Introduccin
Publicado en May 20, 2009
Con el paso cojo y su andar pausado se aproxima desde la cima más elevada de la cordillera andina, donde mora su reino. Erecto se levanta su trono entre los sembrados de la vid que, con su exquisitez, saturan ese territorio de una belleza singular. A pocos pasos de la frontera y bajo un zonda inoportuno, su reflejo en apogeo hace eco en las nevadas cumbres y retumba abarcando la lejanía.
Epónimo en su era, el espejo lo idolatra por lo épica de su estampa; y él mismo se enaltece pasmado en tanto esplendor. Con el pulso firme alza un manuscrito y lo lee repetidamente practicando ademanes que adornarán el histriónico acto de apertura de su nuevo canon. Ensaya las cláusulas en las que deberá hacer hincapié a fin de que queden esculpidas en la mente de la multitud. Despotismo y arrogancia son algunos de los ingredientes de la doctrina en los que se fundamenta su sátira teatral. Desde confines del oriente y bajo un amanecer virgen, viene llegando el linaje más ingenuo de la humanidad a escuchar la génesis de todo el saber. Fieles discípulos en caravana, recorren grandes distancias bajo las condiciones más adversas de un clima hostil; mas todo se justifica por encontrar al "elegido", ese prodigio con poderes sobrenaturales y sueños reveladores. Con ansias de conocer sus nuevas profecías, van acercándose al montículo que sostiene su templo de barro. La cofradía aguarda bajo un cielo claro que va oscureciéndose tras la amenaza de un ocaso que no se demora. Es entonces cuando la noche empieza a caer, y lo invocan a gritos. De pronto la clarinada anuncia que él está cerca; en ese momento se ve una sombra encorvada que se aproxima sin prisa al portón principal. La celsitud llama al silencio, el cual permite escuchar el sonido de una respiración peculiar, un estertor intermitente que declara su presencia. Miles de ojos persiguen los movimientos de aquella silueta grotesca que se va acercando al escenario. Es entonces cuando un sujeto de escasa envergadura y tan elegante como una piñata, se sube al cadalso para dirigir su mirada panorámica a su gente. Ante la gran ovación que genera, levanta con ímpetu el brazo derecho que lleva el cetro consagrado por él mismo. Es "el Patriarca". Ante los ingenuos ojos del mundo, es un ser iluminado desde tiempos remotos para guiar a la gente hacia la salvación. Desde el principio está destinado a ser la voz de la ley suprema que, a partir de su garganta, se propagará hacia los cuatro puntos cardinales. Es un mito legendario que permanece inalterado a través de los siglos haciéndose inmortal. Carga en sus ojos el cielo, lo que le otorga a su mirada una personal elocuencia y el poder de dar o quitar la vida con ella. No obstante, la realidad es otra ante los ojos de quienes lo conocen bien. Es el vicario de la muerte y heredero legítimo de ese imperio de tinieblas oculto en la gruta más oscura del averno, donde el aire huele a bruma y provoca escalofríos. Es el propio Mefistófeles que bajo el signo de Leo atraviesa la necrópolis sobre su caballo de fuego, mas desde el atrio del abismo donde sabios ojos lo vigilan, su prestancia se transforma y el mutante se convierte. Enquistado en su aposento y esclavo de la gula, con la delicadeza de un plantígrado alimenta su tocino hundiendo el hocico en el almuerzo. Su papada se atora y su rostro se amorata emitiendo gruñidos, con la lengua, al deglutir. Ahogado en su saliva le cuesta respirar y arrastra con dificultad su cuerpo hasta el profano altar en busca de aquel Malbec oriundo de sus tierras. Levanta trabajosamente el sacrílego grial y tras un ritual pagano que le es propio, lo trasforma en la poción que le devuelve la vida. Su "trono" no es más que una contaminada letrina custodiada por carroñeros hambrientos, y su "reino" es una morgue impregnada con mugre. Su vestidura no es una túnica sino una mortaja, el cetro supuestamente consagrado es un simple bastón que usa para disimular su renguera, y los sueños premonitorios son producto de un delirio crónico, fundamentado en esas alucinaciones que él llama "visiones". Es un poderoso ofidio que rige cuanto alcanza a divisar desde lo alto de su pedestal; desde allí periódicamente alza su voz a los cuatro vientos convocando legiones de seguidores a un nuevo evento. Éstos lo escuchan desde cualquier latitud del planeta y se esmeran para encontrarse sin demoras en las coordenadas indicadas y a la hora correcta. En su universo es el astro rey con potestad absoluta sobre los cientos de satélites devotos que giran en torno suyo y se amotinan en su defensa. Tiene el don de la palabra persuasiva y convincente, que hace de él un óptimo disertante de lengua bífida capaz de sugestionar a cualquier público. Al finalizar el tedéum, el eco de los aplausos se convierte en música para sus oídos, que lo hace hincarse a los pies de su cortejo como muestra de perpetua lisonja. Predica el credo de la egolatría simulando filantropía y caridad, pero el hidalgo caballero de la demagogia es el más ágil esgrimista del embuste. Como buen mentor de la hipocresía, es emisario de la calumnia y fomentador incondicional del pretexto. Por la estatura moral que aparenta, su infortunado séquito ha elegido llamarlo "el Patriarca" pero ese apodo es una blasfemia. Yo lo llamaría "la patraña", aunque su verdadero nombre es Edmundo, o simplemente Ed. Como su nombre lo indica, Edmundo cree que está primero en el punto más alto de la escala evolutiva; después de él se sitúa el resto del mundo. Tiene la fantasía de poder alcanzar la genialidad de Da Vinci o la osadía de Poseidón, pero sólo logra una imitación de pésima calidad. Cree ser una joya muy preciada, cuando en realidad es un rústico peñasco que obstaculiza el andar. Desafía a los mares en ridículas expediciones intentando probar una valía que no tiene, una hombría que no nació con él. Su guía es la constelación de Orión, el implacable cazador que recorre el cielo en las noches estrelladas. Bajo su mirada, el mundo sería perfecto si se le hubiera ocurrido crearlo a él. Narcisista y egocéntrico, su versión es la ley y no está permitida una segunda opinión u otro punto de vista. Es un rebelde sin causa que nunca termina lo que empieza y sin embargo está convencido de que es todo una hazaña. Un nómada solitario y sin rumbo, semejante al hombre primitivo. Ed siempre hace las cosas al revés aunque millones de años de historia le demuestren que está equivocado. Eso habla muy mal de su intelecto y en cierta forma él mismo lo confirma cuando dice ser "puramente instintivo". Es tan ignorante que cree que el instinto es una cualidad admirable, cuando en realidad es un mecanismo básico de supervivencia. Las personas desarrolladas acrecientan su intelecto para dominar y encauzar el instinto, de forma tal que pueda ser utilizado para convivir en una sociedad civilizada. Ed no puede, carece de los mecanismos jerárquicos que la evolución de la especie le dio al cerebro humano. Ed es un inmaduro incapaz de crecer, roba el reflejo de los otros y lo toma como propio dejando en su lugar un manojo de desperdicios malolientes. No es capaz de dejar una herencia digna, ni siquiera un buen recuerdo. Su surco se reconoce como un páramo, donde nada crece... porque ésa es su forma de andar, y la única manera de marcar su huella.
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