Humo III
Publicado en Mar 15, 2010
El ataque al campamento era inminente, los cuernos sonaban como si fuera a acabarse el mundo y las mujeres y los niños se ponían a resguardo. Era un ataque inesperado, lo único que podían hacer era defenderse con su acostumbrada ferocidad. Se pusieron encima sus pieles y cascos y cargaron sus espadas y hachas cortas. Además de eso bebieron unos cuantos tragos de alcohol para excitar el espíritu.
Syl estaba nerviosa, sabía que quizás podía ser su oportunidad para vengarse pero, tenia miedo, aun le tenía miedo a la batalla, miedo a matar a alguien, miedo a no poder concretar su venganza. Gadmund le dijo que se pusiera a salvo, y a pesar de que esto le recordaba en demasía la destrucción de su aldea, fue lo que hizo. Ahora se sentía mas atemorizada, siendo conciente de lo incapaz que era de defenderse por si misma. El entrenamiento que había hecho era aún básico, aun no sabía enfriar su sangre para convertirse en una guerrera despiadada. Su cuchillo ya no le daba tanta seguridad como antes y se sentía pequeñísima cerca de esos tremendos hombres. Los enemigos se aproximaban, se podía ver el polvo que levantaban con el galopar de sus caballos. Con cada metro que avanzaban a Syl se le alborotaba algo en la garganta. Al parecer eran los mismos desgraciados que había visto antes, aquellos de los que no se sabía un nombre pues eran demasiado desconocidos. Gadmund le había comentado que había varias tribus de saqueadores, sin fama y que los romanos se referían a todos ellos como “bárbaros”, sin distinguir raza pues eso era ponerles mucha atención. Si, el polvo levantado del camino formaba figuras que solo ella veía, a su entender, eran los dioses intentando detenerlos, Dioses desconocidos para ella, los Dioses Vikingos. Estos bárbaros, al llegar al campamento, entraron en feroz combate con las fuerzas de Kodran. Sangre y gritos era lo único que dejaba la batalla. Podía ver como les sacaban las tripas a unos y le enterraban el hacha en el ojo a algún otro abriéndole el cráneo. Lo más horrible que vio fue cuando Odgor con una sola mano trituro el cuello de un pobre tipo y se lo abrió a lo largo, y ese hombre al no morir de inmediato pudo ver sentir todo el dolor del infierno sobre el. Los gritos eran desgarradores, se veían hombres reptando, arrastrándose y pidiendo misericordia o muerte. Y los anfitriones de Syl estaban casi ilesos. Era cierto, los Vikingos eran grandes guerreros, tal y como fue advertida Syl, quien miraba absorta la batalla con un secreto placer palpitándole en los labios. La joven estaba tan sumida e interesada en la acometida, era casi como una clase intensiva para ella, que no se dio cuenta que uno de los bárbaros se le aproximaba, viéndola como una mujer débil y corrompible, con la lujuria que despierta en los hombres la batalla y la boca abierta como un demente. Por suerte, su mentor, Gadmund, estuvo siempre atento a ella y logró defenderla, atemorizando al tipejo. Pero con un alto costo, su brazo izquierdo. Esta quedo totalmente inutilizado, casi fue rebanado con el golpe de espada que detuvo con él, al menos, la mística joven de rojos cabellos estaba a salvo. Los bárbaros que quedaban vivos admitieron su desventaja y emprendieron la retirada. Syl comenzó a llorar al ver lo sucedido. - Syl, no llores, a mi fue al que le cortaron el brazo, ¿no? Tú estás a salvo. Además todo fue por mi culpa, siempre me dijeron q usara escudo. - Pero es que... Gadmund.... ¿como puedes ser tan fuerte? - Niña, soy un vikingo, recuérdalo, los mejores guerreros que esta tierra verá - Eres de admirar. Quisiera ser como tú algún día. Sé que me enseñaras a ser como tu. - Mentira, ya no podré seguir entrenándote, mi misión no fue cumplida - Ya no importa Gadmund... Lo dijo para calmarlo, pero moría de pena por dentro. Y ese fuego maldito aun la quemaba, cada vez con más intensidad. Gadmund, desmayado debido a la magnitud de su herida y la sangre perdida, fue llevado a curación junto con los demás heridos en batalla. Mientras tanto, Syl con ayuda de los hombres sanos y algunos esclavos amontonaban los cadáveres de los bárbaros invasores para hacer una pira funeraria. Se los ofrecerían a los dioses como agradecimiento por el favor que les tenían. A la joven le tocó recoger varios trozos de cuerpo que se encontraban