No estoy aquí.
Publicado en Feb 24, 2010
Uno por pelear con su hermana, otro por hacer pucheritos en la mesa, uno más por manchar el vestido, reírse frente a él también merecía uno y el último nomás por rellenar. La niña chillaba y qué más da, la tonta ni tiene futuro ni pensar, así que unos más y listo, el mandil de cuero se desenrolla y cae al suelo; con un puntapié para terminar y ya no está, ni sus gritos están, solo está el vacío y el tequila, así que no pasó nada y ya.
Luisa se tamableó hacia la cocina y lloró en el sucio piso. Ni su mamá estaba para consolarla, sólo el perro con sus pulgas y sus ojos vidriosos, bien acurrucado junto a la estufa sin reaccionar. ¿Y ahora qué? A buscar el vestido y correr con la abuela. Los diamantes de mamá parecían haberse pegado sobre un manto de terciopelo azul, eterna añoranza de la chiquilla e inimaginable consuelo. Los faroles fastidiaban, pero las piedras apremiaban. La puerta de la abuela estaba cerrada, así que dió la vuelta para entrar por atrás, y ahí la vió, con su níveo cabello y las arrugas de siempre, canturreando bien bajito y mirando sin mirar. -¿Otra vez? Sí, otra vez, una y otra vez, sin razón y con alcohol. Hay, abuela, mamá no está en casa, manché en la cocina y me da miedo regresar. Un poco de jengibre y ya estás. Adiós. ¿Y si notó que salí? ¿Se habrá dormido ya? Falta mucho para que mamá regrese a casa. No hay nada que hacer. Pasó junto a las gallinas y junto al corral. Cuando reunió el valor suficiente y puso un pie en la cocina, el silencio era espectral. Ni una vela encendida. Oscuridad y silencio. Nada que temer. Pasó bajo las escaleras y lo vió, tirado como de costumbre, al parecer disfrutando su sueño, dejándola en paz. El piso de madera le anunció con un suspiro que ya no estaba sola en casa. Se veía radiante, con la fiesta a flor de piel y el brillo de la emoción en los ojos. Miró a su esposo, miró a su hija y depectivamente rió. Limpia todo el desastre, Luisa, y desapareció.
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raymundo
Andrea Palomini
Rodal
Un abrazo