Neus Inmaculada. Captulo 1.
Publicado en Jan 07, 2010
Yo soy una persona normal, se decía mirándose al espejo que le saludaba puntual y fielmente todas las mañanas del año. Yo no estoy loca, cualquier mujer en mi situación haría lo mismo, pensaba mientras se arrancaba sin ninguna sensación de culpa la última cana que había encontrado entre su lacio pelo. Acercaba su rostro al espejo limpio e inmenso y se observaba inquieta con sus ojos pequeños de avispa las arrugas que dibujaban las muecas y gestos que hacía con los movimientos de su boca. Ahora se tocaba la nariz, ¡dichoso grano!, ahora sacaba su lengua, está roja y sana, pensaba, y dibujaba con ella círculos en el aire. Ahora se peinaba lenta y sin prisa su pelo castaño, mojándolo reiteradamente y tibando con fuerza la cola de caballo que pendía de su cabeza. Desde hacía muchos años éste era su ritual diario, a las siete de la mañana, antes de tomar el primer café del día. El lavabo del aeropuerto para minusválidos era limpio y amplio. Neus se limpiaba con el jabón rosa para manos, que siempre caía a rebosar, sus partes íntimas, sus pies, sus sobacos y por último su cara y su pelo, haciendo tanta espuma que el lavabo era incapaz de digerirla de un solo trago. Aunque este ritual de limpieza no le servía para aligerar el tufo que dejaba al entrar o salir en cualquier estancia del aeropuerto, ya fuera un bar o una tienda, por ejemplo. Neus formaba parte desde hacía años de la extensa fauna que poblaba el aeropuerto. Era un personaje que subsistía básicamente gracias a la caridad de las chicas que trabajaban en las numerosas tiendas de la terminal donde vivía, que le regalaban ropa usada, sándwiches, botellines de agua o refrescos, bolígrafos y libretas donde Neus anotaba los mensajes que recibía de ciertos entes que habitaban en su cabeza y de los que recibía órdenes que ella obedecía no sin antes rechistar escandalosamente, y muchas veces pagaba sus vicios gracias a pasajeros asustadizos y sorprendidos de la habilidad que tenía recitando pasajes en inglés de algunas obras de Shakespeare. Aunque también rondaba la leyenda, que mucho del dinero con el que compraba su tabaco y caprichos lo ganaba realizando pajas, y quién sabe si algo más, a muchos de los lugareños, tales como taxistas y guardias de seguridad.
Se sabía de Neus, según contaba ella en sus pocos momentos de lucidez, que había nacido un helado invierno del año 49 en un pequeño pueblecito cercano al Pirineo catalán y era la menor de siete hermanos. En realidad, sus padres la llamaron Neus Inmaculada. Neus, en homenaje a la tierra que los había acogido hacía apenas unos meses con tanto cariño y a la nieve que ese año cubría de blanco las extensas montañas. Inmaculada, por la absoluta devoción que sentía su madre hacia la religión católica, devoción que la había llevado a poblar cada rincón de su casa con estampas de vírgenes y crucifijos. De esta fe de su madre siempre renegó Neus tanto como de su segundo nombre, ése que siempre ocultaba y nunca nombraba. Neus compartía los ideales comunistas con su padre, al que adoraba, manteniendo una especie de pacto secreto para no herir los sentimientos de la madre que nunca había creído en la política. Los padres de Neus habían llegado a Catalunya procedentes de un pueblecito valenciano, del que también habían tenido que huir al haberles localizado la familia, como último intento de apartarse de los abuelos maternos de Neus que siempre habían rechazado a su padre, por su condición política y por no considerarlo apropiado para su hija . Debían embarcarse en uno de los barcos que partían hacia México con la idea de dar a sus, en aquellos momentos, seis hijos una vida más digna que la que tenían en esos duros años de postguerra. En el último momento, minutos antes de pisar el suelo del barco, la madre de Neus, ya embarazada de ella, había flaqueado e insegura de abandonar España en esas condiciones había rogado a su marido quedarse un tiempo más y quizá indefinido, como así fue, en España. Le convenció alegando las nuevas oportunidades de trabajo, a veces no tan reales, que les ofrecía Barcelona. El amor hacia su mujer y el miedo que también sentía hacia un cambio tan drástico de cultura, acabaron convenciendo al padre de Neus, aunque su intención entonces fue dirigirse a Francia, país por el profesaba una simpatía y un verdadero respeto. Pero el camino hacia el nuevo destino fue duro y el hambre voraz que acompañaba a su extensa familia y el cansancio de la mujer fecundada le obligaron a desistir estableciéndose en el pueblecito que vio nacer a Neus. Allí, su padre ayudó a construir la primera carretera asfaltada que cruzaba el pueblo, siguiendo la trayectoria del río y estableció junto a su familia sus nuevas raíces. (Continuará)
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inocencio rex
Verano Brisas