diseminados. Dedos, intestinos y hasta piernas. Vio como uno de los niños debía llevar una cabeza colgando de los cabellos al montón putrefacto de muertos. Pero aún así no estaba tan horrorizada. Al encender la pira, los olores de humanos calcinados le traian recuerdos, a ellos los odiaba, pero olian igual que su familia, al final todos eran carne huesos y cabellos sin vida. Syl se quedo observando el fuego y el humo hasta que anocheció, luego de eso fue a casa de Kodran, donde dormía, a hablar con Ingunn, quien se había convertido en una buena amiga para ella pues se sentía muy sola. - Ingunn, soy una extraña aquí, y sin embargo siento de verdad dentro de mi que pertenesco aquí. - Y cual es el problema Syl – le decia cariñosamente mientras le peinaba los cabellos – Eres una hermosa joven, fuerte, puedes casarte y formar una familia aquí. Creo que Kodran se alegraria mucho de eso. Te estima muchisimo. - Lo sé, pero, no entiendo bien por qué. Me tratan como si fuera parte de su familia. Incluso Gadmund., ya lo quiero y el me cuida como si fuera su hija. - Ya te lo dije, mi pequeña, eres especial. Eres fuerte y tienes alma de guerra. Eso para ser una mujer es bastante bueno. Tu vas a hacer lo que ninguna de nosotros ha logrado, vas a lograr que nos miren hacia arriba, con la admiración que realmente nos merecemos. Ingunn besó la mejilla de Syl y se fue a dormir. Esa noche no fue agradable para nadie. Syl, dando un paseo nocturno debido al insomnio, notó por primera vez que el más pequeño de los vikingos, ese que se mantenía apartado de los demás, perdía su tranquilidad. Sin duda no era la batalla, era algo más. El chico estaba nervioso y se notaba angustiado. Ella incluso percibía ciertos colores alrededor de el que manifestaban un estado de dolor espiritual. Con una mirada lo invitó a ver a Gadmund. - Pequeña mia, que es lo que me traes ahí. - Un amigo para que se distraigan juntos. Estoy tan apenada por esto. No puedo dormir, además… - Syl, tu entrenamiento va a continuar. No pienses lo contrario. - No pensaba en eso. Pensaba en que, me he aferrado a ti tan rapidamente, me recuerdas a mi hermano y te he empezado a querer casi como a un padre. Gracias por cuidarme, me hacía tanta falta… A Gadmund y a la chica se les llenaron los ojos de lágrimas. Pero el hombre rápidamente adopto una actitud dura y firme, le dijo que fuera a ver a Kodran con las primeras luces, y que se retirara a dormir. No era un lugar indicado para una chica tan linda. Y menos si se iba a poner sentimental. Con el frío del alba, Syl se levantó para seguir con su vida. Habló con Kodran y le comentó lo comoda que se empezaba a sentir, además del comentario de su esposa Ingunn de que hasta podria formar una familia ahí con ellos. También le habló para solicitarle un nuevo entrenador, el jefe le dijo que solo Gadmund podía elegir a su sucesor. - Gadmund, Kodran me mando acá para conocer mi futuro entrenador. - Niña, no puedes tener a un mejor entrenador que yo, y lo sabes. Aún seré tu mentor, no podré enseñarte los movimientos mostrándotelos, ya que mi salud no esta bien, Pero para eso tengo otros discípulos – Gadmund intentó reir pero eso le producía dolor en el hombro. - No te esfuerces Gadmund, tampoco necesito a un entrenador experto, solo escógelo - Compréndelo, no es algo al azar tu entrenador, ni siquiera te imaginas quien eres niña, además a ti te motiva la venganza, al igual que a mi. Solo podría dejar que una sola persona me reempezara en esta tarea... mi hermano Rök. - ¿Tienes un hermano? ¿Y esta aquí? ¿Cuál es? - ¿Ves a ese antisocial, apartado, retraído y flacucho de por allá? Pues ese es Rök, mi hermano menor. Ese que me trajiste para animarme la otra noche. Syl, nosotros vivimos algo semejante a lo tuyo, el tenia tu edad cuando mataron a nuestro padre. - Oh.... entiendo, no pudiste elegir mejor entrenador para mi entones Gadmund. Syl sonriendo acarició la frente de ese hombre que tanto bien le hacía. Lo quería, si. Se empezaba a sentir en casa con cada nuevo dia. Lo sabía desde que vió a los dioses luchando en el polvo de la batalla.
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inocencio rex
Sole Grebe
inocencio rex
Sole Grebe
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Buena trama, bièn llevada
Felicitaciones
Sole Grebe
Sole Grebe