En sus venas corría sangre genovesa, blanca como estatua griega, llevaba sus moños negros adornados de flores, apenas diecisiete años cuando enamorada de aquel indio que podía ser su padre, hizo un pacto de corazón y con Dios de amar, querer y adorar aquel hombre de alma gigante que la amaba también, pero estaba entregado a la libertad de su querido pueblo. Pero eso no amilano el amor de Margarita, vivía para él y Benito daba su vida para su México, ella lo sabía bien, así apoyo y ayudo a su hombre que se hizo más grande entre los grandes. Margarita resistió persecuciones, exilios, batallas, enredos, pero su amor creció. No bastaron las invasiones francesas y norteamericanas, los golpes de estados, de un Santa Anna maluco y ambicioso, porque su amor se hizo gigante entre tanta lucha y tanta derrame de sangre. Y volaron las cartas entre los separados amantes, epístolas de amor y desesperación por no concretar su nido, ella escribía con lágrimas en tierra a veces veracruzana y extranjeras, el escribía con sudor y sangre como presidente errante, hasta que por fin su sueños de unirse se cumplieron y con sus pichones en su México lindo se encontraron.
El paseo Bucareli como todas las tardes se vestía de gala para recibir a las familias, a los novios, a los amantes. Margarita y Benito paseaban felices ese amor que tanto les costo y mientras daban su vueltita por el Arco de Belén, Margarita sin aliento cayó en el empedrado por un mal que empezaba a carcomerla pero que lo unió más a él. El dos de enero de 1871 Benito sentado a su lado y tomándole la mano le prometió una vez más eterno amor y ella como toda margarita, como toda bella flor se marcho con una sonrisa de amor entre los labios. El tiempo hizo lo suyo, y aquel amor que otra vez estaba separado tardo solo un año, con una angina de pecho, yo creo que fue más el dolor de un corazón triste y atormentado, Benito nos dejo y se fue a buscar a su Margarita que de seguro adornándose sus moños negros con flores rojas, blancas y verdes hojas como la bandera de su pueblo, esperaba a su Benito con los brazos tendidos como los ofrece siempre los amantes mexicanos.