La ira de los buenos capitulo I. Noche cerrada. Aerodromo de Laferrere.
Publicado en Jan 03, 2010
(Advertencia. Esta nouvelle fue publicada ya hace un tiempo en textale, completa. Porque me gusta. Porque la considero mi mejor texto, porque tengo deseos de volver a trabajarla es que la reedito en partes siguiendo el ejemplo de Inocencio rex en Genoma y feromonas. Espero despertar vuestro interes)
La ira de los buenos "Si me buscan van a encontrar un hombre. Tengan cuidado con la ira de los buenos" Alberto Brito Lima. Fundador Comando de Organización Noche cerrada. Aeródromo de Laferrere La noche era cerrada y oscura. Profunda negritud que no dejaba asomar la luna. Ni una sola estrella se podía apreciar en el firmamento. En esta oscuridad se desarrollaba la escena de tres hombres contemplando la ausencia de la luz en un firmamento brumoso, el presagio de aquella oscuridad, que de alguna manera se antojaba -y era- terrible, les estaba marcando la suerte. La figura de B. se percibía entre sombras y movimientos toscos pero precisos, en ese instante contemplaba al cielo cerrado con un chispazo de furia en sus ojos negros inyectados en sangre y furia. Por un instante miro el cielo y pensó para si mismo que si el mismísimo Dios estuviera frente a él lo cagaría a golpes. Con ese sentimiento a flor de piel, respiro profundo y descargo su ultima patada sobre el cuerpo ya rendido de su victima. Su cómplice, en cambio tenia la mirada perdida en el cielo como si quisiera evadirse de lo que sucedía. La victima que ya había perdido un ojo y casi no veía por la sangre que cubría el otro y lo que quedaba de su rostro carecía de fuerzas y ganas de suplicar, o incluso de desear su propio fin. Ya estaba rendido. La golpiza que le habían propinado al hombre vencido y maniatado tendido en el pasto había hecho mella. Sus gritos y suplicas fueron apagados por la inmensidad del vacío en la noche oscura. Lo habían molido literalmente a golpes y sus huesos estaban quebrados. Sin embargo, B. no se sentía satisfecho. Aquel hombre vencido y maniatado verdaderamente le desagradaba. Lo observo con odio. Saco del bolsillo de su gastada campera de jean una sevillana automática. B. se agacho y observo la boca del hombre maniatado y vencido, que ya carecía de fuerza para oponer cualquier resistencia, obligándolo a abrirla, B. observo una boca pequeña, un orificio abierto y unos finos labios dibujados que desagradaban a su vista. -Hay que mejorarlo, se dijo, sorbiendo una bocanada de aire fresco para con el estilete ir haciendo un tajo en la comisura derecha del labio. El hombre vencido y maniatado en el pasto lanzo un gemido desgarrador que se perdió en la inmensidad del terreno y el tráfico intenso de la ruta, en esa noche oscura y cerrada, sin luna y -para él- sin esperanzas, en el centro del aeródromo. La sangre salpica la campera de B. y las zapatillas de su compañero que contemplaba la escena completamente absorto y paralizado, como un enmudecido testigo de aquel acto de crueldad. Jamás se había imaginado tal desenlace. Lo que sucedía era la locura. B. pego un salto y comenzó a insultar al hombre maniatado, vencido y torturado, tirado en el pasto. -Hijo de puta me manchaste la campera. ¿¡Qué te pasa infeliz se te borro esa jodida sonrisita de ganador!? B. tomo el caño de hierro con que anteriormente había golpeado al hombre vencido, maniatado y torturado, aquella noche cerrada y sin luna, donde el espanto de los gemidos se perdía en la inmensidad del aeródromo y era apagado por el ruido de los autos y camiones de la ruta. De un ágil movimiento incrusto el caño de hierro en la cabeza del hombre caído. La sangre salpica aún más y el cuero cabelludo cede, astillándose el cráneo y haciendo que algunos restos de la masa encefálica se desparramen en el pasto. El hombre vencido y torturado ya no grita. El compañero no lo resiste y vomita sobre el cuerpo inerte. B. observo su trabajo. Callo por un instante y quedo paralizado. Una imagen fugaz de su viejo en el matadero le vino en mente. Le recordó la cabeza de un novillo, la maza golpeando y la sangre que salta. Se alejo unos pasos, respiro profundo y se calmo. Arrojo lejos el caño de hierro y saco del bolsillo superior de su campera un atado de Parissienes y un encendedor. Prendió uno temblequeando y dio una pitada liberadora. Todo había terminado ya. El compañero lucia abatido y pálido, sin omitir palabra, sin comprender lo que sucedía. B. intento tranquilizarlo y apurar la situación. -Ya esta, nos largamos. El rostro moreno de B. brillaba por el sudor y sé hacia notar aún en lo oscuro de esa noche sin luna. Lucia entre excitado por lo sucedido y tranquilo, como sabiéndose impune, protegido, incluso poderoso. Algo había hecho para terminar así, pensó mientras expiraba el humo del cigarrillo. Dio un par de pitadas más a su cigarrillo y le dijo a su compañero que se fueran, le comenzó a inquietar el lugar y quería salir de ahí. Tanta presencia de la noche cerrada lo ponía paranoico. El compañero reacciono siguiéndolo como un zombi y en silencio, shockeado aun por lo que sucedió con el hombre vencido y maniatado.
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Vamos por más.