Del burlador de Sevilla y la mujer que lo atrap
Publicado en May 05, 2009
Al cabron de Juan Tenorio. La vida está llena de sorpresas, majo.
I. Juan Tenorio tenía una amante en cada lugar del mundo en el que había estado. Como buen caballero europeo, las trataba de maravilla hasta que lograba conquistarlas y caían rendidas ante él. Después las circunstancias le llevaban lejos del país y lejos de la amante a quien no volvía a ver jamás. No tenía ninguna presión y le gustaba el juego de seducirlas y sentirse deseado. Le fastidiaba eso de entregar y entregarse al amor, sin embargo las palabras "flor de mi vida, dulce amada y amorosa doncella" se repetían en su vocabulario y también a los cientos de muchachas que pasaban entre las muchas habitaciones de hoteles en que se hospedaba. Y ellas, todas bellas, todas complacidas. Así, la jóven árabe de sonrisa infantil y modales desdeñosos cayó a sus pies y se volvió casi loca cuando encontró una letra de la amante de Kazakhstán. Se hizo la fuerte ante él, le reventó una botella de vino en la cabeza y regresó arrepentida días después al resort que él había rentado para su fin de semana de romance, sólo para encontrar que él ya estaba con una nueva mujer. A la pobre árabe de 19 años se le rompió el corazón. Ella que ya estaba dispuesta a abandonar el país y el marido al que la habían prometido cuando cumplió 7 años; todo para irse con el amantísimo Don Juan, quien en realidad, nunca le prometió nada. Algo similar sucedió con la rusa de piel blanca porcelana, tan bella y seductoramente frágil como matrioshka, que se enamoró de Juan Tenorio y vió en él una oportunidad de escapar de su frío país y de su terrible asma. Nunca supo cómo se comunicaron, ella no sabía la lengua de él, ni él la de ella. El idioma inglés en unas cuantas palabras nunca les fue suficiente. La verdad es que desde un principio ella fue muy dulce, para no decir sumisa y él se cansó de esto pronto. Tanta sumisión cansa. Juan Tenorio conoció mundo y las mujeres llegaban a él de una manera u otra, siempre diferentes y siempre sonrientes, muchas se enamoraban, otras más solo le utilizaban y Don Juan comenzaba a cansarse de probarlas a todas. Conoció los arranques de ira de la italiana heroinómana, la compulsividad de la oriental fashionista obsesionada con los fakes de Vuitton, los celos enfermizos de la libanesa que amenazaba con matarlo a él y a su amantita -a pesar que por entonces Juan Tenorio era bastante fiel...-, la frialdad al trato de una rubia texana que siempre parecía estar cansada y aburrida de estar con él y a la eslovena chantajista que le exigía estar disponible a todas horas aún a miles de kilómetros de distancia... Don Juan se cansó permanentemente. Ya no quería mujeres, pero necesitaba sexo. Y para tener sexo hay que tener una mujer. Don Juan no era de los que contratan escorts o prostitutas y eso de andar de la mano mientras se ve porno en el pc o en el canal del hotel nunca se le dio nada bien. Prefería la acción in vivo. Carne y hueso, carne y sexo. Así que prometió a sí mismo que no volvería a buscar a nadie. No más mujeres. Debía desintoxicarse por un rato, después tal vez volvería o encontraría alguna mujer pacífica con quién yacer. No pasaron dos semanas de que Juan Tenorio llegó a su nuevo destino, con la mente bien limpia y una promesa en la mente y se le apareció entre la multitud una bella mujer. Las había visto más bellas pero ésta tenía un encanto especial, la pensó andaluza. Mintió cuando le dijo que no la había visto hasta que fueron presentados, porque la vio desde que llegó al lugar, la miró, la deseó y aunque quiso no pudo hacer más por acercarse. Sería la promesa mental pero Tenorio prefirió no pensar que ella lo intimidó, cosa que nunca antes le había sucedido. Siempre llegaba, platicaba en inglés, invitaba un trago o a cenar y terminaban desnudos y envueltos en sábanas de seda en algún hotel local. Esta vez no fue así. Ella lo miraba con grandes ojos desde un ángulo del lugar -una exposición de arte urbano-, copa en la mano. Parecía decirle con la vista, sígueme, ven ya. Se alejó y fue al segundo nivel. Él fue tras de ella, no dudó ni un segundo, pero no pudo acercarse. Mintió de nuevo a si mismo cuando intentó convencerse que no estaba nervioso. Por fortuna un colega mutuo experto en comunicación los presentó. Él le habló en inglés. Ella notó su acento y respondió en la lengua de él. No me gusta el inglés -le dijo-. Charla trivial, ella también era viajera y planeaba un próximo viaje a su país. Era la charla más trivial que nunca había tenido con nadie y tanto necesitaba; se preguntó qué había estado haciendo todo ese tiempo con las mujeres. Hablaron de países, cultura, cine, Fellini, Pasolini, Buñuel, ella le ofreció un filme icónico de su país y él aceptó. "Eso significa que tendremos que vernos de nuevo..." le dijo ella, sin dejar de sonreír. Esa sonrisa que sólo había visto en la Gioconda, esa maldita sonrisa que nunca pudo descifrar. Él hizo un plan para el día siguiente, completo, con detalles y se lo explicó. Lo escuchó todo hasta que terminó y después le dijo "mañana no puedo". Juan Tenorio la odió al momento, pero entonces le dieron muchas ganas de besarla y llevarsela lejos de la multitud. La invitó a otro lugar, ella aceptó con la condición de regresar en una hora. Un pequeño bar iluminado con velas y canto vivo le pareció más apropiado para seducirla, 51 minutos y cuenta regresiva. A ella le gustaba que le susurrara palabritas al oído y le gustaba poder practicar la lengua extranjera que recién había aprendido. A él le enloquecía susurrarle en su idioma natal y obtener por respuesta solo la sonrisa seductora. Se completó la hora y ella dijo que había que volver. La ayudó a ponerse su abrigo y regresaron caminando, él le dió el brazo para que se apoyara. La acompañó el resto de la noche a pesar que no tenía que hacerlo. Ella le recordó que era su trabajo y que no tenía que quedarse por ella pero en el fondo quería que él estuviera ahí. Terminó la exposición en la madrugada y ella regresó sola a casa, él a su habitación de hotel. En el camino pensaron en el encuentro y se sorprendieron por ser la primera noche que no llevaban a alguien a dormir consigo. Les gustó ese sentir. Se preguntaron cómo sería dormir con el otro. Acostarse juntos, sin acostarse. Dormir de verdad. Juan Tenorio no tenía su número, ni su dirección, ni siquiera sus apellidos. En realidad no tenía ni su nombre, pues ella acostumbraba dar su pesudónimo. Inés. Para que lo localizara, él le había dado su nombre real y completo, su teléfono y el número de su habitación de hotel. Era la primera vez que lo hacía. Se durmió pensando en ella, preguntandose si lo llamaría. Le había gustado el plan que había hecho para su siguiente encuentro y estaba casi seguro que a ella le había encantado, aunque no se lo dijera. Juan Tenorio esperó, esperó. Largos días pasaron, monótonos. Nada. De pronto se sintió más desintoxicado que antes pero más necesitado que nunca. De Inés. Derechos reservados (C) 2007-2009.
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Verano Brisas