Bellotas
Publicado en Apr 22, 2009
Aquel hombre salió de su pueblo con una mano delante y otra detrás, como se suele decir cuando alguien se va con lo puesto. Volvió treinta y cinco años más tarde en un deportivo rojo. Yo le ví aparcar y bajar del coche. Estacionó cerca de la que fué la casa de sus abuelos, ahora una ruina. Era la última hora de la tarde, el sol se ponía por fin. De casi rompe los termómetros hoy. Ahora se había levantado una brisilla, revolvía la melena blanca y repeiná del hombre. Chasqué una bellota, me la comí con gusto. El hombre traía una sombra muy alargada que se estiró por la chapa roja del coche cuando él cerró la portezuela. Seguía siendo bajito. Yo diría que estaba más canijo aún, con una inmensa sombra. Yo le miraba sentado en la sillita de mimbre que mi madre usa para las piernas entretenido comiendo bellotas que tio Jacinto había traido de la dehesa esta mañana. El aspecto del hombre impresionaba, como su sombra, aunque era el mismo esmirriaó que cuando ibamos a la escuela de la señorita Consuelo, era de los más enanos. Casi siempre le ahogabamos cuando nos apretujabamos alrededor de la chimenea atentos a la señorita que recitaba las tablas de multiplicar. Entonces la sombra no asustaba como ahora. El, mucho no ha crecido pero en cuarenta años ha criado una sombra que para darme alivio en los mediodias de verano la quisiera yo cerca. El hombrecillo miraba ahora, sin frio ni calor, los escombros de la casa de sus abuelos. Cuando se fué sus padres vivían ahí, él también. Quedaron solos. El padre murió cinco o seis años despues en un invierno de muchas nieves. Murió el burro y dos semanas despues murió el padre. Lo enterramos, al burro lo echamos a las alimañas. Pero él esmirriaó no apareció. La madre quedó sola. Ya nos hartamos de la cantinela de lo rico y poderoso que se estaba haciendo en la capital. Una mañana resbaló con los hielos de la calle. Vino una ambulancia y se la llevó. Luego llegó una furgoneta blanca en la que se leía "Hogar geriatrico El Buén Pastor", paró en su puerta y dos hombres cargaron cajas y ropas de la vieja. La sombra alargada volvió al coche y algo buscó dentro. Un teléfono de esos que anuncian y que tiene Justo, el pastor. A algún sitio llamó, y habló. Luego se volvió hacia mi, que seguía sentado en la sillita de mimbre tomando el fresco, pero no me reconoció. Cruzó la calle con su, cada vez, más estirada sombra. Se metió en la cantina. Yo grité hacia la cocina de mi casa "máma, voy pá la cantina". Crucé la calle trás él. Me fijé en mi sombra y no se parecía a la de él. Mi torcída columna hacía imposible ese alargamiento con el que él se paseaba. No entré, me quedé apoyado en el muro fumando un cigarrito y escupiendo cáscaras de bellota que se habían quedado entre los dientes. Llegaron dos coches que pararon en la mismisima puerta del bar. Bajaron un montón de chiquillos, un matrimonio, dos hombres y una pareja de jovencitos. La moza era de las que quita el hipo. El caso es que el matrimonio me resultaba conocido pero del pueblo no eran. Me fijé en sus sombras, sólo eran normalitas. Ninguna como la de él que daba susto. ¡Con lo enano que era, había que ver cómo la tenía!. Entraron, y yo con ellos. ¡Vaya un torbellino y griterio que se organizó en la cantina!. Besos y abrazos del matrimonio y él. Presentaciones de los hijos, y de los hijos de los hijos. Y de la buena moza. Ël la miró de arriba abajo y de abajo arriba, luego sonrió torciendo el labio. El novio de la moza, que era un tiarrón, miró al canijo como quien mira una mosca pensando si aplastarla o no. Pero cogió a su novia por la cintura y se la llevó a la maquina de bolas. Yo había pueto una moneda en la barra y bebía mi tercio. Era como un fantasma, una sombra, nadie parecía verme. Es normal, cuando te dicen "el tonto del pueblo" tienes permiso para ver y oir lo que está prohibido para el resto. ¡Total, eres tonto y no te enteras!. Sólo los chiquillos se dedicaban a fastidiarme todo lo que podían. Pellizqué a una niña de trenzas; aulló, pero