Va el pescador con su sedal invisible
a los bordes de un río macilento.
El viento, soez, lo ataca y contraría
y un sol ardiente le clava sus espuelas.
El parece un solitario punto perdido
lleno de total fragilidad.
En el enclave que cree recién creado
lanza lerdamente su mecatillo al agua:
Agua que se secó ya hace más de un siglo.
Los rapaces piensan que es un demente
y le hacen las señas groseras de los locos.
El pescador los ignora y mordisquéa algún bagazo.
Mas acontece que está en pleno desierto
y contempla rocas y arenales como cardúmenes de peces.
Hace tiempo que el clima lo atormenta
y que su expedición se extravió por estos lares.
El es el único sobreviviente
y la sed lo mantiene desvariando.
Es un hombre delgado casi hasta lo inimaginario
y su cara no es más que un pedruzco seco.