Catalina
Publicado en Dec 30, 2009
Catalina miraba volar un gorrión y admiraba la libertad de volar que este tenía al pasaba cerca del umbral del carro. Este se agitaba bruscamente por el camino pedregoso. 'No es que no quiera, pero sé que usted va a seguir como si nada, cuando me vaya'. Ya no pensaba en la libertad del gorrión sino, en el hombre que la trasladaba de ciudad en ciudad, que le prohibía mirarle por mucho a los adinerados que deseaban comprarla. Pero ya habían pasado varios meses desde que llegó al lado de Dovoië. No sabía casi nada de él. Un anciano que parecía no tener vigor, ni luz. Tan delgado como una varilla de cedrón. Y olía como tal. A veces se sentía arrepentida de haber arrancado de la protección acuciosa de sus padres, triste y desolada.más desesperada buscó refugio en brazos de un hombre que la dejó por las aventuras del África. Le llamó más la tención de El Cabo, su calor sofocante, la humedad interminable, los bichos y las serpientes en el jardín. Catalina, sin dinero, ni amigos, deambulo por calles, bares y auspicios. Casi pierde la vida a orillas de un río cuando peleaba por un trozo de carne, pero le salvó Dovoië. Le tomo la cara entre las manos, miró fijamente a los ojos: - Con buena comida, dejaremos atrás esa cara de muerte. Harás lo que yo te diga. Desde esa noche no volvió a pasar frío o hambre, se convirtió en sirvienta y en maniquí. Y era mejor que nadar por las calles, pidiendo auxilio con la mirada y los brazos cruzados. Dovoië sabía que su deber era protegerla. Dentro de su corazón casi extinto, podía apreciar el dolor, la ternura y la inmadurez de Catalina. Aunque quiso dejársela para sí, al llegar a la siguiente ciudad, él la despojo de sus vestiduras, le besó la frente y le cubrió con un velo. Al estar frente a los compradores, se lo quitó. Ella estaba avergonzada, pero sabía actuar. Miró a lo lejos y a la nada, pretendiendo coquetear. El aire cantaba las piezas de oro que ofrecían por ella. Díez; cuarenta; sesenta y seis, pero Dovoië no las apreciaba. Catalina en un segundo cruzó miradas con un joven paisano que empezó a hacer fortuna por esos lares. Ambos se ruborizaron. Él no tenía suficiente dinero, se entristeció. Dio media vuelta hacia la salida. Volvió con una bolsita de terciopelo azul: - ¡Un perla! ¡Una perla por la doncella!- Todos rieron de él. Dovoië sonrió, vistió a Catalina para que saliera del salón con el joven, ambos cogidos del brazo.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|