Pacto Oscuro
Publicado en Dec 19, 2009
Pacto Oscuro
Hospital “San Sebastián”, Noviembre de 2009. En ese momento en el que la muerte nublaba mi vista y pensamientos entonces recordé lo que los maestros Diagorah me había enseñado, casi no pude recitar el conjuro en mis pensamientos, pero lo había logrado milagrosamente: ― ¡Sammael! ¡Ea aknoraía, lithamea! ―Sentí que mi corazón se detuvo, pero aún seguía vivo, sentí como un frío enorme me invadía el cuerpo y vi como mi piel estaba pálida como mármol, era un muerto en vida. Criaturas hechas de nubes de neblina negra llenaron toda la habitación de aquel hospital con sus gritos y gruñidos, los doctores y enfermeras que trataban de ayudar a mi corazón para que siguiera latiendo desaparecieron, las luces se apagaron cuando las nubes de neblina las atravesaron y la habitación quedó ensombrecida, solo se notaba la silueta de las demás camas que antes estaban ocupadas y ahora estaban vacías. Los gritos se fueron apagando y entonces escuché los pasos de El que debe ser llamado. ―Vaya, vaya, vaya… pero si es Gabriel… ―un manantial de sombras brotó del suelo y una figura humana vestida de negro apareció de ella al pie de mi cama, una melena larga y blanca le caía en los hombros como de plata. Vestía un traje de gala de color negro que le quedaba a la perfección, su piel pálida y ojos azules resplandecían ligeramente en contraste con su ropa oscura. Dos alas negras entre monstruosas y celestiales le brotaban de la espalda abiertas de par en par casi llegaban al techo― ¿Para qué has solicitado mi presencia? Acaso… ―miró alrededor―…no puedo creerlo ¿Estás muriendo? Sonrió. Sus rasgos eran juveniles y delicados como de mujer, pero su voz era la de un hombre: ―Sabes perfectamente porque te he llamado Samael, guardián de los desahuciados. ― Calma ¿Dónde está tu sentido del humor Gabriel? ¿Qué te preocupa? ―encogió sus alas y se acercó a la cama―. ¿“Guardián de los desahuciados”? No me llaman así desde hace siglos Gab, ahora soy “El ángel de la muerte”. ―Me llamo Gabriel y no te llamé para recibir tus burlas, Samael. ― ¿¡Quién crees que eres mortal inmundo!? ―Sus ojos se iluminaron en rojo y los demonios ocultos gruñeron ante la furia de su amo―. El hecho de que haya acudido a tu llamado no significa que cumpla con tu voluntad Gabriel. ―Te equivocas, mi padre es Jacob el mestizo, te salvó de los Diagorah hace doscientos… ―…Treinta y ocho años. Lo sé ¿Y eso que tiene que ver Gabriel? ―Sabes bien que le debes un favor Samael, le diste tu palabra―dije desde mi cama frío y muerto como estaba. El solo sonrió y habló sin pensar demasiado: ―Soy un Demonio, Gab, un ángel caído ¿crees que tenemos palabra? Lo lamento, si hubieras sido un poco más cortes… ―hizo un gesto de despedida abriendo sus alas. Sonreí. ―Samael, mi venenoso amigo ¿Crees que Jacob el mestizo habría confiado en la palabra de un ángel negro? ―el se giró a mí y entonces le mostré la marca en forma de medallón que llevaba en la palma de mi mano con lo cual pareció sorprenderlo. Los demonios gruñeron de nuevo. ―Es el Grial eth Sammael, hecho por los Diagorah. Con mi muerte mi hija te encerrará en él como mi padre debió dejar que lo hicieron hace dos siglos, Samael ―me miró con odio―. También sabemos jugar sucio mi demoniaco amigo. ― ¿Qué quieres a cambio para dejarme libre? ―No morir Samael, quiero más tiempo… Sonrió. ― ¿Es todo? ―Así es, y serás libre entonces. ―Bien, entonces que así sea amigo Gabriel ―sus ojos brillaron y los gritos demoniacos invadieron el lugar, doce demonios entraron con sus nubes de humo en la habitación y formaron un remolino alrededor del demonio y luego el torbellino oscuro cambió de rumbo y entro en mi cuerpo llenándolo de fuerza. Miré mi mano antes de quedar inconsciente y la marca había desaparecido. El que debe ser llamado había cumplido su palabra. ―Tengo sed ―dije cuando todo era silencio. Mi infernal acompañante me señaló un vaso de agua que estaba en la mesa de noche. Lo levanté y bebí, pero mi sed no cesaba. ― ¿Aún tienes sed Gabriel? Afirmé. El sonrió. ―Pediste no morir, pediste más tiempo y te lo di Gabriel, eres un no muerto y tienes la eternidad para ti, pero solo calmando tu sed podrás disfrutarla ―dijo y se desvaneció. Las luces se encendieron, pero una sábana blanca me cubría la vista y sentía como si me estuviera moviendo. No la quité de mis ojos pero me di cuenta que ya no estaba en mi cama sino en una camilla. El movimiento se detuvo y entonces escuché un ruido metálico. ¿Me creían muerto? Quité la sabana de mi cara: Estaba en la morgue. Miré a un lado una mujer estaba allí mirándome antes de caer desmayada. Entonces supe lo que calmaría mi sed. Con el amanecer los rumores de que la doctora Marie Davison había muerto en la morgue con dos hoyos en el cuello y sin una gota de sangre llenaron el hospital junto con la escalofriante noticia de que el cuerpo de un hombre había desaparecido del mismo lugar.
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Francisco Perez
Pdta: Los lectores de poemas, si, son mas entusiastas...
Angelica
al parecer los lectores de poemas son mas entusiastas!!