Mientras la indiferente señora le negaba la mano al pequeño mago de cara sucia y pies descalzos, una joven se limpiaba las lágrimas de impotencia ante tal imagen. Esas dos diferencias extremas, fueron solo una pequeña porción  de tantos sentimientos encontrados en un mismo viaje, obligados a ser todos oyentes y solo algunos espectadores del show.
Empezó, con un gran ¡disculpe la molestia!, suficientemente sonoro como para destapar los oídos y así darle lugar a la tan desafinada como hiriente canción, que se preparaba para salir despedida, como un puñal hiere conciencia. Mientras tanto, los espectadores, podíamos observar impresionados, como el protagonista lograba hacerse invisible, desaparecer, ante algunos ojos y al mismo tiempo dejaba con cada melodía, rebalsando de viva  realidad al resto. Para darle fin a la función, el mago eligió, como siempre, el mágico ruido de las monedas, bella canción de cuna para oídos mezquinos, instantánea
forma de hipnotizar asta el  sueño, mientras dura su ruido. Y así se despidió, dejando a su paso una revolución de sentimientos y eternamente atadas a su capa, las estelas de comentarios siempre presentes, justificaciones con pobre argumento, comentarios de color fosforescente, resaltando la bondad y quitándole su gran significado, entre otros.
Pero para algunos nos dejo un regalo, un mágico sentimiento superior, que se impone ante los otros de impotencia y bronca,la maravillosa sensación de ayudar, un privilegio que no es para todos.