Mi condenada historia. [1]
Publicado en Feb 13, 2010
Sudaba, no se por que razón, ¿de la emoción o de el miedo?
Acaba de matar a alguien. Y este alguien no era nada más ni nada menos que mi tío. - Se acabó – No podía dejar de decir eso, mi cara llevaba plasmada una sonrisa enorme. Pero temblaba. También lloraba, era extraño. Estaba feliz, pero ahora, ¿hacia donde iba? Siempre planeé su muerte. Soñaba que iría a su cama cuando estuviese dormido, lo abrazaría como una esposa a su marido, le hablaría al oído. - Se acabó - Y le enterraría un cuchillo de diez centímetros en el pecho. Y ese día mi sueño se habría cumplido. Me levanté de la cama llena de sangre y me puse de pie mirando al cuerpo. Recuerdo haber permanecido dos horas en esa posición. Parecía sonámbula. Me senté en la cama y comencé a hablarle. - Se acabó, lo ves, te lo advertí - Le acaricié el pelo. - No, nunca más – Pausa – Un año bajo tu poder, no te diste cuenta que yo también era inteligente - Me salieron lágrimas, las cuales sequé antes de que se esparcieran por mi cara. - Me robaste, me usaste, me quitaste todo. De nada te sirvió matar a tu hermano. No. Porque yo también iba a quitarte la vida, no contaste tus días, pero yo si lo hice. - En ese entonces no era nadie para quitarle la vida a alguien, fue la primera vez que maté. La segunda vez fue sin una razón aparente. Iba caminando sola por ahí, sin rumbo, en un barrio muy pobre. Ahí apareció un hombre, más bien un adolescente. Estaba sentado y se levantó, me toco el hombro y yo le disparé. - Me daría una moneda porff… - Fueron sus palabras, él murió. Y no acabó ahí. La tercera vez fue un poco más cruda. Fui a una cafetería. Me acerqué al mesón. - Un café, por favor - - Aquí tiene, cuidado, está caliente – Di la vuelta y una mujer embarazada - ¡Tenga más cuidado!, casi me quema con su café - Puedo decirte que no aguate la ira y le eché todo el café encima, caliente. - ¡La voy a denunciar! - Se quejaba y acariciaba su panza. No se oyó más que un disparo y una mujer asustada. La embarazada lloraba como una demente, cuando me fui se dieron cuenta que le disparé a la mujer del mesón. Mala puntería o solo quise dar un aviso, nadie lo sabe. De apoco me fui convirtiendo en una asesina sin límites. Nunca maté a un niño o a una embarazada. Esperaba que crecieran o que el bebé naciera para matar a la madre o a ellos. Por algunos meses me uní a un tipo de mafia por ahí, me pagaban muy bien. Maté a tanta gente como me fue posible. No se atrevían a denunciarme, ni la misma ley se atrevía a perseguirme. Era un arma andante. Esto duró hasta que tuve unos sesenta años de edad, huesos firmes y ninguna enfermedad. Muchos deseaban que muriera, pero no lo hacia, parecía tener una vida plena, sin dolor, sin enfermedades. Recuerdo el día en que morí. Es un hecho que aunque lo desees, jamás podrías olvidarlo.
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inocencio rex
buenísima historia, te dejo estrellas y voy a la dos
Ricardo Fernndez
Edgar Omar Neyra
Un abrazo.Saludos..Edgar Omar..
Nayadeth
Mara de la Paz Reyes de Langella
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Felicitaciones
Nayadeth
Muchas gracias por la recomendacion :) !
JUAN CARLOS
Me ha gustado mucho esta primera parte mi querida amiga..Felicitaciones y estrellas ¡¡¡
Cariños...Juan Carlos..
leticia salazar alba
Nayadeth
SASHA DOROLA
BESO!
Nayadeth Muoz
Rodal
Me gusta este inicio... La muerte puede convertirse en vicio... Siempre hay un detonador y no lo olvidaste. Recordar la propia muerte... ¿Escrito desde el más allá? ¿Reencarnación o resurrección?
Un abrazo "estrellado"
Nayadeth Muoz