DEL SECUESTRO AL MAR ( II)
Publicado en Dec 07, 2009
Del secuestro al Mar (II)
Nada queda en pie de las instituciones, todo ha sido condenado al silencio, como tumbas anunciadas. Las banderas de lucha pisoteadas por pulcros uniformes, nada saben después de esas muertes. Como si el olvido fuese una epidemia. Los gritos y lamentos de encierro y tortura se esfuman en cuartos tenebrosos, habitados por hombres sádicos. Nadie recuerda lo que pasó. Amnesia voluntaria transitando un macabro sueño. Tampoco recuerdan donde quedaron las tumbas de cadáveres encimados sin vergüenza. Uno tras otro, sin dejar luz entre las almas, impidiendo que la verdad pueda más adelante salir de esas catacumbas múltiples. Los fusiles escupieron balas mortales. Las picanas descargaron electricidad capaz de frenar corazones jóvenes. Las playas están salpicadas de cadáveres abandonados en arena. Algunos fueron recuperados por la marea y recibieron luego un nombre. Hombres y mujeres abandonados en el mar. Empujados al vacío para que vuelen sin alas desde aviones y helicópteros en la noche, sumergiéndose en aguas saladas del océano. Se hincharon tanto que se convirtieron en cientos de balsas humanas flotando en búsqueda de un continente cercano; o en búsqueda de algún lugar que pudiese reconocer sus huellas. Solo está la muerte presente; la muerte que lleva en sus brazos cadáveres mustios; impávidos y quietos a destinos inciertos, mientras alguien llora su desaparición o su ausencia. Todas esas luchas subterráneas se cubren con el paso orgulloso de vehículos transportando soldados de uniformes verdes engalanados por el triunfo, sonrientes del momento vivido, mientras en las orillas de las calles, las personas aplauden y vivan el paso de sus verdugos, que después seguramente, perseguirán a muchos de los presentes o a sus amigos, parientes, conocidos. Los uniformados habilitaron esos lugares de encierro y tortura. Lugares anónimos. Ocultos. Escondidos. Cubiertos de misterios. Alejados de centros civiles que puedan escuchar el grito de tortura o el final de una respiración extenuada de tanto maltrato. Lugares sucios, invadidos por sombras y vapores de muerte. Lugares de hombres y mujeres desfilando desnudos, cubiertos por una cinta negra en sus ojos, para que no puedan ver el número pintado en su espalda o en su pecho. Lugares solitarios, rebalsados de excrementos amontonados en rincones húmedos. Charcos de orina que no encuentra salida. Lugares, donde el silencio es obligatorio. Quebrados por el castigo cruel, vil y cobarde del verdugo abusando de cuerpos exhaustos que se mantienen inertes. Los castigan, los atan, los golpean y los violan. Lugares donde la vergüenza y la miseria humana no pueden separarse de esos anónimos rehenes en las sombras. Reconocidos por nadie, solo el número marcado y tallado al cuerpo. Lugares donde el diálogo con secuestrados se da por el aliento; toses, respiraciones jadeantes. Temblores de frío después de la picana cavando el alma. Lugares donde cuelgan de sus manos y sus pies, seres que gritan su calvario. Seres castigados con golpes de palos, metales y patadas. Lugares donde se amalgama la sangre mezclada con el polvo de la tierra y las excretas. Lugares, donde los perros tironean pedazos de cuerpos abandonados en patios abiertos al aire esperando el camión cerrado y blindado para llevarlos en madrugadas a entierros en cadena, en fosos de cal viva. La niebla cubre la noche haciendo sospechosa la madrugada. Los camiones vuelcan como arena hombres y mujeres sin vida, sin alma; con el honor del silencio y la vergüenza de la delación. Siempre en madrugada. Cadáveres que años después serán huesos blancos limpios de carne. Huesos quietos, piernas mezcladas entre brazos o cráneos riendo con dentaduras desnudas sin encías. Cuerpos transformados en restos óseos, descubiertos suavemente con el pincel del antropólogo al quitar tierra y arena, para que el hueso aflore y nos dé un nombre. Jonás es buscado por pensar. Por hablar, por escribir sensaciones y por haber participado cientos de horas discutiendo propuestas, aportando ideas. Jonás también ha pintado los días de gloria de un pueblo. Ha comprendido que dentro