MUERTE DE LA MUERTE
Publicado en Jan 10, 2010
Autor: MIRNA LOPEZ BAEZ Tarde, muy tarde en la noche. Sin estrellas en el cielo y con la luna menguante. El viento sopla frío y fuerte; trayendo consigo las hojas secas de los árboles. En esta noche todo es oscuro, sólo se miran las luciérnagas amarillas que titilan en la penumbra. En el fondo se oye el concierto de grillos y sapos croar. Un quejido a la distancia se oye. Es el lamento de una mujer, es el sollozo adolorido que se va perdiendo en un silencio para de nuevo comenzar. Se escuchan unos pasos sobre las hojas secas. Pasos lentos pero firmes. Como buscando algo en la oscuridad. Esos pasos llevan un traje largo hasta los pies, de color negro, tan negro como la noche, en su mano van unas cadenas con candados abiertos sin llaves. El roce de las cadenas ensordece los oídos y estremece el interior en cada paso que da. Su rostro?… no se ve , lo cubre una capucha y lleva la cabeza un tanto baja, como mirando bien por donde va. Los quejidos de la mujer aún se oyen. Ahora con un poco más de claridad, pero cada vez… , se queja con más debilidad, pareciera dejar en cada uno un trozo de aliento. La figura de negro avanza sigilosamente por el camino oscuro y frío. El viento sopla fuertemente. A lo lejos un luz tenue se observa. Es la llama de una vela sobre una mesa de tabla rústica que baila al compás del viento que se filtra por las rendijas de las tablas gastada de la cabaña. En su interior una anciana postrada en un catre, a su lado una mujer con un libro de cubierta negra, gastada por el manoseo de los años, en una de sus manos un rosario de cuentas blancas y un crucifijo de madera. La mujer atiende a la anciana, mira la vela y observa el reloj. La anciana se queja más débilmente y la mujer se hinca en el suelo, abre el libro y coloca el rosario sobre él. El viento silva inclementemente, su sonido penetra los oídos y llega hasta los huesos causando escalofríos. La vela se apaga. La mujer corre abre un baúl viejo, las bisagras rechinan; saca algo de allí y lo deja abierto. El viento arremete contra la puerta y la abre de par en par. La brisa helada penetra en la cabaña. La anciana emite un quejido espeluznante, la mujer voltea y ve la figura vestida de negro en la puerta. Erguida, imponente, dominante. Ella la mira sin miedo, con una mirada penetrante y desafiante, en sus ojos hay odio y rencor. Sus miradas chocan. Se ven fijamente. Son dos titanes que cada uno desea su presa. La figura de negro avanza un paso, la mujer otro. De pronto…. La figura de negro se queda paralizada y la mujer sonríe, una sonrisa que es más bien una mueca de victoria. El viento sigue soplando. La mujer enciende un fósforo y rápidamente enciende la vela. La figura de negro ha soltado las cadenas y sólo se puede observar el brillo de sus ojos ennegrecidos como su misma alma. La mujer toma lo que saco del baúl. La figura avanza hacía la anciana quejumbrosa y la mira. Un hedor a vísceras podridas inunda la habitación. La anciana abre los ojos y despavoridamente la mira. Un grito silencioso escapa de su garganta es un NOOO que ensordece al mismo silencio; es una negativa ala figura voraz Mientras la mujer toma el libro que ha dejado en el suelo, se coloca el rosario en el cuello y toma las cadenas que la figura de negro dejo en el caminar. La anciana agonizante observa a la figura, trata de ver su rostro y en su desesperación la figura de negro toma el rostro de la madre de la anciana, el rostro de su hermano, de sus amigos que se marcharon de este mundo hace mucho tiempo y la anciana los llama y la figura extiende su mano hacía ella. Las manos se van acercando una con la otra. La anciana desea tomar esa mano que hace tantos años no ha tenido, acariciar el rostro de su madre y conversar con esos amigos de la infancia que ya no están, es un deseo impulsivo y trata de alcanzar la mano de la figura. Las manos casi se juntan. La mujer sin que nadie lo note se ha colocado muy cerca de la figura, mientras los dedos casi rozan, casi se toman la una con la otra. La mujer hábilmente coloca las cadenas con candados alrededor de la figura de negro y los cierra, con una llave que saco del baúl viejo. La figura inmediatamente trata de zafarse; pelea con las cadenas y no puede quitarlas, tira de ella fuertemente, pero es inútil, los candados están cerrados. Los candados la han aprisionado, la figura es presa de ella misma, en su desesperación, emite un grito de dolor, tan desgarrador como la muerte, tan ensordecedor como doloroso. La mujer coloca a la figura encadenada en el baúl y la mira, en su mirada hay victoria, cierra el baúl y la tercera cadena en el suelo la toma y con ella rodea el baúl viejo y coloca el candado. La figura ha muerto. La anciana vuelve a la vida es impresionante como es el cambio de su aspecto agonizante a lozano. La figura de negro que era la muerte ha muerto, la mujer la destruyo con sus mismas armas. Yace ahora en el baúl para nunca más salir. ©NAMIR Con derecho de autor incluido en el libro de Namir
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Eduardo Cle Vicente
Verano Brisas
Entre gustos no hay disgustos, como reza el dicho popular.
Leí tus cinco textos publicados hasta el momento, y aunque todos me agradaron, me quedo con "Muerte de la muerte".
¿Por qué? Porque hallé una prosa clara, sólida, concreta y precisa.
Las oraciones cortadas que utilizas producen suspenso, al mejor estilo anglosajón, y me fascinaron.
Nada de filigranas ni adornos inútiles. Nada de retórica. Pura fibra.
Y algo paradójico si se quiere: En lugar de perder poesía, este texto la gana con creces.
No necesitas escribir en verso para demostrar que también eres una buena poeta.
Felicitaciones. Cordialmente, Verano.