Heridas en la  Lengua del Espejo
Con un acto reflejo que hace soportar angustiadamente la escritura, desde la  adicción a la soledad, el poeta está listo para desaparecer.  Se hace polvo. O algo más pequeño que el polvo: vanidad de polvo. Su corazón es la puerta de sí: impuerto. El espejo de su "nadidad". Su cero por donde traspasar el tiempo presente, el pasado y el futuro, que contiene a los demás. Y como soplando talco en el aire, sus trozos de nada traspasan la "luna" negra cuando la niebla pálida del alma es una botella vacía. Así escribe Jorge Castillo Fan.
En su conciencia de lo improbable de seguir existiendo, el poema no hace tierra, no hace pie, y agónicamente desea ser jalado hacia la luz, no tragado por un agujero negro: nunca más espejos.
El poema es el poeta, inmóvil y amarrado al infierno de la desesperanza. La movilidad de la vida está sometida a la inmovilidad de la muerte, y sobrevivir es lo que desesperadamente se quiere, encontrando una razón. El centro radiante aquí, el núcleo, es la búsqueda de la verdad: estrella de carne este buscar. La razón de vivir que nos lleve al encuentro con los sueños, a lo innacido en los labios. Lo que no ha sido creado y se creará, lo que vendrá en la doble razón del fuego y la ternura. De esta sola manera se salva.
Búsqueda de la verdad, búsqueda de luz que es deseo de vida y ojos disciplinados para verla: el amor contra lo oscuro, la pelea constante entre el cielo y el infierno. Todos los ojos que personifican la naturaleza para hacerla Dios:
...los ojos astros
los ojos ostras...
...los ojos duna...
...los ojos lluvia...
...los ojos raÍz...
Un Dios que nos salve aunque no exista.
Entre dos realidades difusas, el espejo es desventaja de que el mundo real parece disuelto, vomita su desluz, un "ver" desgarrador donde los cinco sentidos se contraponen, los ciegos beben el licor de los silencios, chillan lo oscuros y el cero aúlla su color. Hacen fusión y crean un sentido nuevo, un prohibido morir revelado en líneas fulgurantes y fuertes. ¿Entonces? Agarrarse sólo de la palabra impulsora, nadando desesperadamente en el mar del verbo.  Y cómo cuesta esta respiración acezante, pulso agotador, un compás de carne que no encuentra reposo más que en el rencor. Es el paso de la muerte andando en los relojes, la música transida que hace palidecer hasta los espíritus más irrenunciables. Pero la  grandeza del poeta estriba en que acepta su destino aunque esté herido de muerte y el azar sea un dado incierto que promete un demoledor transcurrir en lo cotidiano. En las claves del sentir encuentra su verdad, toma la decisión con la que finalmente seguirá fiel al camino encontrado.
Desolada alegoría de nuestra época, Jorge Castillo Fan crea para él, para alguien, para todos estas feroces piedritas de la poesía, todo un mundo en escombros.
 
                                                                                                                                        Lisi Turrá