de su arte puede enseñar con sus pinceles cómo dos fusiles cruzados consolidan utopías, y así ha militado en zonas humildes enseñando arte. Hay cientos de Jonases perseguidos, torturados, desaparecidos y asesinados. El hombre verde rubicundo que ordenó ametrallar a Juan de Dios y Encarnación, ha buscado a ese Jonás intelectual, pensante y revolucionario que lleva una orden de sentencia en su sombra: la muerte. Crece el poder de la barbarie. Contagia el miedo. Todos saben lo que pasa. Nadie habla. Es como si los pensamientos encerrados en el temor se licuaran en palabras inteligibles. Todos miran a otro lado, mientras matan en cámaras de tortura; mientras secuestran a la luz del día a jóvenes que luchan esperanzados poniendo sus manos y sus palmas para frenar plomos escupidos por fusiles que buscan silencio. Caen cuerpos y cuerpos en la tierra. En el aire. En el mar. En los lagos, en los ríos. Cascadas de cientos y cientos de cuerpos. Los campanarios repican sonidos en las puntas de las iglesias. Los domingos reza una oración para tapar los gritos del dolor. Todos han callado. Todos olvidaron lo que vieron. Ahora solo queda seguir persiguiendo a los que probablemente sean culpables. Todos fueron culpables, por eso se quemaron viviendas; se saquearon casas, incendiaron en hogueras los libros. Prohibieron lecturas, revistas, diarios. Enmudecieron a todos lo que hablan contra el régimen y la impecable autoridad genocida bendecida por la Iglesia, protegida por cardenales en templos de oro y plata. Malena terminó de arreglar la casa; exhausta, quedó sentada en la silla hamaca de esterilla vieja ubicada en un rincón y capturó con sus dos manos recuerdos que flotan cerca de su pecho, desparramados por su piel; como si Jonás estuviese presente. Imágenes vivas. Muchas sin formas claras que alguna vez la llenaron de alegría y nostalgias. Mira Malena la ventana húmeda que deja pasar luces encendidas reflejadas sobre el asfalto mojado. Calles solitarias; calles con enigmas e historias escondidas en cada rincón de la noche. Malena tiene a su lado documentos escritos por Jonás con la fogosidad de sus ideas. Escribe con la misma pasión con que pinta. Sonrió Malena; tiene presente la cara que ponía Jonás cuando trataba de explicar sus proyectos La gran revolución del color, sostenía. La gran revolución social que sospecha se avecina sin obstáculo. Piensa Malena en los gestos graves de su rostro y las sentencias ejecutadas con sus mímicas cuando se aferra a la revolución. Se empapa de ella; se transforma y se funde con otra pasión. Sonríe Malena con ternura tan insoportable como su nostalgia. Llora Malena su soledad, pero comprende que Jonás, obligado, tuvo que regresar por un tiempo a ese lugar donde sus fuerzas podrían recobrarse y aprovechar para visitar a Juan de Dios. Malena se durmió serenamente acompañada de una lluvia mansa y tenue. Sueña con espumas de mar, burbujas caprichosas sobre la arena. Deja Malena que el viento lleve sus cabellos sueltos, a lugares bellos, mientras abre sus brazos para tomar con una mano lo que puede del mar y con la otra, lo que entregue la arena dorada. Entonces las juntas transformándola en hermosos corales que coloca a su lado mientras las gaviotas bailan en el aire trazando círculos concéntricos por encima de su cabeza rodeada de belleza. Mira siempre al poniente. Los días escapan sin avisar a nadie. Sueña que Jonás esta a su lado. Siente su piel tan cerca, como el fuego encendido por el recuerdo manteniendo en sus manos la memoria de sus caricias. Imagina Malena su mejor recuerdo en el aire, en el mismo espacio vacío que la rodea. En la brisa húmeda del mar. Luego deja que las palabras escritas vuelen, para transformarlas en alegrías, en cantares y en búsqueda de magias pasadas.
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Asì es, la realidad superò la ficciòn. Una etapa negra y ojalà con una lecciòn històrica. El tiempo lo dirà
Gracias por leerlo
norma aristeguy
Pero... así fueron los hechos, así fue aquella locura de entonces. Parece trillado, pero esa vez la realidad superó la ficción.
Continúo con la que sigue.
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja