Fuera de casa (por Olavi Skoda y José Orero).
Publicado en Mar 04, 2010
OLAVI SKODA:
Todas las cosas que me sucedieron durante estos trece años fueron moldeando mi vida. Una de las consecuencias más fuertes fue la vergüenza que sentía de mí mismo. !Qué gran poder destructor tiene este sentimiento!. Va matando tu "yo", minando tu conciencia y, aunque te gustaría caminar con la cabeza alta, mirando con valor y sinceridad a los demás, no te deja, te obliga a agacharla. Es como una mancha invisible pero real en tu interior, sobre todo cuando estás con los "mejores". Esa vergüenza que sientes te rompe, hace que tus manos tiemblen, tus ojos pestañeen y tu corazón lata más deprisa. La inseguridad de la juventud junto con un amor propio destruido, abre la puerta a una baja autoestima enfermiza. Los palos que fui recibiendo hicieron que la mancha se extendiera y profundizara hasta que llegó un momento en el que caí del status de las personas normales. En mi interior se oía un grito sucio: "No eres una persona como los demás. Eres un ser anormal". Este grito hacía eco en mi interior vacío. Esta mancha, como una bola de nieve que en el descenso se va haciendo más grande empujada por las circunstancias, te envuelve y te lleva más abajo. Así iba yo, cada vez más deprisa. Las faltas de asistencia al colegio eran habituales, las rabietas más fuertes e incontroladas, enfrentamientos directos con los profesores... y por otra parte mi vieja llorando, la policía detrás y yo entre ellos. Nunca olvidaré el día en que el director del colegio me llamó la atención y allí, desde su gran escritorio de roble, con altivez me preguntó: "Pero ¿qué es lo que te pasa? ¿Por qué no vienes al colegio como los demás?". Hizo que me sintiera un ser despreciable. - ¿Como los demás? -le contesté. - ¿Que por qué no voy al colegio como los demás?. Ya no aguanté más y toda esa bomba de basura que había en mi interior estalló. - !!!Como los demás!!! !!!No vienes al colegio como los demás!!! ¿Es eso realmente lo único que os importa?. Diciendo esto me largué dando un portazo que hizo temblar toda la habitación. Corrí hasta llegar a una chabola de gitanos y durante varios días nadie me vio el pelo. En ese lugar me encontraba a gusto porque nadie me miraba desde arriba, nadie me preguntaba por qué hacía esto o por qué no dejaba de hacer lo otro. Me gustaba estar donde no era interrogado, porque mira por dónde, yo no tenía ni la más mínima idea de cuál era la respuesta. ¿Por qué me preguntaban sólo a mí?. ¿Por qué no se lo preguntaba a los otros culpables de mi situación?. Después de la última entrevista con el director caí aún más abajo. Todo sucedió una bonita mañana de verano. La vieja no se encontraba en casa y el viejo había muerto. Llamaron a la puerta: "!Pasen!, !Entren!" -grité desde la cama. Dos fornidos policías uniformados respondieron: "Marchando". Sabía exactamente lo que me estaban diciendo, de eso ya habíamos hablado. Se trataba de ir al correccional. Estaba al final de mis trece años cuando esos policías me condujeron al furgón. Las mujeres de una fábrica cercana se agolpaban en las ventana viendo la triste imagen de un chavalillo entre dos fornidos policías. Sus miradas caían en mí como risas burlonas. A las dependencias policiales donde me trasladaron llegó mi enferma madre con un bocadillo y un zumo para su pequeño hijo. Sus lágrimas y su llanto quemaron mi interior y de nuevo volví a sentirme sucio y desnudo. En esos momentos no quedaba nada de mí de ese chico duro y liante. Era un chavalín sucio. La policía que iba a entregarme al correccional no sabía que comenzaba para mí un largo viaje. Atrás quedaban los ruidos del puerto y los barcos, los destellos del sol en las olas, las callejuelas de la calle del parque... y los amigos. Ahora no podía extender mis alas y dejar que el viento me llevara. Ya no podía ir a mi antojo. Ahora otros me llevaban como ellos querían. JOSÉ ORERO: Los caprichos de mi madre, y el silencio de mi padre, habían