Genoma y feromonas: Ay, Marianito
Publicado en Jan 13, 2010
Encontré que en la enorme mesa ya todo estaba dispuesto para el asado. Mirto y Javier espantaban a sus perros que, sobreexcitados por el aroma de la carne asada, alternaban el trenzarse en fugaces y escandalosos combates, poniendo a prueba la paciencia del contador armado con enorme facón, con la ejecución de unos serviles lloriqueos para poner a prueba la piedad Mirto. Mis ojos, enrojecidos por tanta tarde de cerveza al sol, parecían un blanco perfecto para los mismos jejenes que formaban enjambres en torno a los tubos fluorescentes. Las chicas llegaron con las ensaladas (mixta y de achicoria) y me preguntaron cejijuntas, por Isabel; hubo un silencio expectante hasta que, tajante, contesté que, con seguridad, "bajaría enseguida". Percibí que aquello podía volverse una santa inquisición y el malhumor me trepó, con un indescriptible dolor, desde el escroto hasta bifurcarse hacia mis sienes.
Pasaban los minutos e Isabel no aparecía. Oyendo necedades en discusiones acerca de la suerte del seleccionado de fútbol, las fanfarronadas de asador advenedizo del contador y, luego, sus tecnicismos oscurantistas acerca del devenir de la economía del país, yo bañaba mi ansiedad con enormes cantidades de un Malbec de buena cepa, vaso tras otro como si fuera agua, aunque bien supiese que no debía hacerlo tan ávida y negligentemente. No me preocupaba por su ausencia, sólo me extrañaba porque bien sabía que no era propensa a súbitos ataques de histeria, sino que, más bien, Isabel era lo suficientemente terrena como para no contenerse y cometer alguna estupidez sin retorno; aunque tampoco ignorara que, por aquellos días la vida se le había empecinado con darle de lleno con cantos más afilados. Sentí la muy puta y negra culpa, una culpa negra de un negro de sotanas. -esta delicia sale en diez minutos-, dijo Javier-. Y Celia acotó: ¿no vas a avisarle a Isabel? Subiendo las escaleras grité su apodo por primera vez. Sin respuesta. La segunda vez que la llamé, sólo encontré a Marianito que, moviendo la cola, vino a mí; lo alcé en brazos. Debía andar por ahí cerca. Volví a llamarla golpeando la puerta del baño más cercano a nuestra habitación. Nada. Atravesé el ventanal y salí al balcón. Caminé hasta la baranda de piedra, muy mareado por tanto vaso de vino embuchado casi sin darme respiro; no había comido nada más que sándwiches en un lejano mediodía y una sensación de asco se tradujo en un eructo fétido. Una calma húmeda, de esas que preceden a los temporales de éste clima ya vuelto loco, pesaba sobre mi coronilla atestada de inquietud y tinto, atmósfera que yo inspiraba sofocado, como a tirones y en bocanadas, y que exhalaba dando lentos resoplidos. Me acuclillé con el perrito lamiéndome un pómulo como tratando de reanimarme con la gélida vida de su hocico. ¿Qué necesidad tuve de burlar a la felicidad? ¿Qué necesidad de tanta necedad, de condenarme a esta fría soledad? Oh, My Demon, ¿por dónde andará el fantasma de aquella ígnea conchita tuya? ¿Por dónde caminarán esas piernas de ligas negras que usabas en los días de fiesta en que te me volvías tan puta? ¿En qué infierno se carbonizan tus muslitos tersos, tan suaves y acrílicos? Debo seguirlos ¿Por dónde andan tus aromas felinos? ¿A quién asesino? Ojala nunca hubiese sido tan injusto, que nunca te hubiese herido, que no me hubieses descubierto así, en plena fuga. Desearía no haberte mentido para que nunca me contestaras: "no volveré a confiar en vos". Quisiera que estuvieses conmigo ahora. Isabel era el puntal que me haría falta cuando me incorporara y apoyara contra la balaustrada del balcón. Dominado por la culpa y la náusea, dejé de abrazar al perrito, que ya había desaparecido. Digresión de fantasma hambriento: nada como la adrenalina para sobreponerse a una curda; o mejor, nada como la adrenalina para sobreponerse a todo: tres segundos del galope de un furioso pitbull pisándonos los talones y reconoceremos la eternidad en aquel trance; como lo dice Langella, en un paréntesis del Blues del Zarpado: "a mayor adrenalina, menos es la percepción del paso del tiempo". El susto hizo que recobrara algún brío, avivando así mi embriagada consciencia. Examiné en cada baldosa del piso ajedrezado del balcón. Sin rastros del cachorrito. Con unos pocos trancos voladores volví a meterme en la habitación; allí sólo bolsos y camas vacías, y en tal desolación, el cachorro de Isabel, aún porfiado en permanecer perdido, nunca acudió a mis modestos llamados en sordina. Sin querer pensar que el destino del pobre Marianito hubiese sido una mortal caída al vacío, intenté hacer memoria en medio de una confusión que amenazaba con volverse desespero; bien: el cachorro estaba en mis brazos cuando me incorporé para apoyarme en la balaustrada, entonces para eso ¿lo había posado yo ahí? Ay. Volví al balcón. Desde la baranda miré hacia abajo. No supe por cuánto anduve merodeando por los pasillos del caserón y llamando al cachorro, tampoco supe en cuántas zancadas bajé volando hasta la arena lamida por un río de sombras en la que oí a Isabel preguntarme: -¿Qué haces acá?. Y también me oí contestarle: -Nada.
