Historia de un primer amor frustrado
Publicado en Jan 06, 2010
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Yo estaba a punto de cumplir catorce años y empezaba a descubrir sentimientos adormecidos por la niñez y por la educación protectora que estaba recibiendo. Era casi el final del verano, y los días empezaban a hacerse más cortos pero no menos intensos cuando un circo, El circo Maravillas, venido de Francia, se asentó en la gran explanada que todavía, en aquella época, no estaba ni asfaltada ni edificada. Llegaron, con sus animales, elefantes, tigres, leones, monos, con sus payasos, sus bonitas bailarinas y sus equilibristas altos y guapos. Plantaron su carpa, inmensa, la recuerdo toda nueva, brillante, de colores vistosos y en aquel momento para mí y mis amigas, colores elegantes. Marta, Anita y yo corríamos con  nuestras bicicletas al encuentro de un grupo de chicos, guapísimos y algo mayores que nosotras, que nos esperaban a la salida del pueblo para pasar la tarde montaña adentro, entre pinos y algarrobos, tonteando y entablando lazos cuándo nos quedamos maravilladas por la gran caravana que pasaba delante de nuestras jóvenes narices. Yo, que había dejado caer la bicicleta a mis pies, no pude dejar de mirar a los ojos a aquel chico moreno, de pelo increíblemente rizado y grandes ojos verdes, que pasaba con mirada perdida, sentado en el asiento del copiloto de una vieja furgoneta, delante de nosotras. El grito de mi amiga Anita me despertó del encantamiento y nos fuimos al encuentro de nuestros amigos, pero aquella tarde, atontada por el recuerdo de aquel chico no dejé que Manolo me tocase ni un solo pelo de la cabeza, ni que rozase mis labios con el ansiado beso que llevaba todo el verano esperando, provocando un gran enfado por parte de mi amigo que, a partir de ese día, cada vez que pasaba por mi lado me giraba la cara y se dedicó durante el resto del verano a difundir entre los chicos del barrio que era una buscona mojigata. Afortunadamente para mi, su rabia no llegó a dañarme tanto como a él le hubiese gustado.
A la mañana siguiente a la llegada del circo, mis amigas y yo nos dedicamos a observar cómo todos los trabajadores del circo montaban la carpa y el campamento donde vivirían a lo largo de los siete días que estuvieron en mi ciudad. Nos convertimos en parte de la decoración  y por supuesto no pasamos desapercibidas para los integrantes de éste, evidentemente por los integrantes masculinos entre los que se encontraba Karim, mi chico de ojos verdes.  
Karim era el protagonista, junto con su padre, del espectáculo de los elefantes. Tenía 21 años aunque a mis ojos aparentaba unos cuantos más. Me parecía un hombre tan atractivo, musculoso, con su piel mulata, sus rizos y su trasero. Qué bonito, su pecho y espalda al descubierto y sus tejanos vistiendo un trasero tan divino, que me daba hasta envidia que un chico pudiese mostrar semejante culo.
Por suerte, Karim también se fijó en mí y como aquél fue un verano de descubrimientos agradables, me encontré con un chico francés que hablaba un aceptable castellano ya que sus abuelos eran españoles emigrados a Francia y habían enseñado tanto a la hija como al nieto la lengua materna. Me maravillaba escucharle hablar, hijo de argelino y española, mezcla de sangres, de lenguas, de culturas que le conferían un aire tan especial a mis ojos de niña pueblerina. En seguida empezamos una conversación que de cara a un adulto debía de ser de lo más bobalicona, pues las miradas y las risas de los mayores que nos rodeaban así lo delataban. Yo era joven e inocente pero de inmediato me percaté que la relación con su padre no era todo lo cordial que se podía esperar.  
Mis amigas se cansaron del tonteo entre ambos y aunque también entablaron otros lazos con algún jovencito de la expedición se marcharon enseguida para ver si se encontraban en algún punto con nuestros amigos. Yo sentía que algo nuevo nacía en mí y no sé bien qué me pasaba que mis pies no podían moverse del terreno, a pesar de las malas miradas del padre de Karim, que entendía que estaba distrayendo a su hijo. Aquella misma mañana Karim me invitó a presenciar el ensayo que iba a hacer junto a su padre por la tarde, invitación que acepté sin dudar, aunque mi cuerpo temblaba inexplicablemente y prácticamente ya no salí del feudo del circo durante los días que permanecieron ofreciéndonos su espectáculo. Gracias a Karim conocí a Anabelle, la mujer barbuda con la que entablé una bonita relación, a Amelie, que junto con Alain el Mago Feliz hacían el espectáculo de magia y a la que recuerdo siempre sonriendo y a Jean Paul, un fornido hombre cercano a los cuarenta, que con su presencia y su mirada penetrante era capaz de amansar a los leones más fieros. Todos me sonreían al verme y me llamaban por mi nombre, excepto Omar, el padre de Karim. Tengo que reconocer que me llamaba la atención casi tanto como su hijo, pero quizá más por el miedo que me provocaba su fuerte carácter, carácter que sólo transformaba en sonrisas cuando se trataba de relacionarse con los elefantes. Durante los 6 días que duraron las funciones estuve invitada a ver el espectáculo entre las bambalinas pero me sentía feliz de formar parte de esa gran familia y estar dentro de ella, y no ser un mero espectador. Por supuesto me convertí en la envidia de mis amigas, que sólo pudieron estar en una función, como público. Mis padres jamás supieron  que las horas libres con las que malgastaba, según ellos,  mi preciado tiempo las invertía disfrutando de la compañía de mis amigos circenses. Nunca lo hubiesen aceptado.
