El sacerdote y la diaconisa (por Olavi Skola y José Orero).
Publicado en Mar 10, 2010
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OLAVI SKOLA:

Una fuerte tormenta que a su paso cambia la naturaleza puede comenzar con una suave brisa, así ha cuedido en la historia de la humandiad. !Cuán pequeñas han sido las chispas que han encendido grandes fuegos!. Pero, entre los hombres, también unas pequeñas casualidades hacen que unos suban a la cumbre y otros bajen a la miseria.

Así sucedió en mi vida. Pequeños pasos me fueron conduciendo en una nueva dirección. Hoy veo que en esa lucha interior tan fuerte que tuve en la cárcel, me estaba preparando para un encuentro que, en realidad, era la respuesta a ese anhelo de limpieza que había permanecido debajo de esa capa de inmundicia.

Bien sabemos todos que para salir adelante es imprescindible tener buenos contactos. Yo no era consciente de esta máxima, y si la hubiera conocido probablemente ninguina persona con influencias se habría puesto de mi lado; de mí no podían sacar ningún provecho, más bien sería un gran problema.

Alguien me fue dirigiendo hacia ese encuentro que no era ni con un hombre rico, ni un político influyente, etc... sino alguien que por su influencia podía mover los palillos que yo necesitaba. Él era un sacerdote.

Nunca me había interesado relacionarme con personas d eun ambiente tan distinto al mío, pero nos conocimos en una clínica de rehabilitación a cuyo equipo directivo él pertenecía. El sacerdtoe estaba recogiendo ropa y donativos para la obra caritativa de su parroquia. Vio la miseria en la que me encontraba y me proporcionó trabajo en su almacén y una cama en una casa de acogida.

Todo esto fue bueno, pero no fue lo mejor que me sucedió. Las autoridades de la ciudad comenzaron a presionar fuertemente para que abandonara Pori y me fuera a mi ciudad natal Kokkola. Sospechaban que estuviera involucrado en el tráfico de drogas aún sin encontrar ninguna prueba de ello.

El sacerdote me defendió. Hoy, atemorizado, pienso que si hubieran conseguido echarme ¿existiría hoy? Probablemente sólo quedaría una cruz en el cementerio de mi pueblo, ya que así sucedió con muchos de mis amigos. Hoy sólo una cruz en sus tumbas atestigua del final trágico de sus vidas.

Las autoridades actuaban según la ley pero ahora, por una ley superior, por la Ley del amor de Dios, se había decidido que tenía que quedarme en Pori. El sacerdote pudo demostrar que yo tenía casa y trabajo en el almacén de la parroquia.

Para mantener mi travçbajo y la casa intentaba no recaer pero me sentía cansado, nervioso, deprimido y aburrido.

Una mañana trabajando en el almacén con la diaconisa de la parroquia, me dijo unas palabras muy importantes "vete a esa Iglesia Evangélica, allí hay muchos jóvenes". Prometí que iría pero solo porque no quería que una persona con tan buena voluntad se diera cuienta de que para un tipo como yo era una locura ir a una Igleisa Evangélica donde se habían convertido a "no sé qué...! muchos jóvenes.

Y ¿qué era la Iglesia Evangélica?. ¿Qué era eso de convertirse?. Esas expresiones estaban fuera de mi vocabulario, pero el consejo de la diaconisa se quedó grabado en mi inconsciente esperando.

JOSÉ ORERO:

Vuelvo a hacer una pequeña regresió9n en el tiemppo. Yo estaba totalmente enamorado de mi novia (la princesa Lina de los Ángeles) pero aún quedaba en mi vida cierto asunto que debía ser debidametne ordenado para poder aspirar a casarme con ella. Fue en aquel tiempo cuando viajé a Ecuador, después de renunciar a cualquier clase de Jefatura en aquel laberinto bancario.

Nada más llegar a Ecuador conocí a un pastor cristiano, que hoy es cuñado mío, quien me explicó cosas básicas y elementales, así como fundamentales, sobre cuiál era la mejor manera de poder escapar del laberinto infernal de aquel Banco que hoy ya ha desaparecido pues en un mundo como aquel el final siempre sería un fracaso. Y de esta manera, junto con otro pastor crsitiano de origen sueco, fue cuando di el paso decisivo y ñultimo de ser seguidor de Jesucristo. El Espíritu Santo entró en mí y me curó todas mis heridas.

Nada de alcohol. Nada de drogas. Nada de sexo extramatrimonial. Eran cosas que, por otra parte, nunca habían formado parte de mi vida aunque en numerosas ocasiones el Diablo me tentó con ellas. Nunca fueron esas mis caídas. Mis caídas eran sólo humanas y como humano supe siempre levantarme rápidametne de nuevo y seguir caminanod por los caminos que hablaba Antonio Machado. Conocí mucos caminos pero ahora acababa de conocer el verdadero Camino de la Vida. y es que pienso ahora, con tottal lucidez, que en la vida humana todos los caminos se pueden reducuir a 4: el que va hacia arriba (Dios), el que va hacia abajo (Diablo), el que va al este (Ateísmo) y el que va al oeste (Agnosticismos). El que va a Dios es la Salvación. el que va al Diablo es la condenación. El que hçva hacia el Ateísmo es la nada. El que va al Agnosticismo es el limbo. Yo elegí el que va a Dios.

Yo siempre actué según las leyes humanas y es por eso por lo que jamás tuve problema alguno con mis Certificados de antecedentes Penales. siempre estuve limpio de todo ello. Nunca jamás seguí la senda de los "fuera de la ley" aunque infinidad de veces estuve con ellos. Pero mi bohemia era la bohemia sana, la verdadera bohemia artística. Aquellas experiencias humanas hicieron que cuando llegué al matrimonio con mi princesa, sin dejar de ser el niño de los siete años que se enamoró de ella, ya era un hombre completo. La diaconisa, que hoy es mi cuñada, fue otra persona que me ayudó ç, con su forma de ser, para entenderme perfectamente. Salí del laberinto infernal gracias al hilo de mi Ariadna (Lina de los Ángeles).
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Foto del autor José Orero De Julián
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