Me desempeñaba como maestro de ceremonias o animador de la festividad del DIA DE LAS MADRES, era para aquel momento presidente de un centro social, donde se realizaban los actos en honor a las matronas, el club estaba repleto, los asientos totalmente ocupados, pero los niños, correteaban, brincaban y gritaban y lo hacían frente a la tarima, impidiendo el normal desenvolvimiento de quienes realizaban su presentación, como cantantes, payasos, imitadores, ventrílocuos, etc lo que originó exclamaciones como estas: ¡Sáquenlos! ¡Sáquenlos! ¡Fuera! ¡”Fuera! Me interpuse y pronuncié, sin otra intención, que no fuese calmar los ánimos de los exaltados, una frase atribuida a Jesús cuando dijo: ¡DEJAD QUE LOS NIÑOS VENGAN A MI! Increíblemente se hizo un silencio impresionante en el lugar, nadie, absolutamente nadie, incluido los pequeños, osó interrumpir aquella conmovedora tranquilidad verbal, lo hice yo, cuando dirigiéndome a los chiquillos les propuse; Quédense cerca de la tarima, pero sin molestar y les prometo que pueden permanecer aquí hasta que termine la fiesta. Obedientemente guardaron compostura y todo termino felizmente. ¿Milagro del cielo? ¿Intervención divina? No lo se, pero aquel suceso dejo una huella imborrable en mi corazón.