Casi
Publicado en Apr 30, 2009
Se levantan casi al mismo tiempo, Dante a las seis de la mañana, Darío a las seis con diez. Dante se ducha, desayuna y prepara café. Casi nunca lo bebe. Luego camina escaleras abajo, se detiene en la puerta y toma sus llaves de un pequeño gancho en forma de perrito, mismo que cada mañana jura tirar un día al basurero. Darío arrastra los pies por la alfombra, se mira en el espejo, la boca seca… El alma rota. Maldice a Dante, desayuna y se ducha, luego bebe café… Sale de su casa y mira a Dante abordar su coche. Viven uno junto al otro, los separa una pequeña cerca de tablitas blancas, los separa el aire y una historia. Se marchan al trabajo y llegan casi al mismo tiempo. Se sientan en sus respectivos lugares, los separa un cubículo vacío, el espectro de un recuerdo y una sonrisa que se apagó. Se llamaba Dafne y su sonrisa detenía el tiempo, detenía el palpitar de corazones. Su presencia te atrapaba. Y los dos la notaron casi al mismo tiempo, primero Dante; luego Darío dos segundos después. Dante regresó temprano a su casa, todo olía a humo, encontró al diablo esculcando los cajones de la cocina. Dante sabía quien era aquel ente profanador pero actuó con naturalidad. – Disculpe, pero esos son mis cajones. –dijo Dante dando golpecitos en el hombro de aquel ente. - ¡oh! Perdone mi imprudencia señor. Dijo el diablo, luego agregó –he venido a hacerle una grandiosa oferta, – ¿Le gustaría deshacerse de esa alma atormentada con la que carga?, ¿desea olvidar el pasado? ¿O cambiar su presente? … - De momento no se me ofrece nada, muchas gracias, además no poseo un alma libre. – Dijo Dante – soy un esclavo laboral con una aburrida rutina, predecible como el sol que se asoma cada mañana entre los cerros. - Uhmm... ¿y que me dice de esto? – dijo el diablo al momento que posaba su mano en la cara de Dante, pudo Dante visualizar entonces el espectro del pasado. Miró a Darío sentado en la oficina, se miró a sí mismo, el cubículo del centro estaba ocupado; sentada muy delicadamente mirando el monitor… ¡era Dafne!, ella y su sonrisa que le robaba suspiros al cielo. Los dos Dantes la miraban detenidamente, atónitos y con un cierto brillo en los ojos único en ellos. Darío la miraba también, en furtivos y rápidos reojos cuando la pensaba distraída. El diablo retiró su verdosa mano de la cara de Dante y se esfumo el recuerdo dramatizado ante sus ojos. – ¿la extrañas?, a ella ¿o a tener una excusa para despertar cada mañana? – inquirió el diablo en espera de una respuesta afirmativa. - si, la extraño, pero no puedo aferrarme a su recuerdo, ¡la vida debe seguir, mi insistente amigo! – contestó dante, tomó al diablo de un hombro y lo encaminó hacia la puerta. - Estoy bien con mi presente, ¿porque no prueba en la casa de a lado?, espero tenga suerte. – dijo dante. El diablo replicó – ¿y que tal fama?, ¿dinero?, ¡¿un Ferrari?! – Dante sonrió y le cerró la puerta en la cara. Mientras, Darío salía de trabajar, condujo hasta el cementerio, una tumba descuidada le esperaba. Darío limpió el polvo con hojas de palmera, regó con agua embotellada la tierra y adornó la lapida con flores silvestres. Camino de regreso al zaguán, sintió el corazón expuesto, maldijo una y otra vez a Dante, lo maldijo, lloró por él ¡Lo odiaba con su entero ser!, ¡lo despreciaba!, Lo extrañaba mucho… Fueron amigos tanto tiempo, pero todo el afecto se convirtió en odio, es triste aceptarlo, pero la amistad a veces le cede frente las adversidades, y es entonces que el globo rosa se revienta. Darío conoció a Dafne, de inmediato quedó prendado de su ser. Enamorado en un segundo. Cada mañana la miraba escondido en los límites de su cubículo, se volvió adicto a mirarla, la miraba todo el tiempo, a todas horas. Quedarse tiempo extra era un justo precio al tiempo que perdía observando su carita. Fue muy duro verla aquel día tomada del brazo de Dante, sonriendo, alegre. Ahí empezaron a cultivarse los celos hacía Dante, las miradas furtivas hacía el cubículo de Dafne se lanzaban antes como dagas a los ojos de Dante. Las palabras amables