El Hada y el Arlequín
Publicado en Jan 03, 2010
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- Qué fantástica noche, ¿no es cierto? - comentó el recién llegado bajo su máscara de  Arlequín roja y dorada.
Lucinda se sobresaltó. O fingió hacerlo. Podía sentir la entera presencia de él a sus espaldas, podía olerlo como a una brisa gélida. Lo detestó.
- ... casi tan bella como el hada que vacila frente a mí - continuó el Arlequín - No podría olvidar tus rizos de fuego, Lucy.
La joven siguió en silencio. Su brillante disfraz blanco la hacía parecer un diamante espléndido, con múltiples facetas, o realmente una graciosa hada salida de una obra de Shakespeare.
- ¿ Cómo debo llamarte hoy? - dijo al fin con un tono que no dejaba traslucir emoción alguna.
- Mi pequeña Lucy, siempre he sido Julien -respondió el Arlequín acercándose unos pasos - A diferencia de ti, no he cambiado tanto en estos años.
Lentamente, con una solemnidad que le confería un aire estrictamente mágico, Lucinda giró y lo miró de frente.
- Siempre te has ocultado detrás de una máscara, Tuomas - espetó mirándolo con ojos fijos.
- ¿Tuomas? Quizás estés confundiéndome con aquel atractivo sujeto que sedujo a la Condesa esta noche. Reconozco que por mi apostura te recuerdo a él, además siempre estuviste a merced de mis encantos, pero ciertamente no soy ese hombre.
Lucinda sacudió su roja cabellera con incredulidad. Su palidez parecía iluminar el umbroso jardín donde se encontraban. Su belleza era angustiante y en el pasado muchos corazones lloraron y murieron por su causa.
- ¿Acaso es esa insulsa solterona tu nuevo juguete? ¿Qué hay de esas dulces jovencitas italianas? - Ahora una nota de genuino disgusto y tal vez celos, acompañó las palabras del hada pelirroja.
- Pareces bien informada de la vida del "piú bello signore Giorgio". Pero últimamente las damas experimentadas me dan algunos placeres que solía desconocer. Además, sabes que me gustan los cotilleos con la nobleza, perdón, le gustan al buen joven Tuomas.- dijo el Arlequín dibujando una perfecta sonrisa en sus labios un tanto azulados. Aunque apenas sus ojos y su boca podían verse tras la máscara, su atracción era indudable,  todas las mujeres por las cuales sentía deseo se arrastraban hacia él como los insectos que vuelan a morir en las llamas de un fuego. Pero Lucinda representaba pára él todo un reto esa noche.
- Eres tan despreciable... tan.. tan...
- Hermoso. Encantador. Irresistible. Vamos mi Lucy, dílo. No sabes como me enciendes al decirlo.
La joven avanzó tres pasos con seguridad y visiblemente airada. Con un brusco movimiento arrancó la máscara del Arlequín y la tiró a un costado. Sus ojos opalinos se encontraron con los de él y recordó aquel lejano atardecer a orillas del Danubio en Linz.
- Aún me amas, borreguito - susurró Julien burlonamente. Pudo ver con claridad el recuerdo en los ojos de la chica. Pero ella frunció el entrecejo y le propinó un cachetazo. O mejor dicho, estuvo a punto de hacerlo, pues con un movimiento casi imperceptible, que ni siquiera agitó el hermoso mechón de cabello castaño que caía sobre su cara, Julien detuvo el golpe, asiéndola fuertemente por la muñeca.
- No al maestro, borreguito - dijo él, apenas cambiando de expresión. Sin embargo estaba sorprendido. El le había mostrado el mundo y le había enseñado muchas cosas, pero siempre la vió como una temerosa aprendiz.
- ... y siempre te odié por ello. Me enseñaste lo malo y el dolor de mi existencia me hizo infelíz por siglos - gruñó Lucinda. Ciertamente, Julien la había subestimado. Antes se le hacía tan fácil ocultarle sus pensamientos...
- Antes... antes... - prosiguió la joven, y su palidez se hizo aun más evidente - Jugaste con mi amor y yo te creí. Ya no más.
- ¡Tonta! En todos estos años no comprendiste la belleza del don que te regalé. Olvida el amor. Está limitado por la Muerte, nuestra existencia está mas allá del Amor y la Muerte, ¡entiéndelo Lucinda!
Lucinda tuvo miedo. Ese mismo sentimiento que la heló cuando en ese definitivo ocaso sintió los colmillos del voraz Julien en su cuello.
- ¡Tuviste suerte! ¡Todas mueren en mis brazos! ¡Eras especial y no lo supiste ver! - gritó Julien y sus ojos resplandecieron como puñales, pero de repente, a través de la mirada de Lucinda vió algo, algo terrible. Quiso huir, pero seis brazos salidos de la nada lo retuvieron.
- ¡Quieto, demonio! - bramó una voz arrastrada. Y una figura con sombrero de ala ancha y capa salió de detrás de la arboleda que rodeaba el jardín.
- ¡Un Caminante del Día! ¡Ahora traicionas a tus hermanos, víbora! - siseó Julien - ¡Te veré pronto, Lucy! - dijo en el preciso instante en que el Caminante del Día clavaba una estaca en su corazón.
- Puedes irte por ahora, vampira - advirtió el misterioso hombre, mirando las cenizas a las que había reducido al Arlequín - Pero cuida tus espaldas, no te he perdonado por siempre.
Lucinda reprimió un sollozo y con un dolor más opresivo que nunca, desapareció en la noche.
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Foto del autor Ricardo Nicolás Martínez
Textos Publicados: 6
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Descripción

Un texto que escribí en uno de mis delirios vampíricos. Está acompañado por una hermosa imagen de la ilustradora española Victoria Frances.

Palabras Clave: hada arlequín vampiro samael

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasía


Creditos: Imagen de Victoria Frances


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