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inocencio rex
Matteo Edessa
además me parece una escena digna de loco por Mary, muy buen relato esta comedia obscura es una alternancia exquisita en el dramatismo de tu novela.
felicitiaciones por ello!!
Mastropiero
Roberto Langella de Reyes Pea
Roberto Langella de Reyes Pea
Respecto de la ignorancia, yo creo que cuando mejor tratamos de hacer las cosas, es cuando peor nos salen. La vez pasada hablábamos de la necesidad de cada tanto "dar un golpe sobre la mesa", ¿te acordás?, en relación con nuestras mujeres. A veces, creo, es mejor inducir ciertos errores, voluntariamente, aunque duelan, y seguir manteniendo el control, antes de que por intentar resolver todas las cuestiones terminemos tirando al perro por el balcón. No sé si me explico. A todos alguna vez se nos cayó marianito por el balcón, querido amigo; eso es lo que hace tan querible a tu novela, además de por lo bien narrada que está, porque todos podemos identificarnos con ella en alguna medida, me parece. Es lo que a mí me pasa en relación con lo que escribís, por lo menos.
Claro, te repartí el comentario en parte seria y (supuestamente) no sería. Lo que dije del perro parece que queda en la parte no seria. Disculpame, fue un chiste boludo de mi parte, más referido a la cita que hiciste sobre mí.
Bueno, y claro, que la cita quede como el guiño que es (vos me alimentás la vanidad, después no te quejes).
inocencio rex
ahora cito (mal) a sócrates y digo: "el mal puede provenir de la ignorancia"..o sea que con negligencia, uno puede terminar con el objeto de amor.. y con la "culpa" puede surgir el "miedo", culpa y miedo que son un poco la esencia del fantasma hambriento.. el chabón perdidamente enamorado deja caer por un balcón, de puro pelotudo y borrachín, el amado perrito de isabel.. con esa simple conducta (negligente, ni siquiera egoísta) la cosa pinta para desmadre, simplemente la suerte se torna negra en una serie de sucesos (y de estupideces cometidas) de un fin de semana largo hace rato que está volviendo interminable.. y terminal para esa relación de amor..
no entendí del todo el comentario: ¿querés decir que no resulta verosimil hacer que marianito se caiga por el balcón?
cito a langella y su blues del zarpado porque no creo que muchos lectores de textale sepan quien es tu tío y es muy posible que sí te hayan leído a vos.. si un día feromonas va a papel, la cita pasará a ser una reseña autenticada por escribano público..o un simple guiño.. no sé
ahora quedan las secuelas de la desaparición del pobre marianito..
gran abrazo y gracias por el comentario
Roberto Langella de Reyes Pea
A ver, comentario serio 1: Si no hay un "Marianito 2", me parece que este capítulo termina de una manera un poco abrupta.
Sigo. La mención que me hacés me mató. Ya quisiera yo estar en "Genoma.." nada más que como el tipo que te cargaba nafta en la estación de servicio. Ahora, ¿no me citás un poco como si citaras a Sócrates?. En otro contexto, cuando los lectores lleguen ahí, van a creer que el tío Frank escribió un libro.
Comentario serio 2: En el prólogo al "Increíble Hulk" de la Biblioteca Clarín del comic (sí, es un comentario serio, a pesar de; seguí leyendo) Eduardo de la Puente dice que él siempre desconfió de todo aquel que dijera que jamás podría causarle mal a aquellos que ama. Textual. Creo que es con esas mismas palabras que lo dice. Bueno, me mató esa reflexión que hacés a mitad del relato, acerca del "paraíso perdido" que todos padecemos, y retomo y comparto la idea de dela Puente. Es verdad, yo también desconfío de todo aquel que se declara incapaz de lastimar a la persona que ama.
Por qué es así. Yo tengo toda una idea al respecto, pero da para largo. Recuerdo algo que se dice en una película, en la que trabajan Richard Gere y Juliette Binoche, que aquí se llamó algo así como "El Significado Secreto de las Palabras", pero cuyo título original es "La Estación de las Abejas" (The Season's Bees). Allí se dice que, creo que eran los antiguos persas, al realizar una obra, cuando estaban por finalizarla y seguros de que la misma se hallaba ya casi terminada, y perfecta, introducían entonces en la misma un error voluntario. Y decían que hacían esto para no ofender a los dioses.
El hombre no puede generar nada perfecto, mi amigo. De hacerlo, al paso siguiente necesariamente sobrevendría el caos. Porque estamos sujetos a los cambios, porque no somos permanentes, porque no somos eternos.
desde ese punto de vista, no es extraño entonces que terminemos lastimando a quien más amamos; porque en el amor, que es lo primero que nos aconteció, es en lo mejor que podemos consumarnos, incluso, inadvertidamente.
Me has hecho filosofar, amigo. Bueno, un poquito y de prestado.
Un abrazo.
inocencio rex