Noche de fantasmas fugaces
Publicado en Jan 31, 2010
La habitación plagada de gente comenzó a amenazarme. Y él, solapado y sobrando entre la multitud, clavó su mirada sobre mí. Sus receptores visuales se perdían entre el pelambre oscuro y algodonoso que cubría su cuerpo amorfo. O tal vez eran retazos de tela; u ovillos de lana azabache. Sentía cómo atravesaba con sus ojos mis tenues ropajes.
Nadie parecía percibirlo. Nadie parecía percatarse de esa extraña presencia. Ese metro cincuenta con forma ovoide, cubierto de pies a cabeza (o lo que fuera que tuviera por cuerpo) de retales deshilachados de color ceniciento, de tonos brumosos, nebulosos, nocturnos, se desplazaba cual si fuera invisible. Y yo temblaba al percibir su cercanía. Y tiritaba al verlo dirigirse hacia mí. Mis pies-raíces intentaron elevarse de la tierra-suelo. Con un marcado esfuerzo conseguí desenterrar mis dedos-rizomas. Pero un bosque de individuos cercaba mi paso. El laberinto humano impedía mi escape. Los arbustos-personas me laceraban con sus brazos-ramas apenas empezaba a trasladarme hacia un claro del recinto. Y él, sigilosa e inexorablemente, acortaba nuestra distancia. Mi voz-brisa rogaba por permiso. Su voz-tornado atropellaba carcajadas. Risueños, los convidados, bebían y parloteaban. Y esa lucha entre blancas y negras, batalla personal, sin aliados. Dama y rey. Sin alfiles, ni peones, ni caballos que en un-dos pasos y al costado, pudieran liberar mi torre y en un enroque darme un pase libre hacia las últimas casillas. Pero sólo la muerte asegura, la salida del tablero y el final de dicho juego. Varada en mi casilla, amenazada, impotente, inmovilizada. En un repentino rapto subo al equino contiguo, monto a pelo y galopo derrumbando fichas y troncos. Y él, criatura pegajosa, se plega a mi sombra. Mi huida le abre un atajo, y así yo firmo mi propia sentencia. Y recuerdo, con sorna, aquel dicho: “quien huye de sí mismo, sólo retrasa su inevitable encuentro”. Me detengo en medio del bosque, doy media vuelta y lo observo. Atónito, frena su andar. Ante su mirada estupefacta, salto del caballo y me dirijo a él. y a medida que me acerco, su metro cincuenta comienza a avanzar hacia la escala del cero. Su tono negro azabache se esfuma poco a poco hacia el blanco, y su mirada de fuego centelleante, de disipa en un santiamén. Un aroma a incienso invade mis fosas nasales. Me recuesto sobre la hierba y observo. La noche se ha ido cubriendo de estrellas, que brillan, que titilan, que fugaces surcan el cielo y se extinguen.
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Julieta
Gabriel F. Degraaff
Julieta
Julieta
Besotesssssssssss
Eli
Edgar Omar Neyra
Saludos..Què estes de maravilla en todos los aspectos.
Gracias por tùs consejos al igual que por tù amistad.
Mis estrellitas al igual que mis admiraciones para tì.Aplausos.
Besotototes para tì.Tù lector siempre fiel..Edgar Omar..
Julieta