Eukalpia, locuras sin igual.
Publicado en Apr 04, 2010
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Tras haber estado veintitrés meses brindando servicios médicos, cuando no filosóficos y psicológicos, siendo la única persona en el poblado que tuvo la posibilidad de estudiar y recibirse con honores en una universidad, era natural que se esbozaran en él todas las áreas pertenecientes a los altos estudios, el Dr. Naele Heucapia, (Nole Olcapia, como se hacía pronunciar) creyó merecedor evaluar si su estadía en Zolina ya había llegado demasiado lejos. Incomunicado de muchas cosas, y lo poco comunicado que estaba era gracias a una radio portátil que se volvía inservible en cuanto las pilas –agotadas- se hacían difíciles de reponer, le molestaba estar en ese ambiente de antaño. Su memoria se hallaba ya aburrida (al igual que la mía) de reconocer irremediablemente las mismas caras, y relacionarlas con los mismos nombres, afectos, sentimientos, ideologías, problemas, historias, años, casas, voces, sueños, momentos y por último, doblemente aburrido, de nuevo los nombres.
Por eso, después de meditarlo con esas caras (quienes, está de más aclarar, no querían verlo a más allá de la frontera del pueblo) decidió que no valía la pena seguir desperdiciando su inagotable capacidad en Zolina, un lugar realmente remoto.
Su increíble velocidad para tomar estas decisiones todavía me deja asombrado, el Dr. Siempre fue capaz de elegir la mejor opción sin fallar y con gran rapidez en todas las decisiones que ha tenido que afrontar. Tal vez por audacia, o gran experiencia, aunque cada vez me convenzo más que esa racha de buenos cambios fue solo una seguidilla de buena suerte.
Así fue como esa misma noche dejó listo su equipaje, no tuvo grandes dificultades en hacer entrar esos meses en dos valijas, una cargada de libros, ensayos y objetos de su interés, la otra de ropa; y una riñonera con los documentos y algo de dinero para el viaje, nunca había tenido los ostentosos ingresos con los que un doctorado de su tipo le permitiría soñar. Prosiguió a conciliar el sueño. Dentro de su cabaña había una gran chimenea, junto a ella una guadaña en la pared (simbolizara lo que simbolizara), una ciudad entera dentro de un cuadro, sillones mullidos, verde apagado con el tiempo y a un costado una cantidad considerable de leña, suerte que no fuera a necesitarla para su viaje. Ésa noche recuerdo haber visto salir humo de su tiraje, fue una noche fría afuera.

No por mucho madrugar amanece más temprano, dicen, y ésa no fue la excepción. Hasta creo que el sol demoró más de lo normal en despertar. Temprano golpeé su puerta, y para mi sorpresa Neaele estaba en el bar de Arlenio tomando lo que parecía, café (no podría afirmar esto, el Dr. Era bastante extravagante en cuanto a sus gustos, y uno no podría andar con certezas sobre su vida). Recuerdo haberlo saludado como todas las mañanas, y haber recibido unas indescifrables palabras de respuesta, no por el contenido de las mismas, sino por la continuidad entre la última sílaba de una palabra, y el comienzo de la que sigue.
Lo acompañé un instante, tenía prisa en partir (otra de las incomprensibles cosas típicasde Naele). Así lo hizo, lo llevé en mi Chevrelle hasta la estación de tren en las afueras del poblado, sin poner mucha atención en lo que decía (yo), tenía toda mi atención centrada en intentar decodificar lo que el Dr. decía. No fue más que un –Gracias- y una palmada en el hombro lo que nos despidió.




De aquí en más, la veracidad del relato se pone en duda, porque siendo obvio que yo volví a Zolina, se hace imposible el hecho de que pueda atestiguar lo que en cuanto al doctor y su viaje (lo que de verdad motiva ésta historia) concierne. Hasta aquí llega la completa realidad de mi memoria, y en adelante queda en usted, lector, ser fehaciente de lo que por mero boca-boca yo puedo contarle. Actualizaré en breve, cuando sepa a ciencia cierta lo que realmente ocurrió.

Dicen las voces, que antes de tomar su tren, el Dr. Heucapia descansó como solía hacerlo sobre sus cosas, que cuando estaba bien relajado y horizontal vio algo cerca de las vías, del precario (si así puede ser denominado) andén.
Dicen que impulsado por su increíble curiosidad salió de donde estaba echado y se acercó, que vaciló, y que tras una vista preeliminar lo tomó.
Era lo que parecía un cuaderno de anotaciones, recuerdo como el tendero solía describirlo (de dónde quiera que lo haya visto) con una tapa verde apagado y una advertencia que fraseaba “lo que tenga luz no le pertenece”; claro está que las mentes de nuestro pueblo no pudieron haber entendido ese mensaje entonces, dudo si la misma suerte correría para el Dr. Desconozco, al igual que todos, qué sintió él en ese instante, pero podría adivinarse con algo de imaginación.
Cuentan que abrió el cuaderno, del cual sólo quedaron reconocibles los siguientes versos:

“Escondido como un ratón entre la penumbra y el estero, bajo el mismo sol que ayer, sin recordarlo. Los hechos no son más que un conjunto de casualidades.”

Pegado detrás dicen (también, dicen…) que había un espejo. Pueden jurar que el doctor tuvo que haberse mirado en él, y tuvo que haberlo hecho un buen tiempo.

Naele quiso salir de Zolina, se imaginó en la ciudad, (esto me lo decía siempre) aunque a nadie pareció importarle.

Casualmente acá es donde la última frase de esos versos del cuaderno toma sentido. El doctor murió esa misma mañana, arroyado por el tren. El maquinista dijo que parado, mirando de frente a la locomotora.
Él ahora acaricia el tiempo, después de todo, se merecía un descanso.

Si algo me queda de Naele Heucapia, más allá de su recuerdo y las miles de enseñanzas que aprendí a lo largo de todo este tiempo que compartí con él aquí en el pueblo, es un inigualable don, de locuras sin igual.

Lo difícil no es convivir con las personas, lo difícil es comprenderlas.

pablo.
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Descripción

Locos, todos.

Palabras Clave: locura eukalpia casualidad locuras sin igual

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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