se convirtieron en muecas de indiferencia, Darío se alejaba cada vez más de Dante, y su pobre amigo no podía entenderlo. – ¿Qué demonios te sucede Darío?, hace tiempo que me tratas como si hubiera matado a tu perro. – dijo Dante en tono de burla buscando amenizar la charla. – vete al diablo Dante. –dijo Darío entre dientes y se fue, se encerró en el baño de la oficina. Mientras se miraba al espejo miraba a los adentros de su mente, innumerables escenas pasaban ante sus ojos manifestándose en el espejo. Dante besaba a Dafne y ella devolvía la caricia con lujuriante pasión, fue entonces cuando Darío quedó atado entre realidades y sueños de espejo. Su cabeza confundía ya la realidad con sus fantasías, las noches de insomnio pensado en Dafne, que ahora sumaban semanas, agrandaban su confusión. Salió del baño, todavía envuelto en su maraña de historias falsas, una boda y un matrimonio de años rondaban su cabeza. Una tarde al llegar del trabajo encontraba a Dante con Dafne, su esposa. Nada de eso pasó fuera de su cabeza, mas el lo sintió en carne viva, como uno de esos sueños muy reales que nos hacen despertar sudando frió o en peores casos, bañados en orina. Darío fue hacia el auto de Dante, con saña deshizo los frenos. Se fue, esperando darle muerte a su más antiguo amigo. Quince minutos después el trance se esfumó de tajo, se dio cuenta de lo que había hecho pero ya era tarde, el auto ya no estaba. Dante llevaba a Dafne a su casa aquel fatídico día. Una marca dividiendo la cara de Dante fue la única secuela del accidente, Dafne no corrió con la misma suerte. Darío condujo de prisa y no muy lejos encontró el contingente. Miró a Dafne dar su ultimo respiro, miró sus ojos apagarse. Desde entonces Darío visita cada día aquel alejado cementerio detrás de la colina, todavía recuerda cada instante con nostalgia, culpa a Dante por todo, lo hace porque no puede aceptar que la culpa haya sido de él mismo. Al salir del cementerio regresa a su casa, siempre llora durante todo el camino y seca su rostro antes de bajar del auto. Esa vez cuando entró a su casa desconoció el ambiente, un aire denso, difícil de respirar. Se condujo hasta el baño, el escusado estaba lleno de cenizas, sentado en la barra de la ducha se encontraba el diablo fumando como locomotora. –Buenos días apuesto joven tengo para usted una oferta que no puede rechazar. - ¿y hasta ahora te presentas?, te llamé hace meses. – dijo Darío con tono molesto - Tengo una agenda ocupada amiguito. – respondió el diablo con sarcasmo. - bien ¿y que me vas a pedir a cambio de tu alma? –dijo el diablo con un poco de prisa. - Aún no lo he pensado, no estoy seguro. –contestó Darío desconfiando de lo que iba a hacer - Mira. Te lo dejo fácil, después de lo que hiciste con tu amigo y su novia tu alma ya es casi de mi propiedad. ¿Lo entiendes? - ¡Ella no era su novia! –gritó Darío enojado - Tranquilo, tranquilo… es solo que yo acabo de visitar a tu amigo y lo he visto muy feliz, sin problemas, en paz. Mientras tú sufres por su culpa. Solo quería decirlo porque no me parece justo. ¿No te apetece quitarle su estupida sonrisita deforme de la cara? Pasó esa vez como en el día fatídico cuando se encerró en el baño, miles de imágenes en su cabeza, y las emociones empezaban a aflorar, el diablo ayudó a exacerbarlos con sus poderes mágicos de diablos. A Darío le hervía la sangre, en cuanto estuvo dispuesto a hacer el trato, miró de pronto hacia un rincón en la pared. Un pequeño gancho para llaves en forma de gatito, este simple adorno de pared provocó otro tipo de imágenes, recuerdos alegres, cuando Dante fue su amigo. Cuando hubieran dado todo uno por el otro. Darío miro al diablo… – hagamos el trato por favor. –Claro, aquí está el contrato – dijo el diablo con una sonrisa. La mañana siguiente a ese día tan extraño, lleno de recuerdos y de diablos, Dante encontró en su puerta el gancho de gatito que le regaló una vez a Darío. A lo lejos observó a Darío desaparecer en el horizonte conduciendo su nuevo Ferrari descapotado.
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