P
El dolor de la cholita lo llevará ahora en el morral donde antes
acomodaba a la guaguita y la acompañará en el subi y baja del cerro,
tal vez, el canto triste de una quena la podrá consolar.
Saludos: Alfonso
JUAN CARLOS
Mi cariño y besos.. Juan Carlos...