Genoma y feromonas: Apunte
Publicado en Jan 26, 2010
Ella ya había decidido dejarme antes del viaje.
Sobrestimé el poder de marianito. El negro olvido, el absurdo y cruel, abrió sus fauces ante mí y quise abandonarme a la gravedad a la que sólo los cuervos son inmunes; el siniestro, el alter ego del amor que es fe, embriagado de culpa e intuyendo puro dolor, tanto por haber derrochado suerte y vida, como por haber malgastado aquella historia, quiso desplomarme desde la balaustrada del balcón, quiso lanzarme a ese mismo abismo como si se tratara de un regazo materno. Fue antes de aquel viaje de fin de semana que empecé a morir; una noche en la que perdí la fe yo alzaba una copa repleta brindando porque mi mujer me quería como a un padre al que no quería y, en eso, me derramé mi propio derroche en la cabeza. Llegó aquel domingo con regalos y me exigió, con ofensas, que le diera esa bofetada que pronto fue un rayo naciendo en mis entrañas, aquel cachetazo fue el mazo de un dios, un maldito menhir ante el que Isabel se quiso arrodillar. Si. Le pegué y luego la sometí. Quiso gritarme, quiso revelar su furia ante el dios padre dando pataletas, me quiso vencer para ya no saber qué diablos hacer. Amenacé con romperle el cuello si no se callaba. El elástico de la tanga restalló al cortarse e Isabel gozó y me babeó, lubricándome los mismos dos dedos con los que le separé las nalgas, y chilló como una marrana. Bruja cierta. Puta. Aquella vez hicimos el amor, insuperablemente. Fue la despedida. Dios, ese fue el adiós. Es posible que el vértigo al abismo del mismo balcón, sentido apenas estallé en metrallas de perlas, haya sido una intuición que mis ojos, tan rechonchos de fe como blandos toneles de lágrimas, no alcanzaron a ver. Así, pude haber sido el tipo más feliz en la entera historia de la humanidad en esa última vez que amé y fui correspondido sólo por sus sonrosados cachetes. Pero muy diestro le perdí el respeto y quise huir de mi propio departamento, intuyéndome pendiente en el vacío. Y me quedé a morir.
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Julin Negromanti
inocencio rex
gran abrazo
Roberto Langella de Reyes Pea
No sé porqué, en este capítulo sentí una atmósfera Sin City, claro que sin las armas. debe ser tu manera de narrar, como demorando las palabras, o como acortando las riendas a un caballo a punto de desbocarse. Sigo, Rex, y ojalá no se terminara nunca, porque es muy disfrutable, párrafo a párrafo.
Un abrazo.