Ciertas jaulas
Publicado en Jan 14, 2010
Lo encontró en la calle en una esquina decente mirando una vidriera agachando la cabeza con toda la plenitud expresiva que su espíritu le permitía. Se acercó lentamente, como lo hacen ciertos fantasmas sin que nadie intente verlos apenas casi así, y le dijo: me enteré de que vas a ser padre, y de que va a ser una nena, nena; una nena con un padre como el que nunca tuviste. Él la miró oyéndola casi cantar sin temor a ser oída. Lucrecia, Lucrecia, repitió entonces ella su nombre vacío, supe, y esta vez sí va a llevar tu piel oscura como un río oscuro. Entonces él le dijo: es verdad, pero yo ya tengo otra hija. Seremos cuatro bajo un techo los días de lluvia. Sin necesidad de mirar por los resquicios de la ventana en presencia de un universo tan nuestro.
Ella levantó la cabeza por un segundo anclada en el asfalto monótono y quieto y una lágrima tocó su piel quemando cualquier borde, cualquiera, cualquiera. La propia materialidad resultaba un defecto. Y entonces. Ya lo sé, mi amor, ya lo sé, repitió en una quietud exacerbada temblando hasta la superficie. Siempre, en el fondo, supe toda la verdad de tu vida como un Dios en silencio. Sólo quería decirte una cosa tan simple que da lástima, se tuerce en sí misma sin lograr hallarse, enterneciéndose casi como la foto colgada en la pared vista mil veces tachada mil veces muerta nunca aún todavía. Ignorémonos como siempre después en todas las malditas calles de este mundo-pañuelo, pero. Lo miró a un punto extraño que parecía extenderse, desde el centro de sus ojos a un yo más lejano abriéndose paso a través de su frente. Lo tocó sintiendo el ardor de una piel siempre nueva a través del tiempo y de los tiempos. Y le dijo, perdiendo noción del espacio del presente del aire y de las cosas: sé feliz. Me estará doliendo del otro lado y sin embargo reiré como ahora en una ausencia permitida. (La palabra lejana se retorcía en su cabeza como un trueno autónomo y esparcía restos de recuerdos de letras, de cierto relato infantil para su infantil vida y consecuente abandono resistido. Pero sintió el dolor adelantándose a su primer pensamiento como un de javoù conciente de sí mismo y de un cuerpo tal vez remoto, externo; hastiado y ajeno a la misma esencia de ser en sí un centro tan concentrado, capaz de contener la nada). Él extendió la mano dirigiéndose a sus ojos siempre ciegos, entonces ella dijo, conteniendo el gesto de cinco dedos de orquesta sola como una piedra del tiempo: no, nunca, gracias, adiós.
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Rodal
Resulta compleja la lectura, pero alimenta mucho. Me encanta que esté regado de figuras poéticas. La narración es ágil y hace que la poesía fluya ágil.
Va un abrazo y estrellas
Rodal