Del secuestro al Mar (III)
Publicado en Dec 07, 2009
Del secuestro al mar (III)
Malena es violentamente despertada, de forma tan violenta, que su cuerpo es tirado de la cama con patadas de botas lustradas y enceradas. Uno de ellos, que llegó a su departamento la tomó de los cabellos y le puso un arma en la boca mientras quitaba su ropa. Luego pregunta por Jonás. Sabe ella que está en la cordillera pero nunca visitó el lugar, nunca fue, nunca estuvo. Sabía que era una enorme cordillera donde un rancho de adobe estaba cerca de un río. La violencia se mezcla a la belleza de Malena. La burla de los uniformados y las amenazas se multiplican. Manosean todo su cuerpo sin respetar su intimidad más profunda. Violencia sin tregua continuada de tortura sin que puedan sacarle datos concretos. Malena tampoco lo sabe. Revolvieron el departamento con un solo objetivo y tuvieron éxito. Encontraron los escritos de Jonás. Cada hoja es repasada con detalle, buscan nombres y direcciones. Son concientes de la ideología de Jonás. También buscan armas y explosivos. Finalmente envuelven a Malena con una sábana, la llevan sin pudor al camión estacionado en la puerta del edificio. Vendan sus ojos, dejan su cuerpo desnudo listo para ser manoseado en el camino. Violaron su sexo una y otra vez dejando a Malena sin sensación de vida, convertida en un objeto. Un pedazo de carne sin sentidos. Malena tiene los ojos abiertos. Abiertos sin poder mirar porque están tapados por una venda oscura. Tampoco puede llorar ni humedecer sus párpados. Ha perdido sus lágrimas. Malena es una masa de carne insensible. La tela negra la separa del negro manto de la noche. La llevan a un encierro. Huele a campo, huele a árboles y bosta de vaca. Está segura Malena que se encuentra no muy lejos de la ciudad, pero más cerca de la muerte. Torturaron a Malena. La sumergieron en agua de cloaca; la estaquearon en el patio de cemento en noches de hielo; le tiraron hormigas y ratas negras y grises para que laman la sangre de sus heridas. Dejaron que las tijeras corten sus cabellos con mechones esparcidos en los retretes, orinaron su rostro hasta asfixiarla; martirizaron su carne y su alma; insultaron su vida y su historia. La picanearon. La violaron con objetos una y otra vez hasta que sangraron sus genitales, hasta que sangraron sus pechos, hasta que su cuerpo se transformó en una viva llaga. Entonces denigraron su espíritu. Hicieron de ella una mujer sin voluntad. Malena pide morir. Todas las preguntas giran en torno a Jonás; sus escritos, armas y fabulaciones increíbles de organizaciones a las que presuntamente ellos pertenecen. Malena fue dejada en la habitación del fondo del campo de exterminio disimulado por uniformados como si fuese una granja modelo para jóvenes huérfanos. Allí cayó tirada como bolsa entre medio de piernas y cuerpos fríos, abandonados húmedos, desde donde brotaban voces de dolor, piedad y consuelo. Amoldó su cuerpo a huecos espontáneos que encuentra entre esas anatomías anónimas para lograr un descanso rodeado de esa eterna oscuridad que nunca más la abandonará. Una montaña de cuerpos grises sin sombras, desnudas, heridas, manchadas con sangre de hermanos; sus amigos invisibles. Juzgados por verdugos que decidieron quién, cuál y cómo seguirían el camino de la tortura hasta quebrarlos; hasta que pidan perdón por hechos que nunca cometieron. Exigen que delaten amigos y parientes que nunca frecuentaron; hasta quebrar su resistencia en un suelo de excrementos donde el honor perdido deja intacta solo la dignidad. Supo Malena entonces que todo su cuerpo envejece de tanto dolor. De tanto maltrato. Toca su rostro que duele. Parece un pergamino de gritos adheridos, es una piel áspera con tierra pegoteada convirtiéndola en un cadáver viviente. Supo Malena dibujarse sin ojos en esa muestra de horror. Todo lo que toca a su alrededor huele a carne podrida. Olores de vivos y muertos juntos, pegoteados sin poder diferenciar nombres o caras, sin poder dar una palabra de aliento a quien ya está llegando a las orillas de la muerte. Malena supo de ese horror. De las tinieblas que nunca había soñado, ni aún cuando trataba de atrapar en el