CANDELARIA Y EL SECRETO DEL CURITA. Las Aventuras y Peripecias de una Viuda.
Publicado en Mar 17, 2010
La casa parroquial se pinto de un nuevo color, en el jardín florecieron de nuevo las coloridas trinitarias, las cayenas aumentaron de tamaño y el jazmín junto con el rosal perfumaron la calle, el vecindario y todo el pueblo. Se construyo en el patio un nuevo gallinero, las gallinas felices pusieron más huevos y hasta la cerda por arte y gracia del Espíritu Santo parió cochinitos, pues en la casa parroquial nunca entro un cochino. Los árboles frutales cargados de sus frutos fueron el deleite de los niños que asistían al catecismo, el maizal doradas mazorcas dio como nunca fue visto y todo gracias al trabajo rigurosamente prolijo, desmedido y amorosamente dado por la Candelaria. Llegaba a las cinco de la madrugada al recinto, entraba por la puerta de atrás con el cuidado de un ratoncito y preparaba unos suculentos desayunos: dos huevos fritos, chuleta ahumada, caraotas fritas, arepas de maíz pilado, queso blanco, aguacate, café bien negro como le gustaba al Padre, y un jugo de naranjas naturales que ella misma todas las mañanas bajaba de la misma mata. Luego procedía a servir la mesa y tocaba la puerta del cuarto del joven cura, entraba sin esperar el debido permiso y habría las pesadas cortinas para despertar con la luz de los hermosos días al amante secreto de sus sueños. Un día en que Candelaria entro muy temprano al cuarto como siempre hacia, el Padre aún dormido y roncando como un feliz lirón, la mujer se percato del elevado montículo que formaba las blanquísimas sábanas... no abrió la cortina se quedo mirando, apreciando, descifrando, calculando, midiendo, calibrando, mensurando el tamaño de aquello que debajo de la sabana la elevaba a tan gran magnitud, estuvo un buen rato en su religiosa observación y pensó en un deseado milagro... se imagino cabalgando como una amazonas sobre aquel caballo brioso y fuerte que se le ofrecía, recorrió países, continentes, planetas y universos completos sentada sobre aquello que estaba tan cerca pero tan lejos, despertó del corto sueño y retrocedió lentamente hasta salir del cuarto y cerro la puerta con la lentitud de caracol sin poder quitar la vista del titán emergido de las sábanas blancas.
Desde aquella mística visión, Candelaria no pudo dormir más, se iba de la casa parroquial después de las diez de la noche cuando él la despedía con educado y cariñoso regaño: Candelaria, per favore, vaya gia para la sua casa, e molto tarde y pericoloso... a lo cual ella infeliz pero sin mostrarlo, pedía su bendición y le besaba la mano, para luego partir con el corazón roto y las entrañas sedientas de placer. Llegaba a su casa, que por el afán sobrehumano que le ponía al lar curial , era ya un desastre, se secaron las madreselvas, los geranios no florecieron jamás, y los pitiminí con las campanitas más nunca atrajeron a los colibríes. Se daba un largo baño pensando en su desdicha, se acostaba luego y aunque sacaba su amante plástico y eléctrico, desde aquel descubrimiento descomunal ya no la satisfacía, por mucho que jugara con el aparato, que se imaginaba que ese sonido eran los susurros libidinosos del Padre, que el vibrante artilugio era el miembro erecto, el monstruo ciclope del amado, no conciliaba el deseado placer, el orgasmo arrebatador, estremecedor y enardecedor que desde hace tiempo se le era negado, y así entre un frenesí desesperado terminaba sus noches llorando para levantarse de nuevo para ir corriendo donde la esperaba su único consuelo. Una tarde de aquellas cuando el Padre se iba como todos los jueves a la gran ciudad en su visita semanal al Cardenal, Candelaria entro a la habitación y se tendió en la cama para sentir el olor masculino, el efluvio nocturno del macho dejado en aquellas opalinas sábanas que ella lavaba a mano con tanto esmero y cariño, se retozo entre las almohadas y descubrió negros cabellos que se llevo a la boca y los saboreo con la lujuria, y lascivia, coloco entre sus piernas la sotana sucia que con descuido siempre dejaba el curita sobre la cama porque sabía muy bien que la mujer sin rezongar se la recogería, soñó ser la dueña del tálamo donde nadaba ahora con todas sus ganas, con todas sus frustraciones y alegrías, pero quería más, quería ser tomada, poseída, amada... ¿y si tiene otra?... le vino de repente ese pensamiento a la mente... ¿si después de visitar al Cardenal se va a donde la otra?... su cabeza empezó a inventar inverosímiles situaciones donde el protagonista masculino, su amado cura, se retorcía de deleite y goce en los brazos de otra... mientras ella, estupida y sumisa se encargaba de su hogar, de tener limpio la casa, tenerlo bien alimentado y rozagante mientras la otra disfrutaba del amor, de las caricias, de los besos y mordiscos, de las entradas y salidas del deseado miembro de su hombre, porque él, a pesar de su investidura sagrada era su hombre. Enojada e iracunda se paro de la cama con la idea que el cura escondía en aquel cuarto una pista de aquella malvada arpía, una foto quizás, una dirección donde ubicarla, un número telefónico sin nombre pero escrito con lápiz labial... tenía que conseguir algo que le demostrara que aquel le era infiel después de todos los sacrificios hechos por ella; decidida empezó a hurgar como loca en cada gaveta, en cada closet, en cada escritorio, en cada baúl de la casa parroquial, pero no conseguía nada.. en su desespero se vio reflejada en un gran espejo y al verse reverberada con todas sus angustias tomo un crucifijo y se lo arrojo con toda su fuerza a la mujer desconocida de la luna de cristal. Aquel acto fue mágico, pues detrás del espejo se escondía una puertita de medio metro que le revelo el secreto del cura. Entusiasmada y perpleja por aquel casual hallazgo, abrió la puerta como pudo y encontró dentro de aquella pequeñísima habitación muchas cajas y archivos viejos, pero le llamo fue la atención una maleta nueva que llevaba el nombre del curita vagabundo, con el corazón saltándole de angustia pero también de morbosa curiosidad la abrió con el pensamiento y la certeza que encontraría las pruebas del adulterio, de la infidelidad del hombre de su vida con la barragana, la puta, la maldita meretriz que le robaba el sueño, su marido, su macho... pero no había nada de eso... no habían fotos del cura con otra mujer, no estaba él en manos de ninguna desgraciada y casquivana... solo había revistas donde aparecían musculosos chicos enseñando sus impúdicas partes, bigotudos y peludos encuerados con mínimos hilitos que apenas podían sujetar sus miembros aceitados y erguidos, mostachos contra mostachos dándose lengua mientras fuertes brazos se acariciaban los glúteos y penes, adonis rubios con delicadas poses griegas, negros enormes con sus lanzas y alabardas apuntando hasta el cielo, dioses nórdicos abiertos con sus pelotas flotando en mares azules de una lejana Escandinavia... pero lo que más la sorprendió y le produjo casi un sincope cardiaco fue el tamaño descomunal y grosero del vibrador del curita. Después de pasada la absurda angustia, Candelaria, inteligentemente, dejo todo como lo consiguió, compro un espejo nuevo, que coloco en el mismo marco de aquel que rompió, y se sentó en el porche de la casa parroquial a esperar al curita bajo una límpida luna de marzo, pensando en como utilizar aquel secreto que ahora ellos compartían.
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Felix Antonio Esteves Fuenmayor
Alfonso Z P
Saludos: Alfonso