El olmo (Cuento) Primera Parte
Publicado en Feb 23, 2010
La vida en aquel pequeño pueblecito era una especie ded historia sin emociones, sin aventuras por vivir, sin más cosa que trabajar de sol a sol para arrancar a la dura tierra unas pocas patatas, algunas cebollas y poco más. A eso se sumaba el ordeño de las flacas vacas y el engordar al cochino para la época de la matanza. Por eso Carlos estaba descontento, siempre viendo el escenario de su vida como si de una estepa solitaria se tratara. Añoraba la gran ciudad, los escaparates elegantes de los grandes comercios, ver pasar a las gentes de un lado para otro corriendo siempre por llegar pronto a alguna cita. ¿Cuánto tiempo hacía ya que él no tenía ninguna cita con nadie?. Casi siete años, casi siete largos años. Los casi siete largos años que hacía que Teresa se había ido del pueblecito y con ella se llevó todos los sueños de Carlos.
Carlos no sabía leer casi nada. Nunca tuvo una escuela a dónde acudir y sólo empleaba unas cuantas letras que su abuelo Abilio le había hecho aprender debajo de aquel olmo... aquel olmo tan viejo como la edad de las piedras de los montes cercanos. Las únicas veces que Carlos podía sonreír era cuando, en sus breves momentos de ocio, se acercaba al olmo, se arrodillaba ante él y le hablaba al recuerdo de su abuelo Abilio que murió justo cuando Teresa abandonó, para siempre, el pequeñito pueblo de Las Tres Cruces. - Abuelo... escucha abuelo... estoy demasiado triste para tener tan sólo veinticino años de edad... pero ella se fue... ella se fue y con ella se llevó todos mis sueños. Y el olmo parecía entrar entonces en una especie de melancolía vegetal mientras algunas de sus hojas caían al suelo. - Abuelo... ¿me escuchas abuelo?... padre está enfermo del corazón y no puede levantarse de la cama y madre sólo tiene tiempo de estar en la cocina preparando el sustento de sus siete hijos, lavando la ropa en las aguas frías del riachuelo, planchando sin cesar... y yo... ya ves abuelo... tremendamente sólo haciendo las faenas del campo y pensando en ti... abuelo... pensando en ti y en ella... en Teresa... Lo más doloroso de todo era que él la había escrito, con sus escasos conocimientos literarios, sencillas y humildes cartas a Teresa pero nunca jamás obtuvo ninguna respuesta. La última de ellas aún le temblaba en las manos. - Abuelo... te voy a leer lo último que la he escrito... te voy a leer antes de enviársela... sé que soy casi analfabeto y me vas a reñir por ello... pero no tengo tiempo ya...abuelo... no tengo tiempo para nada más que para escribir unas pocas líneas que sé que no tienen ningún valor para ella... pero abuelo... te juro que las escribo con el corazón. Aquí va mi última carta... mi última esperanza... y te doy mi palabras que ya nunca más te molestaré a ti que te mereces el eterno descanso bajo esta tierra dura y áspera donde el olmo es tu ángel de la guarda. Escucha. Y Carlos se secó las lágrimas de los ojos mientras leía: "Teresa, sé que te volverás a reír una vez más de mí porque no tengo apenas ni para calzar sandalias. Teresa sólo sé que te quiero". - Ya está abuelo... ya está... ya no tengo ganas de seguir escribiéndola más y tú ya tienes ganas de dormir eternamente... así que adiós abuelo... ya han sido suficiente siete años de charlar contigo y de sentir el desprecio de ella. Adiós. Y Carlos se levantó del suelo, enjugó una última lágrima y juró que nunca más escribiría ni una sola línea, mientras se marchó con la azada al hombro a remover la seca y dura tierra del poco terreno que tenía la familia en Las Tres Cruces.
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