El día de la última función y que significaba la despedida, para siempre, de Karim, éste me citó en su caravana a las doce de la noche. Me aseguró que todos estarían celebrando el fin de fiesta y que por fin podríamos disfrutar de un rato solos. A la mañana siguiente la partida sería rápida y no habría tiempo para muchas despedidas y menos íntimas. Me las arreglé para convencer a mis padres de que esa noche dormiría en casa de mi amiga Anita y a las 9 de la noche, con la camiseta más bonita que tenía, recuerdo de mi estancia en un pueblecito de la costa, me planté en el circo para ver la actuación de todos mis amigos. Estaba tan nerviosa que mi estómago era un hormigueo continuo. Cuando terminaron, entre entusiastas aplausos de mis vecinos, Karim me pidió que lo esperara dentro de la caravana, en 10 minutos, tras una rápida ducha el iría a mi encuentro. No recuerdo qué pensamientos pasaban por mi cabeza, pero sí tengo la sensación, a estas alturas de mi vida, que en aquel momento, mientras esperaba ansiosa la llegada de mi amigo,  estaba dejando a un lado, y de una vez por todas, mi niñez, daba un salto de pértiga y notaba cómo me estaba convirtiendo en una mujer. Sentía la misma sensación que en una noria, cuando nos quedamos suspendidos a tanta altura y nos invade el miedo a las grandes alturas. Mientras esperaba observaba la casa rodante de Karim, pequeña estrecha, pero recogida. Una cocina con un solo fogón y una especie de sofá que hacía las veces de silla para la mesa donde él y su padre desayunaban y a veces comían refugiándose del asfixiante calor que nos visitaba en esos últimos días de verano. Por la noche, tras la función, lo habitual era hacer una cena fuera de la caravana, a la fresca y repartiendo impresiones con el resto de compañeros. Mientras observaba el hule que vestía la pequeña mesa, y jugaba con un resto de pan del desayuno, se abrió la puerta a mis espaldas y el corazón que tenía pequeño y arrugado latiendo fuerte me dio un vuelco cuando me giré para ver a Karim y en su lugar me encontré con su padre que me observaba sin soltar el pomo de la puerta. Sonreía. Era idéntico a su hijo con 20 años más y el pelo más corto. Sus ojos brillaban. Los míos también pero quizá por el miedo, el terror que me provocaba su inquietante e inesperada presencia. Debió verlo todo reflejado en mi cara, porque sin dejar de sonreír, se acercó a mí mientras cerraba la puerta despacio y me pedía que me tranquilizase. Yo seguía aterrada pero no tanto, ya, por el miedo que me producía, sino por el escalofrío que traspasando mi pequeño cuerpo, aún inmaduro,  empezaba a gustarme. Se puso tan cerca que podía sentir como su aliento cálido humedecía mis mejillas. Me dijo, en un castellano pronunciado con dificultad, eres preciosa. Yo lo miraba sin saber que decir, tampoco tenía margen de movimiento, atrapada como estaba entre el sofá y la mesita. Mientras él apartaba el flequillo de mi cara, tiernamente, con una actitud sorprendente para mi, volvió a repetirme que era preciosa, una bella niña dulce. Yo tenía ganas de vomitar pues los nervios pateaban mi estómago fuertemente. El calor se amontonaba en el metro cuadrado donde nos encontrábamos. Omar tenía un olor especial, que más tarde he descubierto en otros hombres con los que he hecho el amor, indescriptible, nuevo para mí pero que me gustaba. Me dijo, pausadamente, otra vez, eres preciosa, no quiero hacerte daño, no voy a hacer daño a una niña, pero quiero besarte y quiero sentirte. Yo lo miraba fijamente aunque creo que en aquel momento empecé a perder el norte. Su lengua caliente se hizo hueco en mi boca y yo, lejos de rechazarlo me entregué despreocupada a esa nueva sensación que acariciaba mi cuerpo. Mis  ojos cerrados, mi boca recibiendo su sabor, su dulzura, mientras sus manos acariciaban las mías con cariño. No tengo un recuerdo muy nítido de aquel momento pero creo que nos besamos, sólo nos besamos, durante mucho tiempo. Conforme acariciaba mis brazos, hasta tocar con sus manos mi cuello virgen, su lengua se posó dentro de mi oreja. Su saliva la pintaba con trazos suaves. Yo,  paralizada, no podía moverme, ni quería ni podía abrir los ojos. Sólo notaba su calor y el calor que me provocaban sus lamidos dentro de mi oreja. Mi sexo me cosquilleaba y notaba que se abría como se abre una flor y, de repente, sentí como mis bragas  en cuestión de segundos se humedecieron sin razón. El corazón latía tan rápido que pensaba que de un momento a otro estallaría dentro de mí.  Todavía hoy, 21 años después, no puedo describir lo que sentí y hasta pasados unos años no descubrí que lo que tuve en ese momento fue un orgasmo, mi primer orgasmo.
De repente, un fuerte golpe nos sobresaltó a los dos y nos hizo separarnos. Yo abrí los ojos y vi como desde la puerta Karim observaba incrédulo la escena. Omar se giró con la calma que sólo la experiencia de los años puede darnos y comenzó a hablar con su hijo en un francés que en aquel momento me parecía muy dulce, por su cadencia. Karim sólo decía, papá, papá, repetía desesperado y mirándome con todo el rencor que la vida a esa edad puede haber recopilado gritó mi nombre, Aitana!, unas palabras en francés que no comprendí y dándose la vuelta salió corriendo. Tras él, su padre. Yo paralizada, no reaccioné hasta unos segundos después. Cuando salí tras ellos ya no conseguí alcanzarlos, la noche no me acompañó. Nunca más volví a ver a karim. Fue un momento extraño, me sentí sola. Fue una sensación, aquélla, que creo que ya nunca me ha abandonado, la sensación absurda de la soledad que te desespera por no saber qué es exactamente lo que la provoca.
                                                                                                                                          
