MULTITUDES
Publicado en May 08, 2009
MULTITUDES
Desde tiempo inmemorial los barcos persas y griegos, los romanos y fenicios, empujados por batallas, tempestades y corsarios, se deleitaban viajando a las honduras del mar. Según nos cuenta Heródoto, indeclinable viajero, cuando el hijo de José no había pensado en llegar a las tierras de Judea, Ya Jerjes hacía sus búsquedas de los tesoros hundidos. En 100 años, más o menos, con variado cargamento, se han perdido bajo el agua 30 mil embarcaciones repletas de riquezas, que hubieran sido la dicha de los hambrientos del mundo. No volverá de su tumba la Serpiente Escandinava, porque fue su vocación dormir yacente en el Támesis con sus bodegas de oro, para que toda la envidia naufragara en la corriente que arrastró su velamenta hacia los mares del Norte. Los 14 grandes juncos que en las aguas del Japón se tragaron los abismos, aquel junio siniestro de 1274, se quedarán en la muerte sin reponer los tesoros de sus potentes señores. Cuando los portugueses transportaban sus fortunas desde América Latina, sobre todo de Brasil, 35 fuertes naves prefirieron el suicidio antes que ser presa fácil de bribones bucaneros. Y los jóvenes esclavos que viajaban en el Loasdun, enfrentaron con valor la desembocadura del Ganges, que no quiso perdonar a los nativos de Holanda el llevar mil sacos de oro escondidos en bodega. Moviliario y otras cosas de la condesa de Bourch dejo en predios abisales la desgraciada tartana que sucumbió como un paria en las costas de Numidia. Y qué decir del Telémaque, incapaz de preservar la fortuna de los reyes cuando viajaba a Inglaterra con otros muchos tesoros, pertenecientes también a la imprudente Antonieta. Los 16 galeones que cruzaban el Atlántico en el fatídico año de 1707, cuando fueron atacados en la bahía de Vigo, sucumbieron bajo el agua con su rico cargamento. Otros 15 que formaban la bella Flota de Plata, zozobraron en Bahamas cuando viajaban a Cádiz, por acción del sobrecargo y del furioso oleaje que no pudo en su momento manejar el capitán. El no olvidado De Brack, con 200 españoles amarrados como perros, se hundió en medio de millones de verdeazules billetes, cuando expiraba sin pena el viejo siglo XVIII. A 12 millas de Londres, mientras llegaba de Sydney, el Niágara tropezó contra una mina matrera que lo dejó sin aliento esa mala madrugada, enviando al fondo del mar sus haberes y su casco. Pero sería interminable enumerar los naufragios que a través de las edades desmantelaron al hombre. Que valgan estos ejemplos, siempre pocos, siempre amargos, como una muestra palpable de que las aguas del mar son amigas cuando quieren, y cuando no, son brutales.
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Angel Collado Ruiz