Reviviscencia
Publicado en Apr 26, 2009
Reviviscencia autor: Alberto Carranza Fontani. Ninguna mujer como ella, te lo aseguro. Te dejaba sin habla, sin respiración y con el sentimiento cautivo para siempre caías vertiginosamente en su red. Teresa hacía el número principal de la Revista. Apenas te sentabas los ojos desmesurados del talentoso pianista te iniciaban en la adicción; los del barman y clientes, apoyados en la barra (cuencas vidriosas, pupilas drogadas), también... Me angustié: ¿ Qué hacía yo metido en ese lupanar? Mi paseo fue casual. Tal vez seducido por las fotos carnales de las presuntas bailarinas y por la marquesina de señuelo esplendente, ascendí las escaleras mullidas, iluminada con luces rojas peculiares; con la insólita sensación de mis pasos leves entré animoso y con el deseo de ver a gusto pieles blancas como el yeso u oscuras como el ébano y en medio de tenuidades alcohólicas empecé por apegarme a la rapsodia en blue, ejecutada por el pianista con otro tono,en diversa melodía, pero tan nostalgioso como yo estaba. El espectáculo había comenzado y a cada intermitencia la seguía el rutilante desfile de ondulantes folies en el proscenio:imantación femenina de todos los tamaños y formas, seres de carne y hueso moviéndose como boas entre candilejas y que osadas y chispeantes avivaban o alertagaban tus sentidos. La dudosa expresión artística arrancó los aplausos de los espectadores y al avanzar el show se dio un espejismo. En el calidoscópico tablado apareció una diva, te digo, que nos dejó paralizados. ¿ Podría hacer algo menos que palpitar de emoción? Fascinados, boquiabiertos, comprimimos los muslos cuando su voz expresiva y poética, llenó el ámbito. El resto sobró: toses y cuchicheos y sillas detempladas desagradaron los "fru-fru" de Teresa, quien al quedar en cueros, delineada y perfecta como una vestal, con su sonrisa nacarada te separaba el alma indundándote de perfumada brisa dionisíaca. Sobre la silbatina imprudente, destemplado exclamé:- ¡ Eh...más respeto a esta diosa con plumas de reina!" Y fui imperiosamente invadido por su presencia sugestiva; de pronto se acercó y me abarcó con su dulce voz y sus brazos de cisne;- ojos ensoñados- labios almibarados depositados sobre los míos-. Me agradeció así mi inopinada defensa; los demás rechiflaron de envidia y yo sentí una turbación inmensa y agonizante. Te digo que ya nomás de entrada intuí un ser abismático. Aunque los pétalos carmesí de sus labios liberasen tu fantasía quedaba algo pendiente, un universo extraño, siempre lo desconocido,lo inabarcable. En las noches de voces quedas, en la penumbra del cuarto circunstancial, esos ojos de miel oscurecida te vaciaban endemoniadamente, a fuego lento te desvastaban diluyéndote en su corpóreo esplendor hasta hacerte desfallecer. Sin predeterminación, te lo aseguro, Teresa acertaba en tu anhelo primordial. Era un presentimiento bíblico destinado a sumergirte en un mar de caracolas, en un océano irisdicente de olores raros y textura de nutria donde te hundías en su esbeltez y en las vaporosas mieses de su cabello lacio y en los clamores de lo ignorado y en sorprendentes sensaciones renovadoras de la vitalidad. ¡Risible torpeza la mía al pretender algún placer erótico! Al finalizar - en densas nubes, en zona tibia-, podía ver en el espejo mi fisonomía solitaria, mansa y desconcertada. Teresa respondía a mis interrogantes con compasión...¿ Por qué me entraban ganas de recluirla de las groseras lascivias de los concurrentes nocturnos del club...yo que sólo ameritaba como un vulgar patán? Cada vez, gentil y sutilmente decidió ayudarme. Yo solía esperar cada semana ese consuelo espiritual , aunque en frío me persuadía que estaba haciendo el papel de un idiota y proyectaba alardes de hombría que en definitiva realzaban mi desconcierto sumándose a mi precariedad. En esos meses, te lo digo, las mujeres se evaporaron de mi vida como criaturas de ficción. Atribulado, lamenté no lograr dominar mi abyecto encelamiento. ¡Ah, repulsivo placer de los celos, miasma de ideas negras envenenando mi espíritu! Semejante a un guacho, excacerbado por la vana presunción de poseerla, conseguí atenuar un tanto mi desdicha. Pero al despertar, siempre predominaba una certeza más pulida: la de mi entrega absoluta. La mujer inabarcable, pasiva, lejana, que