nadie atendía. El matriminio y el hombrecillo sin sombra ahora, se había quedado fuera languideciendo con los últimos rayos de sol, hablaban asperos pero muy finos. Contaban de la infancia intentando animar el ambiente. Eran familia, en realidad primos-hermanos. ¡Ahora recordé al matrimonio!, habían venido al pueblo meses más tarde que la furgoneta blanca. Terminaron de llevarse los muebles y trastos que aún quedaban en casa de la vieja. Les ví cargar con el colchón del que ahora la sombra venía a pedir cuentas. El matrimonio palideció, y yo agucé el oido sin poder creer que la vieja, siempre viviendo como una pordiosera y quejándose de lo nada que tenía, guardara una fortuna en el colchón. Todos se pusieron tensos, pensé que iban a volar las manos. Pero no. -Vuestra hija es muy buena moza -dijo la sombra-. Pena de armario ropero que tiene por novio. Caminó hasta la ventana de la cantina y miró su coche aparcado en la penumbra, bajo la pobre luz de la farola. La chica se había acercado a él por indicación de su padre. El novio seguía jugando y meneando las caderas, el resto de los familiares animaban a una sucia tragaperras. -¿Te gusta? -dijo señalando con el mentón su coche -Si -contestó ella -¿Tienes carnet? -Recién nuevo -¿Quieres conducir? -¿Hasta dónde? -Hasta Madrid, mañana vas de tiendas -dijo seco señalando su vestido Ella calló. Él se acercó a los padres. -Olvidemos el colchón. Os traigo a la niña pasado mañana, domingo -dijo sabíéndose dueño de la situación. Tragaron saliva, callaron. La sombra pagó las bebidas. Todos habían callado, la máquina de bolas también. Salieron. Cruzaron la calle hacia el deportivo rojo. En el cielo ya oscurecido estaba la luna casi entera. El hombre recuperó su gran sombra alargada no bién pisó la calle. Abrió la portezuela, la chica entró huidiza. El novio, desncajado, se acercó al ladrón en dos zancadas y le zarandeó. Le hubiéra podido matar si quisiera. Los padres mediaron para que la cosa no llegara a más. El padre agarró al tiarrón por el brazo susurrándole algo al oido. -¿Dónde vas desgraciaó, no vés que la niña se va con su tio? -¡Con su tio!, ese enano que tiene los huevos como bellotas no va a llevarse a mi chica así como así. Le voy a sacudir hasta romperle la sombra, al desgraciaó de mierda ese. -¡Para macarra!, tú vas a hacer lo que yo te diga si quieres que la niña siga siendo tu novia. Así que tira, ¡tira ya!, a casa a dormir, y punto. ¿Entiendes?, mañana será otro día. Hoy no es mañana, Luciano. -Esto es demasiaó, ¿qué le deben ustedes a ese asqueroso?. Todos los ojos se posaron en la pareja. Las bocas de los presentes estaban entreabiertas, esperaban alguna palabra para cerrarlas. -Calla y camina -ordenó el padre al novio- tienes mucho de lo que cuidarte. No querrás que la niña sepa dónde te ví el otro día, ¿no?. El chavalote dobló, agachando la cabeza caminó hasta el coche. El deportivo rojo ya había desaparecido en la polvareda. Luego los demás. Crucé la calle saliendo de las sombras. Pasé por donde había estado aparcado el coche rojo, algo tirado en el suelo brillaba a la luz de la farola. Me agaché a cogerlo. Era el telefonillo que él había usado. Apreté un botón que tenía un teléfono verde pintado, aquello se encendió todo. Sonó la llamada, esperé. -Ay Alfredo, por fin -dijo una gritona voz femenina-, ¿cuándo vuelves, dónde estás?. ¿Has recuperado lo del colchón?, son como bellotas esa familia tuya, paletos hasta el tuétano. ¿Han puesto pegas esos ladrones? Hubo un silencio. Yo seguía escuchando. -¿Alfredo, Alfredo me oyes?, no te oígo nada, busca cobertura cariño. Acuerdate que mañana tengo cita con el cirujano de las tetas...estoy ansiosa. Lo bién que ha venido ese colchón. ¿Alfredo, Alfredo?. ¡Qué fastidio!. Colgó, qué loro. Volví a tocar otro botón y aquello se apagó, mejor así. Lo eché al bolsillo y caminé hasta casa silbando una cancioncilla. Pelé otra bellota que tenía, la última. La escupí entera, la jodia estaba amarga como hiel.
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