Canto de Sangre Rumanía, invierno de 1599. Transilvania. La niebla caía en una nube enviciada de misterio y espesa sobre los techos de las casas ennegrecidas por la oscuridad de la noche. Un aire frio que se negaba a moverse atraía la nieve que comenzaba a condensarse en las alturas y en lo profundo de las nubes casi negras sobre el pequeño pueblo en la falda de los Cárpatos Meridionales. Bogdan era como un pueblo fantasma con pocas casas antiguas y solo tres calles de tierra; una iglesia precaria era lo que más se notaba en aquella noche por sobre la bruma que envolvía al pequeño pueblo y poco más de una docena de lápidas y cruces rodeadas por rejas negras con feos diseños oxidados y frágiles con sus puntas de acero mirando al cielo para alejar a los intrusos, para impedir que nadie entrara en la noche al cementerio, o como muchos pensaban que solía suceder en los pueblos cercanos, que nadie saliera de él. Aunque las rejas ya estaban tan dóciles y dañadas que seguro no sobrevivirían mucho más, cualquier vivo podría romperlas y tal vez también los muertos. Eran poco más de una docena de casas todas dispuestas para demarcar tres calles y al final de la calle central, en una colina, se levantaba la pequeña iglesia con su cementerio. Todo rodeado de bosques fríos y oscuros. Aquella noche la atmosfera brumosa parecía arrastrar los cantos de una vieja. Nadie podía dormir pues una voz temblorosa arrastraba las estrofas de una canción siniestra y sin ritmo a media noche. Las mujeres y hombres estaban en las ventanas pero sin abrirlas, como si dejar entrar aquella niebla fantasmal les pudiera provocar la muerte. Solo mantenían el oído aguzado para escuchar de donde provenía el canto que los había despertado de su profundo sueño:
Vino, vino el hombre oscuro… Vino, vino su presencia maldita… La voz era quebradiza y de vez en cuando apenas se escuchaba, pero su canto repetía con insistencia:
Desde la tierra él lo ha llamado Y a su llamado el ha contestado… Todos los que se levantaron a media noche reconocieron la voz de la anciana Vesna, loca y solitaria vivía en algún lugar del bosque, siempre iba al pueblo y se quedaba allí cantando para nadie, pero antes de oscurecer regresaba a su hogar, ese día no lo había hecho. Algunos pensaron que su locura le había ganado la partida y entonces había olvidado todo:
…El con su manto lo ha resguardado Y una misión le ha encomendado… Estaba abrigada de los pies a la cabeza y caminando por el pueblo entre las calles con su bastón en mano seguía entonando con su voz rebelde:
…Sus carnes podridas él las ha curado. Un muerto vivo al pueblo ha llegado… Con una carcajada que rompió el silencio e hizo volar algunos cuervos se detuvo antes de seguir su tonada:
Vino, vino el hombre oscuro… Vino, vino su presencia maldita… Algunos de los que habían escuchado la risa se quedaron acostados con los ojos clavados en el techo de madera y paja de sus casas. Pensando en el mensaje de aquella tonada y tratando de amansar el miedo que les provocaba aquella anciana “loca” azotada seguramente por los demonios de la noche o sus demonios personales.
…Sus carnes podridas él las ha curado. Un muerto vivo al pueblo ha llegado… De nuevo la anciana soltó una carcajada al terminar la melodía. Algunos se levantaron y sentaron en sus camas sintiendo como los cantos y risas de la vieja eran cada vez más lejanos hasta que la paz recuperó a la noche envolviéndola. Algunos ojos seguían abiertos y aguzados unos cuantos oídos, pero los cantos ya no estaban. Solo un viento frío se escurría en las tres calles de aquel pueblo.
Un grito ensordecedor rompió la paz nuevamente. Un grito desgarrador y agudo como un llanto de pánico y dolor al mismo tiempo atravesó el aire como un rayo. El pueblo se quedó en sus camas sin hacer caso. Pero al amanecer, con la neblina aún esparcida por el suelo como una alfombra espectral y con el sonido de un llanto discreto, se levantaron para ver a una mujer que estaba en la calle central junto al cadáver de la más bella joven de Bogdan. La multitud se acercó y rodeó la escena: Camelia yacía fría en el suelo, sus labios morados y sus rasgos empalidecidos como de un muerto se notaban pacientes enmarcados en los largos cabellos negros y brillantes. Su ropa blanca y clara dejaba ver las formas de su bello cuerpo. Pero a los hombres de Bogdan nada le importaba la belleza robada por la muerte sino los dos puntos rojos en el cuello blanco de la joven que indicaban que era una no muerta.
Desde aquel día, Vesna no se ha vuelto a ver en Bogdan. La tumba de Camelia fue exhumada para matarla con una estaca, pero su cuerpo no fue encontrado.
Francisco Pérez.
Francisco Perez
Lirica
Francisco Perez
Angelica