en su indolencia nada podía agregar, nunca me decía, " Te amo o te quiero" y yo reclamaba con violencia:- ¡ No tenés derecho a burlarte de mis sentimientos, Teresa!" En una ocasión, durante uno de mis reclamos, me devolvió una mirada penetrante y dijo: " Ana, todavía es tuya" Te digo, esas palabras - al no captar el sentido ambiguo que contenían- me volvieron fatuo y un mes después Ana no fue nunca más para mí. " Cumplí Teresa- dije -estoy a tu disposición; tomá de mí lo que quieras" La faz oval, inescrutable, ni siquiera se movió. Me convertí en una ruindad sincera, si cabe. Estreché la vigilancia sobre sus pasos, aceché sus paseos y cada una de sus presentaciones en el club nocturno. Las miradas lujuriosas de los tipos llenos de marihuana acrecentaron mi locura:- " Vení a vivir conmigo, Teresa, te amaré hasta en el sueño de la disolución final(prometí pero ella mantuvo su hermetismo), ¿por qué no sos buena Teresa y me das para siempre tu alma?" Dije que me transformé en una completa ruindad y de un modo despiadado llegué a la comprensión más cruel: Teresa sentía lástima de mí. En ese invierno rabiaba a menudo. Pasos meditativos para convencerme de tener el don suficiente y lograr la mera satisfacción animal. Contradicciones desquiciantes, pero, te lo digo, insoportable aquel tormento. Podía hundirme cuanto quisiera en la estela mágica de su belleza, pero irremdiablemente desembocaba en un desierto gris y me fui arrugando, doblegándome de a poco. Algunas tardes acudimos al muelle a observar las embarcaciones que navegaban hacia la ensenada. Sobre el río declinaba el sol; en la superficie se espejaban nubes estáticas como el sentimiento amoroso de Teresa. Anduvimos hacia arriba hasta que vimos a lo lejos que la ciudad se iluminó. En el muelle respiramos la bruma espesa del comienzo de la noche, bruma espesa que envenenaba igual que los celos a mi mente cuando esa noche vi a Teresa ondular poseída por la música del blue en su vestido de cien colores y al final, detrás de bambalinas yo la esperaba para abrazarla con desesperación. Todavía percibo la algarabía de esas noches padecidas y entreveo una madrugada de hielo y la figura solitaria del vendedor de rosas junto a la fogata y la mujer que pasa y me roza y me lleva de la mano y me ilumina como un lucero infundiéndome su brillo eterno. Ese amanecer Teresa afloró del rito del amor posando ojos insondables en el vacío de todas partes y repentinamente dijo: "Carlos volverá". _ Nunca dijiste que estabas casada, Teresa...¿por qué se fue? Dentro del desmayado silencio escuché un tren acercándose fatalmente. Descubrí su perfil en la sombra, la hilera de lágrimas que mojaron mi caricia, lágrimas como gotas de rocío de esas estrellas... Y entonces, para ayudar, para aliviar, puse uno de sus discos predilectos y a poco Teresa dijo:- " Amo a Listz" ¿Por qué no me amará a mí como a él? ¡La pucha qué mujer! Luego camino penitente por el asfalto húmedo, casi congelado, una marcha retumbante de una figura que se desdobla en la esquina fantasmagórica..-" Estás demasiado encadenado a Teresa y ella nó- me confieso a mí mismo- ¿ cree que soy...un rinoceronte?" Pateo humillado un tarro que repiquetea ( único signo vital)hacia el puestero todavía enfrascado en la irradiación de la fogata del oxidado tacho. Al unirme a él, la escena es más desconsoladora, todo a causa de esa angustia de mandíbulas que trituran. Así, de repente, quisieras disponer de quinientos años para amarla, pero reconozco de inmediato mi frágil necedad... Los días continuaron ajenos a mis tribulaciones. Deseando retener su alma huidiza, hice regalos costosos a Teresa ya distante de mí. Una noche aciaga, sin ningún mensaje, no hallé en su cuarto la menor señal de que había existido un poco para mí. ¿ Matarme? ¡ Bah, los románticos del splint se hicieron humo ancestral! ¿ Valía aquel ingrato sentimiento de duda infiel? Cada noche volví al club, al espectáculo clisché, a mirar los cuerpos ofrendados que jamás igualarían al de Teresa. Durante cierto tiempo acepté el martirio porque necesitaba recuperarla; pero otra madrugada me recriminé...Debía convencerme viejo, te lo digo, antes que mi interior se partiese... Nunca volví a ver a Teresa y extrañamente recuperé la felicidad.
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