El ángel también tiene un Bachert.
Publicado en Dec 18, 2009
Que lejos y que blanco se veía el techo de su pieza desde ese rincón… su rincón.
Sofía solía sentarse en ese Pouf con forma de pera gigante: se tapaba con su manta preferida regalo de su mejor amiga, un café en mano y un cuaderno hecho por ella misma. Podía pasar horas y horas escribiendo ahí, sin que nadie la molestara, con la puerta siempre cerrada… bueno, casi siempre. A veces se sentía parecida a Jo del libro “Mujercitas”, porque así como a ella le adivinaban el ánimo por la forma de usar su gorro, ella dejaba la puerta de su pieza de tal o cual manera para que aquel que quisiera interrumpirla, pensara bien si era oportuno molestar a “La Artista”. Ella se puso así, y todos en su casa la llamaban de esa manera, pues no sólo escribía historias fantásticas, sino que también pintaba hermosos cuadros a Óleo que siempre representaban su parte favorita de la historia. El arte era su manera de evadir sus propios pensamientos, y hasta el momento le había ido bastante bien haciendo eso. Pasaba bastante tiempo sola en el Departamento que compartía con su Madre y su hermana Camila, 10 años menor que ella. Para sus 18 años, Sofía escapaba bastante del común de sus pares en cuanto a forma de ser y de pensar se refiere: No era muy sociable, creía aun en cuentos de hadas, no se pintaba, leía muchísimo y casi no tocaba el computador. Todo esto se debía a que su abuelo Paterno, o su Pitufo como le decía ella, desde que ella era muy pequeña le contaba historias de cómo Dios enviaba a sus ángeles a diario para que conocieran lo que ellos creían era el mundo real. Muchos vivían un tiempo en la Tierra pero se marchaban al conocer el dolor, otros en cambio, demostrando un valor increíble se quedaban y volvían al Cielo después de muchos años, agradecidos de la oportunidad que Dios les había dado. Su Abuelo le decía que ella era uno de esos ángeles y que por eso era tan especial para todos en esa familia. De esos cuentos de infancia se aferraban las historias de Sofía: Escribía sobre esos ángeles que habían decidido pasar una eternidad en la tierra, y no en el cielo; escribía su historia, el porque de su decisión, sus miedos, las veces que quisieron volver… ella podía ver todas sus vidas y escribirlas en un segundo. Ese tarde de invierno, comenzó a escribir la historia número treinta en el cuaderno número trece con el quinto lápiz blanco que ocupaba en el año. Comenzó a mirar la ventana, cerró los ojos, sintió como caía la lluvia, como sonaban los truenos y dejo que un intenso relámpago iluminara toda su habitación… fue en ese momento cuando comenzó a escribir su historia: “18 años, moreno, ojos café de mirada intensa, ni tan alto ni tan bajo, ni gordo ni flaco, pelo negro algo largo, caminaba despistadamente alrededor de los juegos de la plaza de la sede…” Miro su reloj. Eran las 9 de la Noche. Se había pasado más de 3 horas escribiendo de Tomás y no hallaba la hora de volver a su rincón para seguir escribiendo. Salió de su pieza pero no había señales ni de su madre ni de su hermana. Decidió volver a su cuarto, pero en vez de seguir escribiendo, prefirió recoger ideas de la Televisión para su historia. Al rato se durmió profundamente. Jamás supo que la lluvia había cesado, que la sede seguía abierta y que por los juegos, se paseaba un chico moreno, ni tan alto ni tan bajo caminando despistadamente. Despertó sobresaltada al otro día mirando con pavor su reloj. Eran las 8.15. Voy a llegar atrasada a la U ! .- Pensó inmediatamente. Se sentó de un salto en la cama y recordó que las vacaciones comenzaban justamente ese día. Sonrío tranquila. Daba igual, era temprano y Tomás la esperaba en su rincón, tenía que completar su historia o el jamás lograría completar su ciclo. Escribió como nunca. Algo tenía esta historia que la llenaba, la hacía llorar, reir, hasta gritar causando que su madre corriera a su pieza pensando que había entrado alguien. Ella sólo se limitó a decir: Es que Tomás me pone los nervios de punta! Y apuntó el cuaderno. La madre rió y salio en silencio de la habitación. A las dos de la tarde almorzó y salio a dar una vuelta. Se sentó en una banca de la sede y contempló lo hermoso que se veía el cielo de Valparaíso después de una lluvia. - Nubecita rosa, demasiado para mi gusto, si hasta pareciera que fuera de Algodón.- Dijo en voz alta - Ojala pudieras comprobar que es de algodón.- Dijo alguien a su lado. La niña se sobresaltó y miro desconfiadamente hacia su lado izquierdo, pero en cuanto vio el rostro del hombre que le hablaba, sonrío. - Si, es verdad. Es extraña pero se le ve tan cómoda ahí. Ya quisiera ser de algodón yo también.- Dijo Sofía riendo. - Soy Tomás, 18 años, mucho gusto.- Dijo el chico estirando su mano. - Sofía, 18 años, y no soy de algodón.