Siempre he sentido miedo cuando alguien muere, pero no por el cadáver que está en la espera de ser enterrado, sino por mi comportamiento personal, al no poder reaccionar ante un suceso sublime de tristeza que ni al peor enemigo puedo desear, ya que no puedo hilvanar ninguna palabra cuando me encuentro ante los ojos llorosos de las personas que están despidiendo a un ser querido, pues si digo, cómo lo siento, tengo un sentimiento de hipocresía, porque sé que, solamente, ellos tienen partido el corazón y que esa herida siempre quedará ahí con cicatriz, así que evito  los sepelios y cuando debo ir, sólo doy un gran abrazo.
     Así como la muerte deja un sabor amargo en la boca, las catástrofes naturales me dejan  pensando sobre como tan chiquitos somos en este planeta ante el poder de ésta, que no le importa arrastrar con vidas de niños, adultos, ancianos y viviendas que, muchos de los sobrevivientes construyeron con el sudor de sus frentes y es aquí que, de nueva cuenta me quedo mudo,  porque no sé, cómo consolar a la población de un país,  a la cual la naturaleza le ha dado una mala patada con ese mega-terremoto. Ante este acontecimiento que, yo lo he sentido en carne propia en mi país, uno se siente incapaz de sobreponerse de un presente perfecto, que paso en unos segundo destruyendo la tranquilidad y la felicidad de la mayoría de las familias que de pronto ven pasar cerquita a la muerte u otras que las ha alcanzado, y solamente queda la alternativa de salir del asombro, organizando los sentidos para empezar ayudar con lo que uno tenga a la mano, ya sea participando a cargar heridos o rascando con la uñas para sacar personas, quienes fueron comidos por los escombros,  y si se tiene pánico en estas labores por perder la existencia, hay que cargar enseres para que lo más desprotegidos tengan agua y comida y por eso   a los amigos chilenos, que he tenido la suerte de encontrarme en mi trajinar por varios continentes y por medio de internet, les deseo que estén bien y no hayan perdido ningún ser querido, y como tengo vergüenza de no poder decir algo más, me pongo de pie en silencio un minuto por su país herido.