Ella era un fantasma de día.
En su boda un deseo escapando
escaleras abajo,
mientras tanto el ristreto se iba acabando
y Ravello una meca para hacerla poesía.
Parecía felíz, la mirada esquivando sin ver no advirtió
mi presencia cercana, vigilada por los
guardaespaldas que Vito, su padre, dispuso
como si pudiera librarse de aquellos amantes
que la cortejaron.
Sólo tuve un disparo fugaz de sus ojos,
sólo un flash mensajero que núnca
grabó mi memoria.
Ella vuela al hotel apurada perdiendo la ropa.
Por mi lado que puedo decir,
maldecir es trillado y vivir perdonado
por Vito o latir en estrofas un triste consuelo,
pero aquí me quedo.