Destellos de luz nacen del fondo de tu mirada,
Encendiendo llamaradas de alegría en mi corazón, en tu ausencia triste.
Deleitan mi alma en el suave azul que su fulgor desprende
Para quebrantar las tinieblas que lo envolvían.

Y tus manos.
Tus manos posando sobre las mías la tibia caricia que encierran,
Despertando un sedoso oleaje de estremecimiento
Que, en su irrefrenable ondular, recorre todo mi cuerpo.
Y tu boca.
Tu boca, que sobre mis labios depositan el terciopelo del sabor afrutado del albaricoque,
La frescura de la cereza, el almíbar de la papaya,
Para deslizar sobre mi lengua la dulce huella en ella dejada.

Y tu voz.
Tu voz, susurrando melosas palabras, con bella conjunción, en perfecta armonía.
Como descendidas de moradas siderales, allí donde la Luna habita,
Conmoviendo mis oídos con melodías, resucitando suspiros en mi garganta, latidos en mi corazón,
Resurgiendo de un pretérito y perezoso letargo que los cohibía.