Aquél año...
Publicado en Feb 17, 2010
Aquél año decidimos pasar un par de meses en Bariloche. Mi esposo, cirujano cardiovascular, había llegado a un punto en que le era imposible superar el estrés causado por el exceso de trabajo. Las presiones, los viajes y conferencias a las que periódicamente, era invitado, le absorbían tiempo y dedicación que prefería brindarla a sus pacientes. No fue fácil convencerlo para que delegara, momentáneamente, sus responsabilidades. Su natural generosidad, le abrió posibilidades a muchos jóvenes médicos, que apenas recibidos, fueron tentados para formarse en su especialidad y en las nuevas técnicas renovadas continuamente.
Tras conversar, meditar y convenir, depositó su fe en el equipo que lo acompañó en todas las intervenciones. Aliviado, después de tomar la decisión, hizo de cuenta que su objetivo, en adelante y por sesenta días, iba a enfocarse en hacer lo que más le gustaba, para lo que había esperado diez largos y agobiantes años. Estábamos en el mes de abril, comenzando el otoño que prometía ser muy especial. Habíamos contactado con una inmobiliaria que nos llevaría a elegir el lugar ideal, mientras, nos alojaríamos en una hostería donde, años atrás, pasamos nuestra luna de miel. Hicimos varias paradas, el camino, en general, bueno pero había otros de ripio en que debimos estar muy atentos para evitarnos inconvenientes. La confortable hostería, muy renovada, con ampliaciones y mejoras, daba cuenta del empeño de su propietario por superar la oferta, en ese maravilloso y privilegiado lugar de Río Negro, En la inmobiliaria, nos consiguieron una cabaña en la zona de Llao- Llao, frente al lago Nahuel Huapi. Desde cada ventanal descubríamos las bellezas de un paisaje privilegiado, donde la naturaleza, competía consigo misma para brindarnos su esplendor reflejado en las serenas aguas del lago. Los días pasaban demasiado rápido, para mi gusto. Alejados, ambos de nuestras habituales tareas, nos adaptábamos a una vida sin presiones y sin la rigidez esclavizante de los horarios. En mis diarias caminatas, descubrí un bosquecillo de cerezos y me dediqué a cosechar los frutos. Preparé una cantidad en alcohol y en confituras para regalar a mis amigos. Teníamos un bote con motor fuera de borda y salíamos a pescar y a recorrer el extenso lago. Hicimos excursiones al bosque de arrayanes, esos maravillosos árboles de corteza canela rojiza, que al filtrar los rayos solares, por su intrincado ramaje, crean visiones fantasmagóricas y figuras espectrales. Es, único en el mundo y fue declarado monumento natural, preservado para las generaciones venideras. El recorrido de este parque nacional, se hace por senderos entablonados y es celosamente protegido por los guardaparques. En otras salidas recorrimos los campos de lavanda, las reservas naturales, donde el ciervo rojo pasea majestuoso, criaderos de truchas, asentamientos mapuches y los numerosos puertos y rincones increíbles de ese sector de nuestra Patagonia maravillosa. Con sólo la visión del entorno, nuestra permanencia, estaba justificada, en plenitud. Día a día, el cambiante tono de los bosques, en el otoño, creaba una sinfonía de colores de impresionante belleza. Es el momento preciso en que el espíritu humano comulga con el esplendor de la naturaleza y siente la gracia inefable de poder compartir ese incomparable privilegio. Nuestro tiempo de vacaciones se acortaba y llegó, como debe ser, el tiempo de regresar. El viaje, con música de Mozart, como fondo, lo hicimos en un conmovido silencio. Me hice la firme promesa de volver. Las imágenes grabadas en la retina, todavía me acompañan y las traigo a mi pensamiento para contrarrestar situaciones desagradables, inevitables en nuestro cotidiano trajín.
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Alfonso Z P
para vacacionar, pero con este relato tuyo, no me queda la menor duda. Lo describes
muy bien, haces que uno se sienta por esos parajes disfrutando del brisa fresca de
la montaña. Te felicito
Besos: Alfonso