LAS PIRÁMIDES
Publicado en May 10, 2009
LAS PIRÁMIDES
Soñar con las pirámides ocres y rígidas que yerguen su vetusta anatomía en medio de las selvas tropicales o en los áridos desiertos faraónicos, es cosa non sancta para un marino confeso cuya vida está ligada a las espumas del mar. No obstante recortan en la noche, con su cuchillo de roca, las eternas y abstrusas interrogaciones, ellas, las que cambian por sueños ancestrales mis mares y querellas interiores, ocultos bajo montañas dormidas. Silenciosos testimonios mordidos por la piedra, desafiantes e inmensos frente a los estragos del tiempo y de los hombres. Como telón de fondo el cielo purísimo, quebrado por infinitas estrellas que provocan oníricas estupefacciones y preguntas graves, humanas, sobrehumanas, inhumanas, pero nimbadas siempre de inexplicable leyenda. Enigmáticos templos mesoamericanos entre un mar de colinas y tupida vegetación, donde "gentes de las tierras calientes" y extranjeros llegados del altiplano, adoraron a sus dioses. Culturas aprisionadas por la manigua virgen de sofocante humedad, que plantean aún sus propuestas audaces sobre el paisaje hostil, allí, contra las columnatas donde soldados de Cortés decapitaron el mundo blandiendo sus espadones sobre innúmeras cabezas, firmes y esbeltas como campos de maíz. Pirámide o zigurat, ¿qué importa eso? Son esplendores perdidos de la imponente metrópoli de Teotihuacan, ya medio desplomados como aquellos del sacro Egipto y la obscena Babilonia, donde durmieran tranquilos el buey Apis y Marduc. Desde sus cimas, igual que pedestales benévolos, permitieron a los dioses descender hasta sus fieles, para colmarlos, como siempre, con exiguos dones y desmedidas desgracias; panteones rebosantes de divinidades que exigían un culto particular en cada una de las ciudades, desde la antigua Sumer hasta el incaico Machu Picchu, oficiado en secreto por magos y pitonisas, miembros del abominable colegio de las idolatrías. De corazón me fasciné con sus inmensas moles, como Almamún, califa de Bagdad, que halló la estatua dorada recubierta de diamantes más hermosa que los cuentos de Las Mil y Una Noches. He visto en sueños la masa indestructible poseída de poderes y atributos sobrenaturales, sirviendo de sepulcro a los herederos del Sol, pues sus cámaras mortuorias, por siglos y milenios, han guardado intacto el cuerpo de los reyes, bajo sarcófagos tallados en las lejanas canteras. ¡Qué bellas y resecas momias he soñado! Casi todas con narigueras o máscaras de oro, gruesos collares, literas de gala, suntuoso moviliario, armas y abundantes provisiones dentro de sus tumbas, sin faltar, ad hoc, las plañideras que tornan más doliente el servicio funerario. He visto eso y mucho más. Cubiertas por enormes losas, bellas embarcaciones que lucen casco de teca sobre la superficie de lagos subterráneos; en cubierta, los mudos comensales de la realeza disfrutando con el muerto los últimos manjares. Qué lejos y cerca estoy del barco solar con mis sueños difuminados por el viaje piadoso de una imaginación tardía. Despierto, me defiende del caos la locura brillante del poema, las torres ziguráticas en la llanura imberbe, la selva tórrida de América, el inasible mar de China o el quemante desierto donde duermen su siesta endemoniada las pirámides.
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jorge
julieta fernandez