 
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Foto del autor Noelia Terrn Torres
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Descripción

Recuerdos del primer amor y primera experiencia sexual de una inocente adolescente.

Palabras Clave: Relato amor adolescencia circo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (3)add comment
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MARIANO DOROLA

TE DISFRUTO TANTO AL LEERTE...
CON SUMO RESPETO PRINCESA...
PERO...
COMO DECIROS.... LO INEXPLICABLE?

NUNCA NOS DEJE
POR FAVOR
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August 29, 2010
 

nydia

COINCIDO CON ROBERTO NOELIA, MUY EXPRESIVO, PERO CON UNA MUY BUENA CADENCIA, Y NIÑA, SI ES UNA ANECDOTA VERDDERA TUYA, QUE RICO!!!!, HAS DE ENTERARTE, QUE ''OLI'' A OMAR IGUAL QUE TU LO HICISTE...Y RECORDE, EL PRIMER HUMEDECIMIENTO DE MI PROPIO SEXO..
BESOS
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January 28, 2010
 

Roberto Langella de Reyes Pea

Bueno, me queda el eco de la última frase rebotando dentro de la cabeza, porque ya no sé tampoco muy bien qué es lo que el mismo provoca... Sos una artista, amiga (perdón, tengo la costumbre de llamar "amigos" a los artistas). Creo que porovoca muchas cosas a la vez; vértigo, ternura, horror... Seguramente, muchas más cosas.
Tenés el don de relatar las cosas más terribles de una manera clara, pero a la vez con una suavidad y un magnetismo, que permite al lector llegar al final con bastante comodidad. Como si lo terrible estuviera dosificado, o se fuera desarrollando paulatinamente, y cuando ya pareciera que estás a punto de asfixiarte, pumba, el relato se acaba. Excelentemente logrado, espero leer más de lo tuyo.
Responder
January 07, 2010
 

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