- Le dijo ella tomando su mano y riendo. Era muy raro, ella no solía reír con extraños y mucho menos decir cosas como: no soy de algodón. Conversaron hasta entrada la noche, ambos sentados en esa banca. Tomás le contó que no vivía lejos de allí, que trabajaba en una cafetería que estaba en la plaza Anibal Pinto y que le encantaba le arte. Ella hablaba encantada, contándole todo lo que podía, excepto claro, sus ángeles; ellos eran su secreto y siempre sería así. O le contaría? Algo había en esos ojos oscuros, algo tan inmenso, que hacia que cada vez que Sofía los miraba, su corazón se apretaba. Cinco para las diez se levanto para irse, Tomás la tomó de la mano, se la besó y le puso una rosa en el Pelo. - Para el recuerdo de 3 horas de una eternidad.- Le dijo riendo. Ella le dijo adiós con la mano, se dio media vuelta y corrió hacia su Departamento. Llegó casi a las diez a su casa, entro en su cuarto, se acurrucó en su rincón y siguió escribiendo. Las tardes de conversación con Tomás, el chico de la sede como le decía ella, se volvieron casi adictivas. Siempre en la misma banca se sentaban a conversar hasta las diez, cuando ya con suerte lograban distinguir caras. Dos meses habían pasado, dos meses en donde Tomás había adquirido una importancia vital en la vida de Sofía, tanto así que le dio al Tomás de su historia muchas de las cualidades de “su Tomás”. Tanto así, que en una de sus conversaciones le contó las historias se su abuelo, sus historias, sus ángeles. Una tarde, entre una de sus conversaciones en la banca, Tomás le preguntó a Sofía si sabía lo que era el Bachert. - ¿El Bachert? .- dijo ella pensativamente .- No, nunca lo había escuchado. - Es, como dicen por ahí: La historia más hermosa del mundo. El Bachert es la persona que Dios te ha destinado, tu mitad, tu verdadero amor y tu misión en la vida es encontrarla, pero más aún, poder reconocerla.- dijo Tomás. Sofía guardo silencio. Lo miro largo y le dijo: - ¿Crees que los ángeles que no quisieron marchar a la Eternidad del Cielo, se hayan quedado porque encontraron en la tierra su Bachert? Quizás, sólo podían volver al cielo si su Bachert era también un ángel… en el caso de que no fuera, su decisión era la de quedarse con el amor de su vida, o volver a la tranquilidad del Cielo… ¿No crees?.- dijo ella tomándole las manos. - Sofía.- dijo él mirando al suelo. Tomo aire, la miro a los ojos y le dijo, tomando su cara.- Yo sé que tú eres mi Bachert, que la historia de Tomás no fue más que un aviso de mi llegada para que te dieras cuenta y supieras reconocer, que yo llegaría a entender todo eso que nadie jamás se dio el tiempo de escuchar. Yo quiero estar contigo una eternidad entera, no quiero mas trocitos, quiero abrazarte, besarte, transformar esta banca en nuestro mundo perfecto, que la gente sepa que las historias de hadas y ángeles no son fantasía, que… Pero de pronto la voz de Tomás se apago, sus ojos se esfumaron, la banca ya no estaba, y ella misma parecía brillar como si el Sol se hubiera posado en el centro de su cuerpo. - ¿Sofía?... Sofía mi niña, abre los ojos. Ella obedeció y sus parpados se despegaron. Tenía la vista nublada, como si llevara siglos durmiendo, miro en dirección a donde escuchaba la voz y veía figuras abrazadas, percibía algunos sollozos, pero no lograba entender nada. Sintió una mano alrededor se su propia mano, la apretó. Alguien le beso la frente. Volvio a cerrar los ojos muy fuerte, los abrió y todo apareció claro como el cristal. Su madre le sostenía la mano y lloraba, pero de alegría. Su hermana apoyada a los pies de la cama la miraba con una sonrisa radiante. Su padre abrazaba a su madre y sonreían juntos. Miro hacia la puerta y vio ahí a Tomás. Abrió muchísimo los ojos. Tomás la miro, se le acerco, le besó en los labios y desapareció. - ¿Mamá? .- dijo Sofía con una voz inaudible.- ¿Mamá, donde estoy? - Hijita tranquila. Duerme luego te explico. Nuevamente obediente, Sofía cerro sus ojos y durmió. Supo a la mañana siguiente, que hace diez días sufrió una severa trombosis. Habían localizado el Coagulo en el Lóbulo Izquierdo de su cerebro, pero estaba situado en un lugar donde ningún neurocirujano se atrevería a operar. Cayó en coma la misma tarde del accidente. - ¿O sea que Tomás fue tan sólo mi mente jugando conmigo? .- se decía ella todas las noches que siguieron a su despertar en el hospital. Lloraba en silencio cuando ya no había nadie en su sala. A los 12 días de su despertar del coma, Sofía fue dada de alta, con muchas precauciones y un reposo extremo. Llego al Departamento. Su madre entro con ella a su cuarto, la acostó, la arropó y le puso su cuaderno de historias sobre las piernas. Sofía lo miro y sus ojos se llenaron de lágrimas. Lo abrió en la página que estaba marcada. Cuando miro las hojas el corazón el dio un saltito. Pegada en una hoja con muchos colores, habia una rosa un poco marchita. Debajo de ella se leia la frase: “Para el recuerdo de 3 horas de una eternidad”. - Mi Bachert de verdad existió.- cerro el libro y lo puse sobre su pecho. Sonrió. Apoyo su cabeza en la almohada y se quedo profundamente dormida.
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja