El Maletín
 
Caminó por Alameda toda la tarde. Iba, volvía. Miraba vitrinas, espectáculos callejeros. Chocaba con la gente. Se enamoraba de mujeres fugaces. Pero nunca soltaba su maletín. En él había más que todo lo que el mismo pudiera desear. Su mano sudaba, sin embargo, no lo soltaba. El maletín era café, gastado, sucio.
El sol comenzó a pintar de naranjo los edificios, los rostros, los pensamientos. Sus pensamientos. Esos que estaban arrugados como su vida. Irreconocibles como su cuerpo. Su cuerpo que alguna vez fue virgen, que alguna vez brillo, que perteneció a una mujer. El quería pertenecerá alguien. Ser alguien. Martina había sido su dueña. La dueña de su cuerpo, de su vida, de su alma y hasta de sus pensamientos.                                                                                             No pudo moverse más. Su mente se congelo sosteniendo una sola palabra que decidiría todo lo que le había quedado. Ahora, sin dueña, era nada. Necesitaba pertenecer, ser.                                                                                                 Sus ojos miraban atentamente el cielo. Vigilante. A veces inverosímil.              Ya era de noche.                                                                                                 La gente caminaba más rápido y golpeaba más fuerte. Lo miraban con recelo. Con distancia. Estaba y no estaba. Era y no era.                                     Despego la mirada del profundo cielo Santiaguino. Camino hacia la pileta de la plaza de Armas. Se sentó en la orilla y coloco el maletín en sus piernas. Respiró profundo y lo abrió. Miro el contenido del maletín y sonrió. De repente comenzó a hablar muy bajo, como un murmullo, y decía: "Amor, sé que fue mi culpa, yo quise hacerlo lo reconozco, pero ahora no puedo estar sin ti, lo que nos separó que nos vuelva a unir en el cielo, te amo".                                     Las palomas que tomaban agua en la pileta volaron del susto que les provocó la caída de un hombre. Las gotas del agua cayeron lejos. Iban despacio como queriendo despedir con respeto al rubio hombre de la sien ensangrentada.
El maletín cayó al suelo abierto dejando a la vista de todos lo que había en su interior. El grito de una mujer acerco a más personas, quienes rodearon el valioso tesoro que el hombre ocultaba en su maletín; un corazón ensangrentado sobre un pedazo de papel que decía: " De mi amada".