aire los sueños y las pesadillas de Jonás. No sabe Malena cuántas noches y días estuvo amontonada. Sí supo Malena que ese día vinieron cuatro uniformados para arrancarla de esa parva de cuerpos y restos humanos. No se queja. Se deja arrastrar y llevar por pasillos húmedos, hacia una puerta que supuestamente da al exterior porque el aire entra puro, fresco; envolviendo esos cuerpos que han estado sumergidos en vapores de carne deshecha. Los suben al cajón de un camión, el mismo camión que la trajo, solo que ahora no hay uniformados que aprovechen sus manos para maltratar su cuerpo. Su cuerpo está ausente. Es una sombra de su belleza anterior, un descarte lamentable de su vida. Arrancó el camión. Y en un viaje tranquilo, lleva esos cuerpos silenciosos hasta un lugar donde las hélices de un avión están en marcha esperando pasajeros al infierno con bodegas completas de seres humanos o casi humanos. Arranca el avión. Levanta un vuelo rápido. Hay una puerta vacía que deja entrar el ruido de motores y el zumbido del aire colado entre ese hueco y el pasaje amontonado. Asciende el avión. Vuela el avión. Viaja el avión con pilotos felices de cumplir otra rutina, llevar carne a los mares, a tiburones y peces; a los misterios del mar que nunca permanece quieto. En un momento dado los mismos brazos de tenazas que la treparon a la caja del camión, levantan cuerpos suplicantes de vida en un juego macabro tomándolos de pies y tobillos y, hamacando su humanidad putrefacta, los tiran uno a uno, despidiéndolos con risas, con burlas, dejan que viajen por las nubes como una carga abandonada al incierto vacío. Malena supo fugazmente lo que sintió cuando la enviaron a la nada. Al silencio absoluto de las nubes. A flotar sin saber volar ni ver donde caía. Solo flota con velocidad, como un pájaro herido sin defensa alguna. Cae herida de muerte. Malena sigue su viaje para estrellarse en el mar frío con el estallido que su cuerpo no resiste y comienza a morir lentamente, flotando primero y luego, entrando más tarde en profundidades del agua salada, que quema sus heridas. Se ahogó. Litros de agua entraron sin resistencia por su boca. Malena se alejó del mundo entregada a ese universo gigantesco de mar y vio por última vez, lo que había sido alguna vez su rostro perfecto. Esa mirada dulce y serena con su boca sensual que solía adornar con colores que a Jonás le agradaba. Se vio con su cuello cincelado, cilíndrico, suave, hermoso, asentado sobre hombros delicados donde el cabello juguetea. Observó también las manos delgadas, finas y suaves. No sabe Malena que hay una extraña música para acompañarla en la profundidad del mar, hasta que su figura se fue. Desapareció su mente. Su cuerpo se perdió salpicado de espumas blancas. Deja Malena su mundo. Entra en otro universo de paz, descanso, amor y recuerdos, donde Jonás siempre le decía: "¡Ve Malena por los colores; ve Malena por esa magia que aún no eres capaz de comprender!" Jonás tiene razón. Malena se sintió feliz aún cuando los restos de su cuerpo fueron encontrados meses después en arenas de una costa cualquiera. Hinchada. Azul. Violeta. Mordida por peces hambrientos y animales que solo el mar permite vivir. Malena está en paz.
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Hiilda Beroes.Դmercy
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
norma aristeguy
Te ruego que cuando tengas un momentito de tiempo, leas en mi rincón LOS VÁNDALOS, creo que es "tu Malena" que cuenta todo lo que resistió, llegando a la locura, pero en su caso, para no revelar el paradero de "su" Jonás, porque ella sí, lo sabía.
Este monólogo fue reescrito como guión por los chicos de escuelas secundarias y representado luego por ellos mismos, en "La semana de las Letras".
Tenemos que acompañarnos en el recuerdo y tratar entre todos de hacer un país mejor, tendremos que limpiar nuestros espíritus y remontar la voluntad y la esperanza, aunque parezcan sólo palabras, no lo son.
Te admiro por resistir semejantes recuerdos y poder pintarlos de este modo.
Saludos y un cariño.
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
fedra
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja