Julieta, ACUSADA
Publicado en Dec 26, 2009
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    yo veía algo extraño en ella. Presentía que me engañaba. Para entonces, seguía cada uno de sus movimientos sin que lo advirtiera. No faltaba mucho para que los encontrara revolcándose.
   Agudicé mi instinto, y la hice creer, que no había sospecha alguna sobre su relación con mi "gran amigo" Romeo.
   Julieta era muy seductora. Me hacía juegos eróticos; que ahora entiendo que eran para disimular. Pero ella no imaginaba, que cuando gemía, yo advertía que todos sus movimientos eran una farsa; porque al llegar el momento donde se suponía que los dos debíamos dejar salir la locura final, solo a mí se me iban los ojos para atrás; mientras, en todo el acto, yo la veía que todo el tiempo miraba su teléfono. Sólo esperaba que mi cuerpo desvaneciera para simular también saciedad. Mas yo quedaba en la cama crucificado, y a Julieta no se le caía ni un solo gesto de amor por mí. Descubrí que sólo me entregaba sudor. Enseguida saltaba de la cama, y partía al baño para encerrarse media hora con su teléfono. Yo, me quedaba dormitando, y pensando cuál es la razón que impulsa a un amigo para tirarse a su esposa. Pero los iba a encontrar, tarde o temprano los iba a encontrar.
    Hilé muy finamente mi plan. Luego de aproximadamente dos meses de vivir silencioso entre las sospechas; so pretexto de estrés, pedí una licencia de dos semanas en mi trabajo. A Julieta también le pedí mucha comprensión, ya que me iría sólo a pasar unos días a la isla de Pascua. Y sin ninguna aprobación de ella, armé una pequeña valija, y solo me fui a un hotel barato que estaba ligeramente alejado de la ciudad donde yo vivía.
   Entré a la habitación (era una pocilga), cerré las cortinas y la puerta con llave, puse la valija sobre la cama, y la abrí; saqué el arma y una libreta. Aquella, la primera noche, apunté: son las veintitrés cincuenta del día lunes dieciocho de septiembre, no sé si hoy los encuentre in fraganti, pero voy hasta mi casa, sin el arma, para ver qué hacen Julieta y Romeo en mi ausencia.
   El taxi me esperó a una cuadra. Nadie vino esa noche a verla. Confirmé que mi seductora mujer no había salido; también que sus reiteradas aparecidas al balcón eran para hablar todo el tiempo por teléfono. Obviamente, era muy pronto para que se deschabe. Sabiendo la larga espera del taxista, regresé al hotel decidido a calmarme, y esperar dos noches más.
   Miércoles veintiuno, septiembre, veintitrés horas. Con la magnitud de este día afrodisíaco, puedo imaginar lo que me encontraré en casa, por eso llevo el arma. Porque sin importarme la amistad con Romeo, voy dispuesto a darle en las bolas, y por qué no también en la cabeza. Lo que pase conmigo, solo Dios sabe
   Esta vez, lo despedí al taxista diciéndole que vuelva en media hora.
   Llegué a la esquina, enfrente de casa, y ahí estaba, parado en la puerta como confirmándome todo, el auto de Romeo. Claro, ningún vecino podría sospechar de aquel vehículo, ya que eran habituales sus visitas, que ahí entendí que no era exactamente a mí al que venían a "saludar un rato".
   En el balcón no había nadie, las luces de la casa estaban apagadas, apenas si se veía una luz tenue en mi habitación, y como dije, las puertas del mirador estaban cerradas, y las cortinas, fueron elegidas para que nadie viera desde el edificio de enfrente. Miré el reloj, me di cinco minutos para tomar el coraje necesario y entrar a casa. Al tercer minuto mi cabeza ya era un infierno. Las imágenes de aquellas poses revolcándose en mi cama me llevaron a verificar nuevamente el arma.
   Ya habían pasado siete minutos y no se me hacía fácil matar a mi amigo,  mucho menos a mi esposa.
   Lo que me llevó a tomar la decisión, fue verlo a Romeo salir al balcón con el torso desnudo hablando por teléfono, fumando. Reaccioné al instante, y crucé. Entré, corrí escalera arriba, llegué a mi dormitorio, y cuando vi las imágenes de mi mente hechas realidad, el frío que me vino fue porque sentí más ganas de matarme que de matarlos. Es que Julieta, mi dulce Julieta, estaba tirada en el piso, boca arriba, justo debajo del primo de mi amigo. ¡En mi casa, y en mi alfombra! Dije mirándola y casi como llorando sangre. Romeo entró diciendo te vamos a explicar. El primo agarró un puñado de ropa y saltó por el balcón. Apuntándola a ella le ordené que no se levantara del piso, estaban blancos, no lo pude soportar más y maté a Julieta. Romeo me gritó ¡qué hiciste hijo dep!, y se tiró llorando sobre ella. La próxima bala, y viendo la escena de entrega total, era para su nuca, o mi pasmada cabeza.
   Haber decidido por la nuca de aquel que se dijo siempre mi amigo, creo que fue lo más acertado. Pues yo llegué agitado a donde ya me estaba esperando el taxi, y volví al hotel.
   Quemé el anotador y tiré el arma en la costanera. A los diez días, volví a mi casa completamente desestresado.
   Esto de levantar sospechas, no es bueno en un matrimonio.
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Foto del autor lucas
Textos Publicados: 11
Miembro desde: Sep 15, 2009
1 Comentarios 525 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

una historia de un engao matrimonial

Palabras Clave: romeo julieta

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Derechos de Autor: si


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gabriel falconi

muy bueno lucas
me atrapo desde el comienzo
pobre julieta jejej.... pero bueno con esos nombres estaban destinados a la tragedia
te mando un abrazo y te felicito
Responder
March 28, 2010
 

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busy