Un cuento de Navidad IV
Publicado en Dec 29, 2009
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Capítulo IV
        Como calificar mi llegada a aquel salón sumido en la nebulosa de humo que desprendían las pipas que fumaban los parroquianos, envueltos en un agrio olor a vino avinagrado y a cerveza tibia. Nadie se alegra de mi llegada. Han interrumpindo momentáneamente la música los dos hombres, de extrema delgadez y mirada desconfiada que tocaban sendos violines; otro, sentado delante de un piano de pared me mira con desprecio, importunado tal vez por mi inesperada aparición, pero reemprende, con renovada energía sus movimientos sobre las teclas y los del violín continúan tocando haciendo caso omiso a mi presencia.
         Un hombre de avanzada edad coge la maleta que el cochero acaba de depositar a mi lado y me invita a seguirlo. Es el Viejo Gastón, el posadero, quien me ofrece una sonrisa forzada a modo de tímida bienvenida. Mi habitación está en la planta superior. Me acompaña, por orden de Gastón, una criada menuda, jóven y poco agraciada, aunque de escote generoso. El dormitorio es una estancia desangelada, de muebles tristes y viejos, aunque la cama parece cómoda y limpia, lo cual ya es mucho.
         - Dése prisa si no quiere acostarse sin cenar – dice desde la puerta la chica esgrimiendo una sonrisa que desprende cierta sinceridad.
         El salón parece más tranquilo, muchos de los parroquianos han debido de marcharse. El ruido ya no es ensordecedor, la luz más ténue - algunas lamparillas y velas han sido apagadas - confiriendo una cierta penumbra a algunos de los rincones del local. Los músicos descansan apurando unas jarras de vino. Fuera el viento sopla y ulula con desmesurada intensidad haciendo que los copos de nieve ejecuten un alocado baile, de incesantes y nerviosos vaivenes, antes de posarse sobre el manto blanco que cubre la aldea. La muchacha que indica una mesa libre cercana a la chimenea, donde dos troncos crepitan mientras se cosumen ante el ímpetu del fuego. Me sirve una sopa que al menos me calienta y un asado de no se qué acompañado por una bazofia, que ni  me atrevo a tocar con el tenedor y una jarra de vino común. Demasiado común.
         El Viejo Gastón viene a interesarse por mi satisfacción en relación a lo que para él deben ser manjares, le pregunto sin mayor dilación sobre qué es lo que sabe en relación al Espíritu de la Navidad.  En su cara se dibuja una mueca de sorpresa e incomodo. Los que ocupan una mesa cercana a la mía me miran con desaprobación, sintiéndose ellos también traicionado por lo inesperado de la pregunta que surge sin previo aviso sobre un tema que parece importunarles. Nada más lejo de mi intención que no es otra que empezar a trabajar cuanto antes para poder volver al remanso de la habitación de la casa de Doña Clara.

-               Ese máldito hombrecillo al que usted llama Espíritu de la Navidad no nos ha traido más que porblemas desde que apareció por estas tierras – aseveró malhumorado mi vecino de mesa - ¿Acaso no será amigo de usted?
-               No. En absoluto. Sólo he de investigar sobre él para…
-               Le aconsejo que se mantenga alejado. No indague más, es como hurgar en la herida que nos legado su presencia en Beauboi. Será mejor para usted y para nosotros – apuntilló otro de los parroquianos, un hombre de nariz y ojos de ave rapaz, con tono entre amenazador y misterioso, acercándose tanto que sentí su aliento avinagrado golpearme la cara.
-               ¿Qué clase de problemas? – inquirí, tímido, temeroso de la reacción de mis ariscos contertulios.
-               Por ejemplo lo de los hijos del conde y la condesa…
-               Vamos, vamos dejad en paz al caballero con vuestras patrañas de viejas chismosas – interrumpió una mujer de proporciones enormes, ataviada de una túnica y un mugriento delantal que más parecía vestir un inmenso tonel que el cuerpo de una ama – soy Adelaida, la posadera y cocinera de esta vuestra casa. Lo que está sucediendo nada tiene que ver con la aparición del hombre del solar – continuó dirigiendose al resto de los parroquianos que habían interrumpido sus charlas para centrarse en lo que estaba sucediendo entorno a la mesa que yo ocupaba.
-               ¿El hombre del solar? – pregunté cada vez más confuso.
-               Si. El hombre del solar. Ha venido a Beauboi para poner en marcha unas obras en el solar adjunto a la casa consistorial. Pero nuestro señor alcalde no quiere soltar prendas – prosiguió la mujer dirigiendo sus palabras hacia un rincón donde un hombre de bigote poblado, nariz gruesa y ojos ensangrentados, quien agachó la mirada ante los inquisidores reproches de la tal Adelaida.
-               Lo de los gemelos de los condes es otro asunto que más tiene que ver con nuestro párroco que con ese personaje – aseveró por último levantando un clamor reprimido entre los asistentes, con sus palabras.
-               ¿Qué ocurre con los hijos del conde? – quise saber.
-               ¡Que están malditos! – Esta vez el clamor en el salón se desprendió de cualquier inhibición.
                 Continuará…
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Foto del autor Rafael Criado Garca
Textos Publicados: 35
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Descripción

Palabras Clave: Cuento navidad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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