Nunca nos confesamos el amor,
nunca hizo falta...
Nuestros ojos dijeron por nosotros
millones de palabras.
Siempre estuvo clarísimo entre ambos,
decían las miradas y los actos,
 procurados casuales, lo probaban.
 
Alcanzaba con que uno de los dos
 nombrase algo que mucho le gustara
para que en el siguiente encuentro, ciertamente,
 sobre un mueble cualquiera lo notara.
 
Un libro, una película, un CD,
 o una nueva receta preparada...
para expresar con la sencilla ofrenda
la atracción tan callada.
Y en respuesta a cada gentileza
una enorme sonrisa compensaba
al cariñoso autor de la atención.
Bastaban las miradas.
 
Excusas para vernos, infinitas...
banales, importantes, irreales...
a nuestro modo fuimos muy felices
sin lastimar a nadie.
 
Hasta que me llamaron y me fui
a esa cita innegable,
 a la que nadie puede rehusar
porque es inapelable.
Fue imprevisto, repentino, tan fugaz
el momento de marchar hacia la nada
que no pude siquiera despedirme
ni con una mirada.
 
Y te quedaste solo, sin poder
conllevar tu dolor con ser alguno
ya jamás se hablaría de este amor
silencioso y profundo.
 
Nunca apuré decirte que te amaba,
disfrutaba al tramar cómo lo haría...
Ahora me arrepiento porque nunca,
ya nunca lo diría.
 
Y vos vas a seguir sin decir nada
tapando tu pesar con falsa calma;
Y continuar viviendo sin mi amor
con el luto en el alma.