Un ltimo viaje
Publicado en Jan 20, 2010
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A las 4:30 de aquella tarde de enero, un hombre dispararía una bala dentro de un vagón del metro. La bala se incrustaría en el techo y no causaría más daño. La primera en emitir algo parecido a un grito sería una chica vestida de negro, su rimen negro escurriría hasta sus pómulos blancuzcos a causa de las lágrimas que brotarían de sus ojos.
                -No se asusten, conserven la calma... ¡Cállate, por favor cállate!-. Gritaría el hombre con las manos en la cabeza y la pistola aún en una de ellas.
No habría ruido fuera del vagón del metro pues este se encontraría entonces, hundido en la oscuridad de un túnel. Al sonido del primer disparo, el conductor del metro habría detenido el transporte bajo las tinieblas, entonces, en medio de la incertidumbre de su futuro, el conductor oraría.
Las personas del vagón tomado se mantendrían calladas, tan calladas que parecería que estuvieran muertas. La chica de negro pararía su llanto para entrar en un estado de resignación. El mundo dentro de aquel vagón del metro se hundiría un instante en las sombras del silencio.
El hombre correría, con el arma aún en mano, hasta uno de los extremos del vagón. Allí se instalaría viendo a sus víctimas, apuntando a ellas.  Aquel hombre no hablaría por un largo periodo de tiempo, hasta que su seguridad para hacerlo aumentara. Entonces comenzaría:
                -¡Perdónenme, de veras perdónenme!-. Diría el hombre entrando en llanto -Lo que pasa es que ya no le encuentro más sentido a la vida. He querido llamar la atención de la gente para saber que existo, pero parece que soy invisible para la humanidad entera-. Mientras hablaba, las lágrimas comenzaban a brotarle de sus ojos. El arma en su mano se iba perdiendo como un fantasma. Su mano amenazaba con soltarla.
En ese momento, el verdadero asesino vería su oportunidad.  Tan rápido como se lo permitieran sus manos, sacaría un arma escondida bajo su cinturón, apuntaría al hombre triste y lo mataría sin titubeos. Las personas aplaudirían la acción del asesino. El conductor del metro pondría otra vez en marcha a la gran oruga naranja.
A las 5:30 de aquella tarde de enero, un hombre dispararía una bala dentro del vagón del metro. La bala se incrustaría en la frente de una chica vestida de negro, otra bala saldría segundos después, seguida de otra y otra hasta que todas las personas del vagón yacieran muertas. Dispararía entonces a la cabina del conductor, se robaría las pertenencias de todas las personas del vagón. El asesino saldría por una de las coladeras de la ciudad, habiendo saciado su sed de sangre, mientras el suicida habría conseguido lo que había buscado en toda su vida: ser alguien. Pues  entre los muertos, no se puede juzgar quien importa o quién no.
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Foto del autor Salvador David
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Descripción

Palabras Clave: Relato

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Salvador David

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January 20, 2010
 

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