destrozado a mi hermano mayor. Le habían exigido, cuando sólo era un chaval, que demostrase al mundo circundante que era todo un genio. No era un genio sino un chaval equivocado. Pero los caprichos de mi madre, y el silencio de mi padre, lo hundieron en los mundos oscuros del alcohol y las calles oscuras. Se había unido a la pandilla... - !Ahora tú tienes que ser como tu hermano mayor! -se encaprichó mi madre, ante el silencio de mi padre, y dirigiéndose a mí. - !Jamás! -y lo dije bien claro -!Jamás dejaré que me destrocéis como le destrozasteis a él! !!!Yo seré libre de labrar mi propio futuro aunque me castiguéis por ello!!!. Y conocí los mundos de las calles. Me iba muy lejos de casa... a lugares tan lejanos donde nadie sabía nada de mí. Pasaba hasta días enteros sin volver a casa. Me iba, mejor, a casas de algún amigo con tal de no ver a mi padre y a mi madre intentándome convertir en un genio sustituto de mi hermano mayor. Pero yo era yo y mi hermano era mi hermano. Me juré a mí mismo que, aunque me castigaran cuántas veces quisieran, jamás caería en el mundo del alcohol y de las amistades peligrosas. Y la rutina del banco me agobiaba, me asfixiaba, mientras cientos de falsos compañeros y alguna que otra compañera se burlaban de mi independencia. Vivían muy cómodos sentados en sus sillas de oficinistas. Pero aquel mundo era un infierno para mí. Y cuando más libre y bohemio me iba haciendo más me castigaban los de siempre, los de "en medio", los que ni caminan ni dejan caminar. Los de arriba, los verdaderos profesionales del Banco, no me decían nada e, incluso, apoyaban mi libertad... mientras que todos aquellos que salían a las calles predicando !libertad libertad sin ira y algún día la habrá! me condenaban por el simple hecho de demostrarles lo que era la verdadera libertad. Y con mi hermano destruido en su autoestima y callando en silencio su dolor yo gritaba, en medio de aquel infierno, que la libertad sólo es un hecho cuando se lleva de verdad a la práctica. Pero aquellos falsos compañeros sólo sabían de la libertad lo que venía escrito en los panfletos de sus Partidos Políticos y sus Sindicatos. Cuando yo daba una demostración de libertad más ellos me atacaban. Cuando yo daba una demostración de libertad más ellos me castigaban. Cuando yo daba una demostración de libertad más ellos me envidiaban. Así pasé unos largos veintisiete años de mi vida en los que, siendo uno de los que más veces acudían a las manifestaciones para luchar por la libertad, más los que falsamente hablaban de libertad me criticaban, me traicionaban y me clavaban "puñales" por la espalda. Yo jamás dije nada. Jamás protesté. Jamás les retiré la palabra a ellos... pero el Ser Sabio seguía observando desde arriba y animándome a seguir. Y mi Gran Sueño era salir de aquel infierno de cada mañana. Lo único que me quedaba por hacer era vivir mi verdadera libertad por las tardes y por las noches. Conociendo las verdades de los caminos urbanos y sin acudir a casa salvo para comer o cenar. Mi respuesta ante los ataques de aquellos "pequeñoburgueses" que hablaban teóricamente contra los "pequeñoburgueses" que eran ellos mismos disfrazados con ropajes hipócritas para simular liberación... me producía un asco inmenso. Pero jamás dije nada. Guardé silencio. Y, al salir todas las tardes, a las tres exactamente, del Banco, me olvidaba de todo y de todos. Con mis escasos amigos que tenía entonces conocía la verdadera libertad. Y mi bohemia se engrandecía en bares oscuros y de "mala muerte", en calles oscuras bajo la luz de las estrellas y la mirada de la Luna mientras el Señor Sabio seguía diciéndome una y otra vez: "!Aguanta, pequeño, aguanta!". Y yo aguantaba las feroces embestidas de las olas duras de la vida que tantos palos me daba y sólo sonreía... y lo hacía porque jamás permití que me destrozaran como hicieron con mi hermano mayor y en defensa de mi hermano mayor aunque éste no lo sabía...
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