Inseguridad y temor (por Olavi Skoda y José Orero).
Publicado en Mar 03, 2010
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OLAVI SKODA:
Así eran esos tiempos y mis amigos. ¿Cómo era yo?. Un poco ya sabes pero quiero añadir algo más. Fui el benjamín de la familia. Mis padres me tuvieron siendo algo mayores. No sé si esto tendrá algo que ver, pero siendo muy pequeño, ignoro exactamente cuándo ni cómo, tuve un accidente en mi mano derecha. Por esta razón se quedó un poco más pequeña que la otra. Pero ¿a qué viene contar esto?. Pues tiene su importancia. Esto afectó a mi carácter dejando una pequeña herida llamada complejo de inferioridad. Los sanos no creen que esto pueda afectar tanto. No era la minusvalía en sí, pero el hecho de no poder participar en todo ni hacerlo bien, con mi carácter orgulloso, sí que me afectaba. El sentimiento de inferioridad, al sentirse rechazado son sentimientos muy destructivos, es un caldo de cultivo para todo tipo de "bacterias". Me sentía lisiado dentro del grupo de los sanos.
Tenía dos caras. Por un lado tierno, cariñoso, mimado y, por el otro lado, un alborotador como los demás. Intentar ser quien no eres es bastante pesado, se gasta mucha energía interior, y yo lo hacía. No sé exactamente de dónde me vino esa horrible inseguridad. Todos la pueden tener como un fenómeno pasajero, pero a mí se me posó encima como una losa. Cuando el viejo aún vivía, yo tendría por aquel entonces diez años, a mi madre le dio el primer infarto y casi se muere. Fue entonces cuando comencé a tener miedo a la muerte. Los ataques le solían dar por la noche. Escondido debajo de la manta oía los quejidos de mi madre. Me tapaba los oídos cn las manos para no oírlos. No me atrevía tan siquiera a pensar que se podía morir. Nunca antes había pensado en la muerte, en la muerte de un ser humano y no sabía qué pensar sobre ella porque desconocía qué era realmente. Esta situación me perturbó. Sentía miedo de estar en casa, por mi padre y por los ataques de mi madre, pero por esta misma razón me daba miedo estar fuera de casa. No sabía dónde ni cómo estar. Odiaba los ataques de mi vieja e intentaba creer que no eran verdad imaginándome que era puro teatro lo que hacía. Yo pensaba: "tanto no le dolerá para quejarse así". Estaba rechazando la realidad. Fue entonces cuando entró en nuestra casa la presencia de la muerte.
En el colegio iba de mal en peor. Los profesores sólo veían lo que yo hacía, pero no el porqué de que yo actuara así. No me podía concentrar. Como no podía mantener el ritmo de la enseñanza, la única solución era pasar de todo, tirar todo por la borda. Era un mecanismo de defensa pero a la vez de maldad. A partir de aquí la riada comenzó a avanzar y yo ya no podía hacer nada. El colegio era un caos, sencillamente no podía conectar, no le veía sentido alguno. Tenía a la muerte acechante detrás de la puerta !qué importancia podía tener para mí ese momento el colegio!. Era imposible motivarme en algo tan rutinario teniendo a mi lado un monstruo tan grande como la muerte. Entonces sí que teníamos marcha.
La situación ahora era de guerra, de enfrentamiento directo con los profesores; novillos, robos, fastididar a los más pequeños, destrozar sitios, etc. Disfrutaba de lo que hacía. Cuando me echaron del colegio me sentí como si me hubieran dado una condecoración. El interrogatorio con el director fue como un duelo entre dos personas. Un crecimiento torcido se alimentaba de lo suyo, del mal, y !claro que crecía! y se fortalecía.
