FRICA
Publicado en Dec 24, 2009
Retrato en Letras: África. El pequeño Danjuma se levantó con un salto de su cama y salió raudo a través de su pequeña cabaña con suelo de tierra en la planicie seca por el sol infatigable. Mientras corría afuera para recibir el primer rayo dorado de la mañana, limpió las lagañas que los sueños le habían provocado, sueños que le prometían un mañana mejor para el antiguo suelo que lo vio nacer, para el suelo que vio nacer a la humanidad entera según decían unos hombres blancos en tierras lejanas en donde por el terreno no se extendía en vastas sabanas de superficie árida por donde paseaban los felinos más grandes de la tierra, sino que habían torres gigantes de piedra que llegaban a las nubes donde vivía la gente de piel pálida. Corrió rápidamente cuando todo estaba oscuro en medio de aquella aldea y atravesó las pocas y humildes casas congregadas cerca de una fugaz fuente de agua. Miró al este y allí estaba el hermoso resplandor naranja y rosa detrás de la sabana que parecía infinita, anunciando al sol naciente, el sol que marcaba el nuevo día y el sol que tría recuerdos del ayer. El pequeño Danjuma no llevaba más que una vieja camisa de algodón verde aceituna dada por unos misioneros de la cruz roja muy bondadosos que habían pasado por el pueblo en sus carros tan rápidos como un leopardo. También vestía un pequeño calzón beige que le cubría del frío en las noches. Recordaba la alegría de aquel día con entusiasmo y anhelaba poder ser llevador de alegría para su pueblo en el futuro, si es que el agua le permitía un futuro a su aldea entera y si las guerras despiadadas de su pueblo le permitían ser un hombre algún día. Miró al sur: En la planicie desolada se levantaba una colina sobre la cual había un árbol grande y solitario con pocas hojas, las ramas se esparcían en una explosión ordenada para que las hojas alcanzaran el sol de oro que las mantenía verdes con la ayuda del agua que surgía de la tierra. Danjuma corrió hasta el árbol dejando una estela de polvo detrás de sí. Con velocidad increíble, como si ya conociera el lugar exacto en el cual colocar sus pies y sus manos, se subió en una rama y se sentó mirando al este donde el resplandor era más naranja y donde el cielo y la tierra se unían por un hilo de oro. Un grupo de aves que se notaban como puntos negros en el cielo de amanecer, volaba desde el este en una bella formación, como si su papel en aquel paisaje fuera hacer una coreografía aérea que embelleciera la creación de los sabios dioses del África. Las nubes se pintaban con el colorido del amanecer y decoraban con sus vapores el hermoso cuadro. Danjuma posó sus ojos negros en el hermoso espectáculo, el sol, comenzaba a notarse como un trozo de moneda incandescente que sobresalía detrás del borde del mundo y el cielo perdía ese tono rosa y se volvía cada vez más amarillo y naranja. Le gustaba ver como nacía el día, porque según su padre, los primeros rayos del sol bendecían a los ojos que los vieran porque traían la magia de los dioses, la magia más fresca y nueva que se esparciría por el mundo. Así, el sol fue desnudándose de la tierra y formando un circulo que flotaba a los lejos emanando el calor que abrazaría la piel de aquel niño. La brisa de la mañana era cálida y movía un poco las hojas del árbol en el que Danjuma observaba. Tenía la mirada hipnotizada y bañada por el brillo del amanecer, evocándole recuerdos de un ayer y trayéndole deseos de un mañana. Miró con paciencia a las aves acercarse en su vuelo sincronizado y paciente, mecidas por las fuerzas invisibles del viento que se colaba bajo sus plumas. Dajuma quería llegar a ser médico algún día para curar las pestes que mataban a su gente y que se llevaron a su propio padre y hermano menor. Sabía que le costaría hacerlo pero tenía la fe de que lograría aquello que soñaba. Llevar sonrisas a la tierra de sus ancestros. Cuando el sol remontó por completo el horizonte, el cielo se iluminó de amarillo y entonces una brisa suave que le recordaba las palabras de su padre le arrancó una sonrisa a Danjuma mientras una lágrima de alegría se le resbalaba por la piel oscura de su mejilla. Miró hasta donde se encontraba su casa y allí estaba su madre con un gran jarrón de barro en la cabeza, sonriéndole y llamándolo para ir en busca de la preciada agua y así comenzar el día. El viento le movía las telas suaves de un atuendo, que a los ojos de Danjuma, la hacía lucir como una diosa. Echó un vistazo más al sol recién nacido y bajó del árbol para empezar su día. Caminando de la mano de su madre hablándole de su futuro como portador de alegría e invocando el mañana libre de guerras que el ayudaría a construir.
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Francisco Perez
Angelica
Francisco Prez