Segismundo y Sirio
Publicado en Jan 07, 2010
Segismundo era un pequeño oso blanquinegro, muy tierno y peludo que se apareció un día por el lado del bosque donde vivía y trabajaba Sirio, ella era una luciérnaga solitaria que se dedicada así como a alumbrar, a pintar y a repintar las franjas del arcoíris, los pétalos de todas las flores del campo, la espuma que formaba el agua en las cascadas y cada cosa que necesitara color por aquel bosque lejano y apartado.
Segismundo era un curioso, y por curioso precisamente llegó aquel día hasta aquel lugar del bosque por andar observando y jugueteando con sus fieles amigos: una ardilla y un castor. Sirio siempre lo veía a Segis y, en realidad, le gustaba... pero se decía a sí misma repetidas veces que era sólo un osito pequeño y juguetón. ¡Cómo era que ella se iba a enamorar de él! El tiempo avanzó un poco como en todos los cuentos y Segismundo creció y se convirtió rápidamente en un oso apuesto y encantador. Sirio había dejado de verlo por un tiempo, es que con tantas cosas que hacer y tanto que pintar, que no había mucho tiempo disponible, sin embargo un día de pronto detuvo sus ojos nuevamente en él, y para su sorpresa, él también se fijó en ella. Era algo casi de no creer. Sirio estaba emocionada. ¿Cómo era que un osito tan bello y encantador se iba a detener a jugar y brillar con una luciérnaga solitaria y quisquillosa como ella? Segismundo tenía un corazón hermoso, era dulce, tierno, compasivo y hasta tenía un don que Sirio no comprendía: parece que hasta podía leerle la mente... Eso a ella la ruborizaba, y era divertido verlo, porque una luciérnaga descubierta prende y apaga sus lucecitas sin control... pero Sirio se deshacía en excusas para negar lo que Segis decía. En realidad, Sirio se negaba a aceptar que se había enamorado de Segismundo, su osito peludo y consentido. Ella estaba tan acostumbrada a ser una luciérnaga solitaria, la más extravagantemente solitaria de ese lado del bosque, que cuando se sintió acompañada no supo qué hacer, era una situación totalmente novedosa para ella, una situación extraña... y tuvo miedo. Miedo de que no fuera verdad, sino una ilusión más de las muchas que había tenido, y acabara sufriendo como siempre había ocurrido. Y cuenta la historia del bosque que Sirio cometió un gran error consigo misma y con Segismundo porque sin saberlo empezó a sabotear su felicidad, con lo cual también estaba dañando el corazón de Segis, que no hacía más que amarla y quererla todos los días desde el primer rayo de Sol hasta la llegada de la última estrella. Él siempre tuvo paciencia y esperó... parecía comprender el alma excéntrica y solitaria de su luciérnaga favorita; pero, claro que también deseaba que lo amaran de la misma manera... Sirio no supo nunca cómo creer que un oso tan tierno, joven y encantador como Segismundo se hubiera enamorado de ella que no era precisamente la luciérnaga más joven y bonita de ese lado del bosque... y entonces coqueteó Sirio con unos grillos y abejorros que siempre merodeaban por el lugar y sin saber, formaron éstos parte de su plan inconsciente de escape y saboteo para no aceptar y no creer que el amor ciertamente había venido a encontrarse con ella a través de su oso Segismundo... aquel mismo que le gustaba ver jugar cuando era un osito pequeñito. Y Segis se sintió muy mal, y sufrió mucho por aquella terrible situación... y peleó y lloró y reclamó, y armó berrinches y dramas como ella le decía. Sirio era entonces una luciérnaga confundida, prendía y apagaba sus lucecitas sin control, algo andaba mal... Y se puso peor la situación porque de pronto se desató una gran tormenta por aquel lado del bosque y la casa de Sirio, sus colores, sus pinceles, sus brillos y hasta su familia se perdió... Todo quedó devastado: su familia de luciérnagas y libélulas quedó fracturada en medio del bosque y Sirio se quedó entonces más solitaria que nunca, porque cuando todo esto ocurrió Segismundo no estaba por aquellos lados, se había ido a otros bosques junto con su castor y su ardilla a buscar otras experiencias. La escena fue muy triste, Sirio se convirtió en una luciérnaga que ya no podía brillar en todo el bosque y Segis nos estaba para darle ánimos y ayudarla a reconstruir sus alas rotas ni a encender de nuevo sus lucecitas ni a pescar colores para pintar otra vez... Ya no había entonces ni brillo, ni colores, todo se había vuelto gris luego de aquella terrible tormenta de aquella mañana fría de julio. Y un grillo conversador le fue con el cuento a Segismundo acerca de lo que había ocurrido, éste en cuanto pudo, fue a visitar a su amada Sirio... pero ya no era el mismo Segis de antes, estaba como más crecido y más serio, estaba cambiado, aún conservaba sus ojos hermosos, es verdad, pero ya no miraba a su luciérnaga de aquella manera tan especial. Sirio volvió a mostrar una luz muy brillante cuando miró de nuevo a Segismundo, su osito tierno y consentido. Él la abrazó, ella lloró todas las lágrimas que adeudaba por todo los errores cometidos, por todo lo que antes hizo. A aquel abrazo le faltó algo, nunca se supo qué exactamente, pero no era como los del pasado. Sirio pidió perdón con los ojos apagados llenos de lágrimas tristes y melancólicas... de esas que sólo se derraman cuando no se sabe ni se tiene otra cosa que hacer ante el dolor. Segismundo había regresado como siempre con sus fieles amigos la ardilla y el castor, pero éstos no vieron con buenos ojos a la luciérnaga; ellos sabían lo ocurrido antes de la tormenta y por proteger a Segis la rechazaban a ella; eso hizo sentir a Sirio mucho peor de lo que ya estaba, pero ella entendía que amistad y solidaridad eran las razones que movían a la ardilla y el castor. Segis dijo que sólo había ido a visitar, que ya no podía quedarse, pues andaba de paseo y búsqueda por otros lugares, Sirio sintió, entonces que se avecinaba otra tormenta tanto o más feroz que la devastó a su familia, sólo que ahora esta sucedería dentro de su corazón y de su alma... su oso consentido ya no quería quedarse con ella... Bueno, eso había dicho al comienzo, pero finalmente accedió a quedarse a compartir con ella unos rayos de Luna mojada y un amanecer. Fue diferente para Sirio aquella noche de Luna mojada, volver a sentir en un abrazo y miles de besos todo lo que había tenido y que por cobarde había dejado ir. Sirio sintió a Segismundo de pronto lejos, de pronto cerca... pero lo sintió y eso fue lo más importante y emocionante para ella, por eso con el corazón lleno de esperanza y sus locas lucecitas intermitentes otra vez empezando a encenderse lanzó un deseo al pie de la cascada, cuya espuma siempre pintó y retocó, le pidió a cada color del arcoíris que también hizo brillar todos los días, a cada pétalo de cada flor, a cada estrella del cielo y a cada Ángel que pasaba por el bosque que le permitieran volver al corazón de Segismundo... Él se tenía que ir, ella le suplicó que por favor no la olvidara... y se despidieron con un abrazo callejero y un beso en los labios con los ojitos cerrados... Segis sólo dijo... "confía en mi". Sirio esta vez eligió confiar con el corazón, sin importar cuál fuera el final...
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