JOSÉ ORERO:
Mi experiencia fue completamente distinta y diferente. También sufrí la inseguridad y el temor, pero jamás fue por pensar en la muerte. Yo sólo pensaba en la vida mirando hacia el futuro más allá de que me llegase la muerte o no me llegase. El caso es que, como era un empedernido bohemio, me volvieron a castigar obligándome a estudiar para ingresar en un Banco. Allí fue dónde comenzó el carrusel de las mujeres. Eran muchas y de tantas que había, tanto en la Academia como en el mismo Banco, yo tenía que estar luchando siempre entre varios frentes. No me gustaban todas. Eso lo afirmo con total rotundidad. Me gustaban sólo las que me gustaban. Nunca soy de los que dice: "A mí me gustan todas". Esa frase, para mí, o es una hipocresía o es una falta de personalidad. A mí gustaban algunas (sean quienes sean que ahora no viene a cuento pues no tenía ningún modelo físico y psicológico preestablecido) pero eran las que, además de ser guapas, tenían personalidad.
El "acoso" (por decirlo de alguna manera un poco lógica) que sufría por parte de las chicas me creaba un estado de fortaleza por un lado (me iba desarrollando una personalidad firme) pero por otro lado, para equilibrar la balanza, me creaba un estado de inseguridad llamado timidez. No era una timidez enfermiza, pues conseguía fácilmente entablar conversación con las chicas, sino una timidez de comprometerme seriamente con alguna de ellas si es que alguna de ellas se atrevía a decirme sí.
¿Cómo combatir aquella timidez?. Como siemrpe han hecho los más tímidos da la Historia humana. Dando un paso hacia adelante en vez de echarse para atrás. Recuerdo, por ejemplo, que me daba mucha vergüenza hablar en público (el tiempo me convirtió en un gran orador en público pero en aquellos tiempos que ahora estoy citando me daba miedo hablar en público no por complejo de inferioridad sino por timidez). Entonces decidí que la mejor forma de combatirlo era hablar en público. Parece una paradoja pero así combatía yo mi inseguridad y así conseguí vencerla definitivamente. Por ejemplo fui capaz de salir al escenario de una obra teatral (de acuerdo que era un personaje muy secundario) paro había que salir ante el público, hacer gestos teatrales y decir sólo una palabra: !Quieto!. Y no era cuestión de quedarse quieto si quería superar aquella inseguridad. Así que lo hice. Aquello fue la mejor manera de combatir mi timidez.
En cuanto al temor jamás conocí el temor a la muerte. Con el paso de los tiempos he visto ya morir ha suficientes personas conocidas como para pensar en la muerte pero no con temor sino como una curiosidad y, sobre todo, para vivir y escribir sobre la vida. Otra paradoja que nos sucede a los que sufrimos, durante años, de esa inseguridad llamada timidez. Hice otros actos más personales para combatir a la timidez pero no los cuento; primero porque ya con una muestra es suficiente; segundo porque son muy personales y tienen que ver con las mujeres; y tercero porque ya están totalmente superados.
Sigo siendo un poco tímido, como sucede con todos los verdaderos bohemios (y no con esos que se llaman bohemios pero no lo son) pero no es ya ninguna inseguridad y nunca me llegó a ser verdadermaente un complejo. Podría citar algún otro tema de esta inseguridad pero algún lector o lectora podría decir que era un complejo y no era verdaderamente un complejo sino una inseguridad (cosas muy diferentes por cierto).
Ahora bien, si nunca tuve temor a la muerte esto no quiere decir que no tuviese, en mi vida, un temor (como en la vida de todos los hombres); pero este temor se llamaba soledad. Viví un largo tiempo la soledad, conozco perfectamente lo que es la soledad y sé lo que significa tener temor a la soledad porque la he experimentado directamente. Pero eso también fue ya superado y, además, tenía preparado el volver a convertirme en un niño, solamente en un niño y nada más que un niño, renunciar a crecer, dejar de ser hombre (cosa por otro lado que me era imposible pues ya era hombre desde los siete años de edad) aunque fuera de manera aparente con tal de no vivir en la soledad. Pero, en medio de ese temor a la soledad, seguía soñando... soñando... con ella... no con la soledad sino con la mujer... porque la mujer (en sentido individual dentro de la generalidad de las muchas que he conocido) siempre ha sido, cada una de ellas que conocí, una aventura, un libro donde poder grabar mis experiencias a través de la pluma y un avanzar en el crecimiento de mi personalidad. Por eso no solo no he sido nunca machista sino que me he encotrado siempre más a gusto con las mujeres que con los hombres a pesar de haber tenido bastantes amigos.
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Foto del autor José Orero De Julián
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