I loved you first..
Publicado en Mar 04, 2010
Un susurro, acompañado por una leve tos. El ardiente astro observa mis intentos por hacer la reflexión correspondiente. Pareciera imposible que en la ciudad exista un silencio tan hermoso, unos pájaros tan alegres. ¿Es real?
Los murmuros se unen a la brisa, se deslizan por los pasillos. ¿Por qué? Él sigue ahí, siento sus manos acariciando mi rostro y mi cabello, pasando por mi espalda hasta mis piernas, siempre ahí, tan inmutable como siempre, tan indiferente como aquél que es mi astro personal, aquél que tiene mi corazón y mis pensamientos, mi razón y mi ser. ¿Dónde está? Mirando a otra, pensando en mí. Sin duda él es como el Sol, pendiente de todo y de nada, viendo sin ver, acariciando sin tocar. Y no hay nada que piense hacer para cambiarlo. Él es lo que busco. ¿Qué le puedo reprochar? Las risas se escuchan a la distancia, como arrastrados por el débil soplo que roza mi nariz. Me recuerda nuestro primer beso. Ese día ambos estábamos bajo los mismos ojos de esta mañana, los dos sonreíamos y nos sonrojábamos a la vez. Y fue el primero de tantos besos... Cada uno con su historia que a pesar del tiempo no logro olvidar. ¿Por qué no se va de mi mente? Ya no debería estar aquí, lastimándome todas las noches, mirándome en el espejo, robándose mi cordura. Simplemente está mal. Pero así es. Querido Alex, no tienes idea de cuánto te extraño bajo las estrellas, de cómo me siento al verte tan lejos cuando nos cruzamos en la escuela, de cuánto tiempo pienso en ti. Si tan sólo supieras eso y más... Si lo supieras nada sería diferente, todo seguiría igual. De igual forma estarías a muchos años luz de mí, según tú soñando mis besos y todo lo demás. Y ni así te creo. Nunca te creí porque eras un imposible, un ideal, justo lo que había estado buscando y esperando, mi salvación en las tristezas y mi consuelo en las alegrías, el único que aceptaba mis elásticos e irrompibles lazos y que comprendía mis problemas con las confianza, ilusión traicionera, el único que me aceptó los caprichos y las depresiones, ignorándolas tan adorablemente, animándome a seguir sin cambiar, a transformarse siendo la misma, a errar descubriendo y tantas cosas más; demasiado anhelado para soportar tenerte y creerte, dispuesta a perderme en tu boca y a perderte en cada caricia, añorando y detestando cada encuentro nuestro, que tú aprovechabas para extraviarme entre tantas cosas y tantas palabras vanas... Increíble que te perdona todas y cada una de las cosas que me has hecho, las lágrimas derramadas y los pedazos de alma regados por ahí. Y lo mejor es que no sabes cuánto te a... -Samanta, ¿piensas regresar? Todos ya están aquí, el retiro está por continuar.
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Andrea Palomini
jose abraham ardiles